12:30 hrs. 1 de Febrero de 2009

  

Boletín UNAM-DGCS-064

Ciudad Universitaria

Alfredo Martínez Jiménez

 Pie de fotos al final del boletín

 

 

TRABAJA LA UNAM ENERGÉTICOS CON BIOTECNOLOGÍA

 

·        La producción de carburantes derivados del almidón de maíz o el aceite de soya no es sustentable en México y, por ello, se experimenta con otras alternativas

·        El IBt de la UNAM ha logrado procesar etanol a partir de biomasa y desechos agroindustriales, y biodiésel de algas y plantas no comestibles

·        Elaborará plásticos a partir de sustancias como el lactato, obtenido de residuos orgánicos, y trabajará en la producción de biopetróleo a partir de bacterias

 

El Instituto de Biotecnología (IBt) de la UNAM, mediante la modificación molecular de algas y bacterias, ha desarrollado un método que serviría para producir etanol, biodiésel, plásticos biodegradables y, en el futuro, biopetróleo, informó el investigador Alfredo Martínez Jiménez.

 

Con más de 10 años de experiencia en la materia, el investigador del Departamento de Ingeniería Celular y Biocatálisis describió los alcances logrados por el Instituto mediante la biotecnología. El procedimiento desarrollado consiste en imitar los procesos que utiliza la naturaleza para descomponer materia vegetal y transformarla en energía.

 

Sin embargo, ponderó que el fin de los yacimientos petroleros es inevitable y que hablar de biocombustibles genera controversia, sobre todo porque su uso agrava la crisis alimentaria mundial, pues en su producción se emplean comestibles útiles para consumo humano.

 

Por ejemplo, Estados Unidos elabora etanol con almidón de maíz; Brasil usa sacarosa de la caña de azúcar para extraer alcohol y aceite de soya para generar biodiésel, y lo mismo hacen Argentina y algunas naciones europeas.

 

No obstante, en México la situación es distinta, pues la producción interna de maíz o aceite de soya no alcanza para abastecer el mercado doméstico, y utilizar estos insumos para elaborar comburentes en vez de destinarla a la ingesta no es sustentable desde ningún punto de vista.

 

Sin embargo, es imperante avanzar en este campo, pues cuando las reservas de crudo lleguen a su fin, será forzoso echar mano de métodos alternos para satisfacer las necesidades energéticas, advirtió Alfredo Martínez.

 

Por esta razón, el país debe apostarle a los bioenergéticos de segunda generación que, a diferencia de los de primera, no emplean comestibles para producir hidrocarburos, sino desperdicios orgánicos.

 

Segunda generación

 

Para la mayoría de los países del Tercer Mundo, cuyos habitantes apenas tienen acceso a la canasta básica, resulta absurdo destinar el alimento a la producción de bioenergéticos de primera generación, explicó Martínez Jiménez.

 

Esa condición fue la que llevó a especialistas a experimentar con las propiedades de la lignocelulosa (o biomasa), material presente no sólo en plantas y árboles, sino en residuos agroindustriales como el bagazo de caña y agave, el rastrojo de maíz, la cascarilla de arroz y los olotes, que servirían como posible materia prima para estos fines.

 

La idea se remonta a la Segunda Guerra Mundial, cuando se empleó biomasa para producir alcohol y otros solventes; pero esto no prosperó porque, al pasar la crisis, el petróleo estuvo de nuevo disponible y, al ser más barato, se convirtió en el energético por excelencia.

 

Este bajo costo fue la razón por la que el desarrollo de otros carburantes no siguió adelante. Sin embargo, tanto Henry Ford como Rudolf Diesel originalmente pensaron en compuestos alternos para alimentar los motores de sus vehículos: Ford consideraba emplear etanol, mientras que Diesel tenía en mente el aceite de cacahuate.

 

Hoy, el costo del petróleo depende de muchos factores, y aunque recientemente su precio ha caído abruptamente, a medida que se agoten las reservas se encarecerá; lo que hace necesario disponer de otros medios que, además, sean menos agresivos con el ambiente.

