12:30  hrs. 19 de Septiembre de 2009

  

Boletín UNAM-DGCS-554

Ciudad Universitaria

 

Matthew Hahn

Pie de foto al final del boletín

 

 

EL CHIMPANCÉ Y EL HOMBRE NO SON TAN SIMILARES COMO SE PENSABA

 

 

Aunque la creencia de que el chimpancé es el animal más parecido al humano tiene mucho tiempo, ésta ha despertado muchas suspicacias; tantas, que en el año de 1975 dos investigadores formularon lo que hoy se conoce como la paradoja de King y Wilson, que señala: “si la diferencia genética entre el hombre y el chimpancé es tan pequeña, ¿por qué no nos vemos ni actuamos como esos simios?”.

 

Incluso en 2005, cuando se presentó el primer estudio sobre el genoma completo del chimpancé, a partir de los datos obtenidos se determinó que las diferencias entre el primate y el hombre eran apenas del uno por ciento; sin embargo, “nuestras investigaciones sugieren que estas discrepancias están por encima del seis por ciento”, explicó Matthew Hahn, profesor del Departamento de Biología y Escuela de Informática de la Universidad de Indiana, Estados Unidos.

 

Invitado a participar en el encuentro Fronteras en Ecología y Evolución Darwin 2009, organizado por el Instituto de Ecología, el experto en biología computacional explicó que quienes afirman que el hombre y el chimpancé son iguales en un 99 por ciento, es porque sólo efectuaron comparaciones en la secuencia básica del ADN y no prestaron atención a las duplicaciones segmentales (fragmentos de ácido desoxirribonucléico que se repiten a lo largo del genoma).

 

Tomar en cuenta sólo a los genes sencillos y excluir a los duplicados equivale a tener una partitura y concentrarse en las notas que conforman la línea melódica, sin atender las que integran el entramado armónico; aunque se trate de una misma pieza, analizar la melodía o la armonía siempre arroja resultados distintos.

 

Al respecto, Hahn citó a George E. P. Box, quien solía decir que “no hay modelos verdaderos, sino útiles”, y a partir de esta reflexión, añadió que “ambos cálculos son correctos; se puede usar uno u otro, según la pregunta que se desee responder”.

 

Y para Hahn la pregunta es sencilla, ¿por qué el hombre es tan diferente del chimpancé? Desde un principio, el investigador y su equipo sospecharon que la clave se halla en las secuencias genéticas replicadas, que, al ser analizadas, demostraron ser las responsables de aquello que nos distingue de los demás animales.

 

Al poner bajo la lupa el genoma de los seres humanos, se descubrió que había una duplicación notable en los genes que influyen en las funciones cerebrales. Al respecto, Hahn inquirió, “¿por qué nadie había notado esto antes?”, a lo que él mismo señaló, “lo más probable es que sí lo vieran, pero que no lo hayan notado. A fin de cuentas, la evolución es mucho más que cambios nucleóticos simples”.

 

En la evolución, “menos es más”

 

Cuando en 1871 Charles Darwin publicó Sobre el origen del hombre, no tardaron en aparecer caricaturas del naturalista, donde se le representaba con una larga barba blanca, su libro bajo el brazo y con cuerpo de chimpancé.

 

Todos los dibujos, fuesen a tinta o en carboncillo, además de ser una crítica de quienes negaban las teorías evolucionistas, expresaban gráficamente algo que es evidente: no es lo mismo un simio que un ser humano.

 

¿Pero cómo explicar estas variantes tan obvias si hombres y chimpancés compartían el mismo ancestro hace apenas seis millones de años? Hahn asegura que esto se debe, en gran parte, a la gran cantidad de genes que nuestra especie ha perdido en ese periodo. “En la evolución, menos es más”, apuntó.

 

Tradicionalmente, se había creído que el proceso de transformación del homínido antiguo en el hombre moderno es producto de la sustitución de nucleótidos en las secuencias codificadas de proteínas, el problema es que este proceso es muy lento en los primates, lo que explica que, a nivel nucleótico, humanos y chimpancés sean prácticamente idénticos, explica Hahn.

 

Sin embargo, los investigadores de la Universidad de Indiana observaron que si bien el proceso anterior es muy tardado, el fenómeno de ganancia y pérdida de genes se encuentra sumamente acelerado en los primates, no así en los demás mamíferos, lo que explicaría su acelerada evolución.

 

Uno de los genes que con su desaparición otorgó al ser humano sus características es el de la myocina. Su desactivación hizo que nuestros músculos masticatorios disminuyeran, el cráneo se agrandara y se produjera una encefalización acelerada.

 

Al respecto, la revista Nature publicó en 2004 que “esa mutación apareció aproximadamente hace 2.4 millones de años, antes de la aparición del tamaño corporal y la migración del Homo. Esto representa la primera distinción proteómica entre humanos y chimpancés”.

 

Para determinar cuánto se ha perdido y cuánto se ha ganado, el grupo de Hahn analizó diversas familias de genes (grupos de genes comunes a todo organismo por tener un mismo origen).

 

Tras estudiar cerca de 110 mil secuencias de nucleótidos de 9 mil 990 familias, presentes tanto en humanos y chimpancés como en ratones perros y ratas, Hahn descubrió que el 56 por ciento de las familias estudiadas crecieron o se encogieron en cuanto a número de genes.

 

“A través de estas comparaciones y estudios pudimos determinar que mientras los humanos ganaron 675 genes, los chimpancés perdieron 740, lo que nos da una diferencia de mil 415 genes humanos que no están presentes en esos simios”, a final de cuentas, no somos tan parecidos como se creía.

 

“Cada vez es mayor la evidencia de que la duplicación genética y la pérdida y ganancia de genes son mucho más importantes en los procesos evolutivos que las modificaciones registradas en los genes sencillos”, y ahí hay una veta muy rica por explotar, concluyó Hahn.

 

 

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Foto 01

 

Matthew Hahn explicó que a diferencia de lo que se creía, la duplicación genética y la pérdida y ganancia de genes son mucho más importantes en los procesos evolutivos que las modificaciones registradas en los genes sencillos.

 

Foto 02.

 

La pérdida del gen de la myocina hizo posible que los músculos masticatorios del humano disminuyeran, el cráneo se agrandara y se produjera una encefalización acelerada.