Boletín UNAM-DGCS-200
Ciudad
Universitaria
Pie
de foto al final del boletín
LOS
MESOAMERICANOS, MÁS PREOCUPADOS POR EL TIEMPO QUE POR EL ESPACIO
·
Sus construcciones buscaban una
armonía calendárica y no reproducir el orden cósmico, expuso
·
En el Edificio A, que mira al poniente en Cacaxtla, el universitario
halló que en dos fechas (el 23 de marzo y el 20 de septiembre),
·
Los antiguos mexicanos edificaron sus templos con orientaciones peculiares
que poco tienen que ver con eventos astronómicos relevantes como un equinoccio
Los mesoamericanos
dieron más importancia al tiempo que al espacio, como se aprecia en el sitio
arqueológico de Cacaxtla, donde el astrónomo
Como parte del
proyecto
Los arqueólogos
piensan que entre la construcción de estos monumentos transcurrió cerca de un
siglo (del 650 al 750 d.C).
En el Edificio A, dirigido
hacia el poniente, después de medir su orientación, el experto halló que en dos
fechas,
El astrónomo expuso
que no se trata de un desfase de 48 horas respecto a los equinoccios de
primavera (21 de marzo) y otoño (22 de septiembre). Lo que sucede es que en la
mayoría de las urbes prehispánicas había una manera de concebir el equilibrio
que tenía más que ver con el calendario que con los eventos astronómicos.
Por ejemplo, los
olmeca-xicalancas (grupo que pobló Cacaxtla) establecieron esas fechas,
aparentemente arbitrarias, a partir de un conteo acucioso de los días que hay
entre el solsticio de invierno y el de verano, número que después dividieron
entre dos, porque el objetivo final era concretar un equilibrio en el tiempo.
Esta intención de
armonizar polos opuestos se aprecia claramente en el Edificio A, donde el águila
y el jaguar, es decir, Quetzalcóatl y Tláloc, están en balance. La orientación directa
de su mural respecto a la puesta del Sol no tenía otro propósito que colocar al
poblado en sintonía cronológica; “es algo fino”. En este caso, el disco solar
se oculta precisamente en la cúspide de la pirámide de Xochitécatl, a un
kilómetro enfrente de Cacaxtla, detalló Galindo Trejo
Además, señaló el
científico, en el Templo de Venus hay un personaje con un apéndice de alacrán,
que hace pensar que “quizá en Cacaxtla se observaba una conjunción entre dicho
planeta y la constelación de Escorpión en la parte sur del cielo”.
A diferencia de otras
culturas como la china, la mesopotámica o la griega, la precolombina mayormente
no buscaba reproducir el orden cósmico, ni que la disposición de sus templos y
ciudades coincidiera con los equinoccios o solsticios.
Aunque hay estructuras
arquitectónicas que reproducen el trayecto de ciertas estrellas, lo más común
eran las disposiciones peculiares que poco tienen que ver con un evento
astronómico, más bien con uno calendárico; pese a que en Cholula, la pirámide
más grande del mundo por su volumen, apunta hacia el ocaso solar en el solsticio
de verano, ésta no era la tendencia general en Mesoamérica.
En cambio, Teotihuacán,
la población más grande del México central en la época prehispánica, tuvo una
traza mucho más acorde a esta cosmovisión calendárica; su gran eje urbano,
No obstante, la
calzada no está orientada al Norte, sino desviada 15 grados y medio, misma
peculiaridad que observa la gran pirámide. Ahí, el ocaso se alinea con ese
edificio dos veces al año, en abril y agosto.
La explicación de ese
cambio de dirección respecto al norte celeste es la siguiente: desde la cúspide
se observa que, a partir del 29 de abril, el astro se oculta cada vez más al
norte, hasta que transcurren 52 días y llega al extremo, justo en el solsticio
de verano. Luego, el ocaso hace un recorrido inverso, hasta que 52 días después
se alinea de nueva cuenta con la pirámide, el 13 de agosto.
Después, el cuerpo
celeste sigue su rumbo y se pone cada vez más al sur hasta llegar, en diciembre,
al solsticio de invierno, y regresa. Este ciclo se cierra justo 12 meses
después. “De agosto a abril del siguiente año pasan 260 días, es decir, un año
se divide en patrón de 52-52-
Entre los pueblos
mesoamericanos, explicó el integrante del IIE, había dos cuentas para medir el
tiempo, una basada en el movimiento del Sol (es decir, en 365 días divididos en
18 periodos con 20 días, más cinco), y la otra constaba de un año ritual de 260
grupos organizados en 20 fragmentos de 13 días.
Ambas cuentas empezaban
simultáneamente, pero después de 260 días se desfasaban y cada una seguía por
su lado. Sólo después de 52 periodos de 365 días, ambas mediciones volvían a coincidir,
y se realizaban grandes ceremonias donde se encendía el “fuego nuevo”. En ese
número de años solares transcurrían justamente 73 años rituales.
Galindo Trejo explicó
que 52 por 365 es igual a 73 por 260. “La importancia de esos números: 13, 20, 73,
260, 365, se ve reflejada en las orientaciones arquitectónicas estudiadas”.
De ahí que en
Tenochtitlán, los mexicas decidieran levantar sus principales templos, dedicados
a Huitzilopochtli y Tláloc, con un espacio simétrico entre ambos y con una
altura similar a la de las torres de
El Templo Mayor (cuya
orientación coincide con las calles de República de Guatemala y Tacuba) se
alinea con la puesta del Sol el 9 de abril y el 2 de septiembre. “En esta
ocasión no se trata del patrón 52-52-260, sino de uno de 73-73 y tres veces 73,
número que tiene la misma jerarquía que el 52 y que corresponde a la única
división exacta del año solar (de 365) entre un dígito, que es cinco”.
Esta cifra está asociada
a Venus, el objeto más brillante en la noche, sólo después de
Los mayas, en tanto,
consagraron sus creaciones al tiempo, como evidencian sus expresiones
artísticas. Este grupo desarrolló una variante de calendario tan fina que permite
localizar fechas con suma exactitud.
En Bonampak, como
parte del proyecto
“En las culturas antiguas
el calendario era sagrado y la astronomía una actividad fundamental”, concluyó
Galindo Trejo.
–o0o–
Foto 01
Entre los mexicas
había dos cuentas para medir el tiempo, una basada en el movimiento del Sol y
la otra constaba de un año ritual de 260 grupos, explicó
Foto 02.
La intención de
los olmeca-xicalancas –pobladores de Cacaxtla– por armonizar polos opuestos, se
aprecia en el Edificio A, donde el águila y el jaguar, Quetzalcóatl y Tláloc,
están en balance.