 

Una opción son los combustibles de primera generación, que son más limpios y se producen a partir de tecnologías “maduras”, es decir, conocidas desde hace décadas, pues son similares a las empleadas en la producción de vino o cerveza. No obstante, por el dispendio alimentario que representan, no son viables para el país.

 

Para enfrentar esta circunstancia, la segunda generación de bioenergéticos persigue la obtención de comburentes a partir de materiales que no formen parte de la cadena alimenticia. No obstante, las técnicas para convertir la biomasa en etanol u otro bioenergético, a pesar de que tienen más de 20 años de investigación, aún no están “maduras”, lo que significa que aún falta por desarrollar una tecnología económicamente atractiva para su industrialización.

 

Actualmente, el costo de crear energéticos por esta vía resulta más elevado que el de los hidrocarburos, aunque el método es sencillo. Y explicó: “Si se arrojan restos de plantas al suelo, aunque el proceso es lento, la naturaleza acaba por descomponerlas; esto contrasta con lo que sucede con el azúcar, que incluso disuelta en un vaso de agua se fermenta rápidamente por los microorganismos que se encuentran, de manera natural, en el ambiente produciendo entre otros compuestos el etanol biocarburante”.

 

La materia vegetal, incluyendo la agroindustrial, está compuesta en 80 ó 90 por ciento por azúcares como la glucosa, xilosa, manosa y galactosa, y buena parte de ella forma estructuras complejas de lenta degradación en el medio ambiente, además de otros compuestos y los polímeros fenólicos, conocidos como lignina.

 

El objetivo del grupo de investigación es imitar a la naturaleza, pero acelerando los procesos de hidrólisis y de fermentación mediante la llamada “ingeniería de vías metabólicas”, aplicada particularmente a bacterias, para que los deshechos se descompongan rápidamente y produzcan alcoholes.

 

Ingeniería genética de vías metabólicas

 

Este proceso es en el que más experiencia tiene el grupo de investigación del IBt, del que Martínez Jiménez forma parte, pues ha logrado aprovechar varios azúcares, además de la glucosa y fructosa para incorporarlos en el proceso de síntesis biológica de etanol; también ha tenido éxito al incluir la xilosa, el segundo sacárido más abundante en la naturaleza, dentro de las opciones de producción.

 

La diferencia entre xilosa y glucosa es que la primera, tiene seis carbonos y la segunda, cinco. Esta última es dulce, aunque no como la sacarosa, y no puede ser descompuesta de manera natural por las levaduras, indicó.

 

A través de técnicas de biología molecular, en el laboratorio se desarrolló un procedimiento basado en la ingeniería genética de vías metabólicas, que permite que una bacteria utilice los sacáridos y los convierta en etanol, resaltó. “En este caso no intervienen las levaduras, como sucede en los procesos de fermentación que dan lugar a las bebidas alcohólicas. Ésta es la principal aportación de la UNAM en el proyecto”, aseguró.

 

Ahora, empleando estos microorganismos, el objetivo es transformar los azúcares de la biomasa en biocombustibles.

 

La prioridad del equipo es seguir mejorando la eficiencia con la que estos “nuevos” microorganismos utilizan la glucosa, la xilosa y en general todos los carbohidratos presentes en los residuos agroindustriales, para transformarlos con alto rendimiento en carburantes. El paso siguiente es destilar alcohol y secarlo, como se hace con el etanol de almidón de maíz o de la caña de azúcar.

 

Por otro lado, el biodiésel de primera generación es fabricado a partir de aceites como los que se emplean en la cocina; de hecho, la Universidad ha desarrollado proyectos para colectar desechos oleaginosos de restaurantes y convertirlos en comburentes.

 

Sin embargo, esto no basta para satisfacer el consumo automotriz y, ante ello, se han ideado formas de obtenerlo a partir de otros recursos. En esta dirección, la UNAM junto con otras instituciones, ha experimentado con dos plantas no aptas para consumo humano: la Higuerilla y la Jatropha, que pueden crecer en suelos semiáridos y producen nuececillas aceitosas.

 

La meta es transformar los aceites de estas plantas en biodiésel mediante un catalizador, proceso conocido como transesterificación.

 

Tercera generación

 

La tercera generación de bioenergéticos toma un rumbo distinto y le apuesta a modificar el proceso biológico de algas para obtener combustibles.

