06:00 hrs. 6 de abril de 2009

  

Boletín UNAM-DGCS-200

Ciudad Universitaria

 

 Jesús Galindo Trejo

Pie de foto al final del boletín

 

LOS MESOAMERICANOS, MÁS PREOCUPADOS POR EL TIEMPO QUE POR EL ESPACIO

 

·        Sus construcciones buscaban  una armonía calendárica y no reproducir el orden cósmico, expuso Jesús Galindo Trejo, del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM

·        En el Edificio A, que mira al poniente en Cacaxtla, el universitario halló que en dos fechas (el 23 de marzo y el 20 de septiembre), el Sol ilumina de frente a los murales

·        Los antiguos mexicanos edificaron sus templos con orientaciones peculiares que poco tienen que ver con eventos astronómicos relevantes  como un equinoccio

 

Los mesoamericanos dieron más importancia al tiempo que al espacio, como se aprecia en el sitio arqueológico de Cacaxtla, donde el astrónomo Jesús Galindo Trejo, del Instituto de Investigaciones Estéticas (IIE) de la UNAM, descubrió que el entorno arquitectónico se adecuó para estar en equilibrio con el orden cronológico.

 

Como parte del proyecto La Pintura Mural Prehispánica en México del IIE, el experto analizó las reproducciones pictóricas de tres edificios: el A (con figuras de guerreros águila y jaguar); el B (que alberga el llamado Mural de la batalla), y el Templo de Venus (cuyos pilares exhiben a dos personajes: uno femenino y otro masculino, que ostentan en la cintura el glifo del lucero del amanecer).

 

Los arqueólogos piensan que entre la construcción de estos monumentos transcurrió cerca de un siglo (del 650 al 750 d.C).

 

En el Edificio A, dirigido hacia el poniente, después de medir su orientación, el experto halló que en dos fechas, el Sol en su ocaso ilumina los murales. Se trata de los mismos días (23 de marzo y 20 de septiembre) en que el astro rey se alinea por la mañana con la pirámide circular de Cuicuilco, en el DF.

 

El astrónomo expuso que no se trata de un desfase de 48 horas respecto a los equinoccios de primavera (21 de marzo) y otoño (22 de septiembre). Lo que sucede es que en la mayoría de las urbes prehispánicas había una manera de concebir el equilibrio que tenía más que ver con el calendario que con los eventos astronómicos.

 

Por ejemplo, los olmeca-xicalancas (grupo que pobló Cacaxtla) establecieron esas fechas, aparentemente arbitrarias, a partir de un conteo acucioso de los días que hay entre el solsticio de invierno y el de verano, número que después dividieron entre dos, porque el objetivo final era concretar un equilibrio en el tiempo.

 

Esta intención de armonizar polos opuestos se aprecia claramente en el Edificio A, donde el águila y el jaguar, es decir, Quetzalcóatl y Tláloc, están en balance. La orientación directa de su mural respecto a la puesta del Sol no tenía otro propósito que colocar al poblado en sintonía cronológica; “es algo fino”. En este caso, el disco solar se oculta precisamente en la cúspide de la pirámide de Xochitécatl, a un kilómetro enfrente de Cacaxtla, detalló Galindo Trejo

 

Además, señaló el científico, en el Templo de Venus hay un personaje con un apéndice de alacrán, que hace pensar que “quizá en Cacaxtla se observaba una conjunción entre dicho planeta y la constelación de Escorpión en la parte sur del cielo”.

 

A diferencia de otras culturas como la china, la mesopotámica o la griega, la precolombina mayormente no buscaba reproducir el orden cósmico, ni que la disposición de sus templos y ciudades coincidiera con los equinoccios o solsticios.

 

Aunque hay estructuras arquitectónicas que reproducen el trayecto de ciertas estrellas, lo más común eran las disposiciones peculiares que poco tienen que ver con un evento astronómico, más bien con uno calendárico; pese a que en Cholula, la pirámide más grande del mundo por su volumen, apunta hacia el ocaso solar en el solsticio de verano, ésta no era la tendencia general en Mesoamérica.

