14:00  hrs. 29 de julio de 2009

  

Boletín UNAM-DGCS-449

Ciudad Universitaria

 

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LOS GLACIARES, ARCHIVOS CLIMÁTICOS DEL PASADO

 

  • Masas de hielo que existieron hace miles de años revelan cambios drásticos de la temperatura a lo largo del tiempo, explicó Lorenzo Vázquez Selem, del IG de la UNAM
  • En sitios donde ahora hay bosques y praderas, el investigador detectó ancestrales depósitos glaciares llamados morrenas, con los que realiza estudios paleoclimáticos

 

Los glaciares, masas de hielo que se acumulan por siglos en la parte alta de las montañas, son “archivos” climáticos que revelan las condiciones atmosféricas del pasado y permiten hacer comparaciones con las actuales, afirmó Lorenzo Vázquez Selem, investigador del Instituto de Geografía (IG) de la UNAM.

 

Incluso, glaciares que ya han desaparecido de montañas donde ahora hay bosques, praderas o campos de cultivo, son ubicados por el académico mediante el estudio de morrenas (manto de material que transporta un glaciar) que permanecen como huellas del sitio; indican la ruta formada por el hielo que antes estuvo ahí y que se desplazó de la punta hacia laderas más bajas.

 

En la conferencia Hielo en los trópicos: Las glaciaciones de las montañas de México y su significado climático, en el auditorio del conjunto Tlayolotl del Instituto de Geofísica, explicó que las fluctuaciones de esas masas de hielo son de los indicadores más importantes del cambio climático; su grosor varía con relación a la temperatura media actual; cuando es menor a los cero grados Celsius se mantiene, y cuando es mayor se funde.

 

Secretos del pasado

El hielo de los glaciares se forma en su mayor parte de agua, pero también contiene impurezas como burbujas de aire, iones disueltos (partículas subatómicas con carga eléctrica) y materia sólida.

 

El análisis de esas impurezas y la composición molecular del hielo, ofrece a los científicos una fuente de información sobre los cambios ambientales pasados y presentes.

 

En su ponencia, Vázquez Selem detalló que para conocer el clima del pasado o paleoclima, utiliza diversos métodos como la morfoestratigrafía, que consiste en clasificar geoformas y depósitos glaciares de acuerdo a su edad relativa y los fechamientos con carbono 14 (C14) y cloro 36 (Cl36).

 

La composición isotópica del hielo permite reconstruir la temperatura que existía al momento de producirse una precipitación, porque de ella depende la proporción de uno u otro isótopo de oxígeno en las moléculas de agua.

 

Así, las capas anuales sucesivas originan un registro continuo de los cambios de temperatura. Las burbujas de “aire fósil” atrapadas en el hielo muestran la composición atmosférica del tiempo en que ocurrió la precipitación.

 

Su análisis ha mostrado que el contenido de “gases invernadero”, como el dióxido de carbono (CO2) y metano (CH4), ha variado sustancialmente y ha hecho posible determinar el papel de éstos en las fases de calentamiento y enfriamiento climático.

 

El estudio de las variaciones en la concentración de polvo y de iones solubles en el hielo, arroja información sobre los cambios en intensidad y dirección de la circulación atmosférica, mientras que la presencia de partículas de ceniza volcánica y los picos de acidez, registran el depósito de aerosoles inyectados al ambiente por erupciones volcánicas.

 

En sus conclusiones, Vázquez Selem reveló que hace 14 mil ó 21 mil años, en el Cuaternario tardío, hubo cambios climáticos marcados, consistentes en enfriamientos y calentamientos que afectaron los glaciares y la biota.

 

Desde finales del siglo XIX y durante las últimas décadas, añadió, los glaciares en casi todo el mundo han retrocedido, muchos hasta el punto de desaparecer, como resultado del aumento en la temperatura global.

 

Este fenómeno, que representa una de las evidencias más notables del cambio climático reciente, ha sido acentuado en las montañas de los trópicos, se observa claramente en México y se debe a que en los trópicos el calentamiento se amplifica con la altitud por el aumento conexo de la humedad.

 

El incremento de la temperatura parece ser la causa dominante, aunque no única, del retroceso. No hay duda que los glaciares continuarán contrayéndose en un escenario de calentamiento global, aun cuando la precipitación también aumentase localmente en algunos glaciares.

 

Los casquetes de hielo de Groenlandia y la Antártida representan 96 por ciento del área cubierta por glaciares en el planeta y el 99 por ciento del volumen de agua terrestre en forma de hielo; por ello, su contracción es de interés como indicador del cambio climático y por sus consecuencias potenciales.

 

Se estima que la fusión total del casquete de la Antártica (21.5 millones de kilómetros cúbicos de agua) ocasionaría un ascenso global en el nivel del mar de unos 59 metros, y en el caso de Groenlandia (2.38 millones de metros cúbicos) de unos seis metros.

 

En contraste, la fusión total del resto de los hielos del mundo provocaría un ascenso de solamente 0.3 a 0.7 metros.

 

Aunque estos escenarios extremos son improbables, existe una tendencia general hacia la fusión de hielos como resultado del calentamiento global, con los consecuentes riesgos de ascenso del nivel marino e inundación de tierras bajas adyacentes al océano. De hecho, el nivel global del mar aumentó entre 10 y 20 centímetros durante los últimos 100 años, concluyó.

 

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Foto 01.

 

Existe una tendencia general a la fusión de hielos como resultado del calentamiento global, con los consecuentes riesgos de ascenso del nivel marino e inundación de tierras bajas, señaló Lorenzo Vázquez Selem, del IG de la UNAM.