Boletín UNAM-DGCS-403
Ciudad Universitaria
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Desde su fundación
hispana,
Las referencias a las casas de los indios las ubican como espacios
marginales, aunque la mano de obra, la servidumbre, los alimentos y la fuerza
de trabajo para construir la metrópoli procedieron de los pueblos originarios.
Por ello, investigadores de
Esa situación, destacó el integrante del Instituto de Investigaciones Antropológicas
(IIA), Andrés Medina Hernández, comenzó a cambiar en el siglo XX a
partir de dos procesos: las crecientes corrientes migratorias que llegaban a la
capital y la expansión de la mancha urbana, que prácticamente devora a los
antiguos pueblos indios.
Esos pueblos, agregó el doctor en antropología, despliegan una
estrategia para negociar con la ciudad y sobrevivir; en este movimiento algunos
desaparecen, otros se mantienen en un frágil equilibrio, y otros más, se
fortalecen.
Actualmente, dijo Medina Hernández, en el Distrito Federal sobreviven
alrededor de 200 pueblos originarios, y “el problema es entender cómo responden
a las presiones que ejercen los inmigrantes y al propio desarrollo urbano”.
Su diversidad de
respuestas y resistencia hace difícil cuantificar su presencia, y sólo a partir
de la investigación de campo y del establecimiento de tipologías se podrá tener
una mejor idea de sus procesos de transformación, reveló el especialista.
Por ello, opinó, la historia de la urbe está por
escribirse, porque esos grupos comienzan a generar crónicas, y el rescate de
los documentos con los que construyen su memoria es reciente, apenas a partir
del año 2000.
Basado en los estudios que junto con su equipo
ha realizado en los últimos 10 años al sur de la metrópoli, Medina Hernández consideró
que ésta es una propuesta atractiva en términos de información, investigación,
y para modificar la conciencia sobre lo que significa y representa la capital.
Es un proyecto a largo plazo que debe dar nueva
historia; la ciudad dejará de ser una antigua urbe colonial española, para ser
reconocida como lo que es, un espacio pluriétnico,
subrayó el académico, quien encabeza la línea de investigación Etnografía de la cuenca de México.
Es necesario analizar el aspecto etnográfico,
apuntó, porque hay mucho por trabajar en la historia colonial desde la
perspectiva de los pueblos originarios; hay una historia posterior a la
conquista, pero se conoce poco de las comunidades iniciales. “Se sabe que nutrían
de alimento y recursos a la ciudad y que ésta era accesible por una red de
canales, pero no más”.
Incluso, acotó, hay estudiantes de Mixquic, Tláhuac y otros lugares,
que comienzan a investigar sus propios pueblos. Si a los orígenes se agrega el
matiz que introducen los inmigrantes, algunos de los que van en su tercera generación
sin perder su tradición, se tendrá un espacio rico y complejo.
Para el agitado
habitante los grandes despliegues festivos son vividos como molestias, porque
las procesiones que cruzan los ejes viales, el cierre de calles para rituales,
el ruido de la pirotecnia y el estruendo de la música alteran el ritmo
acelerado de la urbe. Sin embargo, en esas manifestaciones los pueblos
recuperan simbólicamente su espacio histórico, donde se encontraban sus campos
de cultivo, sus manantiales y sus sitios sagrados.
En el año 2000, rememoró, en el Distrito Federal
comenzó a modificarse el Estatuto Político para que los miembros de las
demarcaciones nombren a sus delegados. Se dio un proceso de politización y los
pueblos del sur establecieron un diálogo con las autoridades, que derivó en el
Programa de Apoyo a los Pueblos Originarios; a partir de ahí, se apoyó a los
cronistas y se sensibilizó a los habitantes sobre sus tradiciones.
Actualmente, apuntó el investigador de
“Es precisamente su recuperación lo que conduce a replantear una
historia que inicialmente, y por casi cinco siglos, sólo dio cuenta de sus
habitantes españoles y de su usanza europea; esos anales tienen que incluir
necesariamente a esos pueblos originarios, cuya tradición mesoamericana es
milenaria”, concluyó.
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Foto 01.
Hay una historia posterior a la
conquista en