 

En cambio, Teotihuacán, la población más grande del México central en la época prehispánica, tuvo una traza mucho más acorde a esta cosmovisión calendárica; su gran eje urbano, la Avenida de los Muertos, coincide con la perpendicular a la Pirámide del Sol, la mole más elevada en la ciudad. “Cualquier otra edificación es perpendicular o paralela a estas líneas; es una retícula urbana uniforme”.

 

No obstante, la calzada no está orientada al Norte, sino desviada 15 grados y medio, misma peculiaridad que observa la gran pirámide. Ahí, el ocaso se alinea con ese edificio dos veces al año, en abril y agosto.

 

La explicación de ese cambio de dirección respecto al norte celeste es la siguiente: desde la cúspide se observa que, a partir del 29 de abril, el astro se oculta cada vez más al norte, hasta que transcurren 52 días y llega al extremo, justo en el solsticio de verano. Luego, el ocaso hace un recorrido inverso, hasta que 52 días después se alinea de nueva cuenta con la pirámide, el 13 de agosto.

 

Después, el cuerpo celeste sigue su rumbo y se pone cada vez más al sur hasta llegar, en diciembre, al solsticio de invierno, y regresa. Este ciclo se cierra justo 12 meses después. “De agosto a abril del siguiente año pasan 260 días, es decir, un año se divide en patrón de 52-52-260”.

 

Entre los pueblos mesoamericanos, explicó el integrante del IIE, había dos cuentas para medir el tiempo, una basada en el movimiento del Sol (es decir, en 365 días divididos en 18 periodos con 20 días, más cinco), y la otra constaba de un año ritual de 260 grupos organizados en 20 fragmentos de 13 días.

 

Ambas cuentas empezaban simultáneamente, pero después de 260 días se desfasaban y cada una seguía por su lado. Sólo después de 52 periodos de 365 días, ambas mediciones volvían a coincidir, y se realizaban grandes ceremonias donde se encendía el “fuego nuevo”. En ese número de años solares transcurrían justamente 73 años rituales.

 

Galindo Trejo explicó que 52 por 365 es igual a 73 por 260. “La importancia de esos números: 13, 20, 73, 260, 365, se ve reflejada en las orientaciones arquitectónicas estudiadas”.

 

De ahí que en Tenochtitlán, los mexicas decidieran levantar sus principales templos, dedicados a Huitzilopochtli y Tláloc, con un espacio simétrico entre ambos y con una altura similar a la de las torres de la Catedral Metropolitana.

 

El Templo Mayor (cuya orientación coincide con las calles de República de Guatemala y Tacuba) se alinea con la puesta del Sol el 9 de abril y el 2 de septiembre. “En esta ocasión no se trata del patrón 52-52-260, sino de uno de 73-73 y tres veces 73, número que tiene la misma jerarquía que el 52 y que corresponde a la única división exacta del año solar (de 365) entre un dígito, que es cinco”.

 

Esta cifra está asociada a Venus, el objeto más brillante en la noche, sólo después de la Luna, cuyo periodo sinódico (tiempo que el observador tarda para verlo en el mismo lugar) es de 584 días (ocho veces 73). De tal modo, la orientación solar del Templo Mayor es la única que permite calibrar el periodo sinódico de ese planeta.

 

Los mayas, en tanto, consagraron sus creaciones al tiempo, como evidencian sus expresiones artísticas. Este grupo desarrolló una variante de calendario tan fina que permite localizar fechas con suma exactitud.

 

En Bonampak, como parte del proyecto La Pintura Mural Prehispánica en México, se han identificado constelaciones y demostrado que la orientación del Edificio I, que resguarda los murales, corresponde a la posición de la Vía Láctea. Este objeto celeste se encuentra plasmado a lo largo de la cerradura de bóveda del edificio.

 

“En las culturas antiguas el calendario era sagrado y la astronomía una actividad fundamental”, concluyó Galindo Trejo.

 

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Foto 01

 

Entre los mexicas había dos cuentas para medir el tiempo, una basada en el movimiento del Sol y la otra constaba de un año ritual de 260 grupos, explicó Jesús Galindo Trejo, del IIE de la UNAM.

 

 

Foto 02.

 

La intención de los olmeca-xicalancas –pobladores de Cacaxtla– por armonizar polos opuestos, se aprecia en el Edificio A, donde el águila y el jaguar, Quetzalcóatl y Tláloc, están en balance.