 

Las algas son particularmente promisorias en este propósito, pues no sólo ofrecen la posibilidad de generar aceite adecuado para el biodiesel, sino que, si se alteran molecularmente, podrían producir biopetróleo, explicó.

 

Esta familia vegetal es diversa y las variantes más conocidas son las macroalgas marinas; sin embargo, también existen las llamadas microalgas, organismos unicelulares que viven de manera independiente y son microscópicos.

 

Las algas, como cualquier organismo vivo, acumulan ciertos compuestos según su entorno y alimentación. Así, si éstas son cultivadas en un fotobiorreactor, donde son limitadas de algún nutriente y sólo disponen de dióxido de carbono, se obtiene aceite en grandes cantidades.

 

“En el IBt se trabaja con una variante que crece en el desierto, pues estos organismos no sólo se encuentran en el mar. Ésta, además de ser alimentada con luz solar y el dióxido de carbono presente en el aire, es privada de ciertos nutrientes para que  genere lípidos.”

 

Este procedimiento resulta atractivo porque su nivel potencial de producción es alto, contrario al que se registra en procesos basados en residuos, como es el caso del de aceite recolectado en comedores o de otras fuentes oleaginosas.

 

La demanda diaria de diésel en el país es de aproximadamente 50 millones de litros empleados principalmente por camiones que se dedican al transporte de carga pesada, barcos y en algunos automóviles.

 

La ventaja de las microalgas es que, al ser unicelulares, maduran más rápido y se duplican en un solo día, lo que no sucede con el resto del reino vegetal, pues la caña de azúcar, pese a ser una de las plantas con mayor rendimiento de sacarosa, está limitada a una cosecha anual.

 

Pero las algas no sólo acumulan aceites, sino también alcanos y alquenos, compuestos presentes en el petróleo, por lo que es factible generar biomasa y transformarla en biopetróleo, expuso. Además hay  una tercera opción que se analiza en el IBt, consistente en  la modificación genética de bacterias para que produzcan también dichas sustancias.

 

Un aspecto a subrayar, explicó, es que los biocombustibles son renovables, no finitos como los hidrocarburos fósiles. La finalidad es partir del hecho que, con la energía del Sol y el dióxido de carbono de la atmósfera la naturaleza produce biomasa, que podría ser integrada a procesos de producción de biocombustibles  amigables con el medio ambiente ya sea etanol, biodiésel o incluso biopetróleo.

 

Como el petróleo es en esencia un biocombustible producido naturalmente, indicó Martínez Jiménez, la tarea de los científicos es imitar a la naturaleza, pero tecnológicamente y no en tiempos geológicos, sino inmediatos.

 

La ventaja es que los bioenergéticos, en un balance global, no incrementan los gases de efecto invernadero y son renovables, por lo que son ecológicos. “Si hace 100 años se hubieran utilizado no estaríamos padeciendo los efectos del cambio climático”, aseveró.

 

Con la biotecnología se pueden obtener combustibles líquidos, gaseosos y en algunos casos sólidos; pero también de sus derivados se fabrican diversos objetos.

 

Para sustituir los polímeros actuales existe un producto derivado de una materia prima que se denomina “lactato”, un ácido que se encuentra en el yogur y que llevaría a la manufactura masiva de plásticos biodegradables.

 

De hecho, la UNAM ha desarrollado procesos para obtener lactatos a partir de material biológico de desecho y que son utilizados para crear diversos utensilios, como bolsas y reglas, pero con la ventaja de que, al descomponerse rápidamente, no ensuciarán el ambiente durante décadas, como sucede con los objetos elaborados a partir del petróleo.

 

Éste proyecto se denomina biorrefinería y es de suma importancia, pues fuentes de energía alternas como la eólica, la solar o la hidráulica sólo producen electricidad, pero con la biotecnología se obtienen los productos que remplazarán a los petroquímicos, un aspecto que se ha descuidado y en el que la Universidad está a la vanguardia internacional.

 

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Foto 01

 

Es importante el desarrollo de la biotecnología, pues cuando las reservas de crudo se agoten, serán necesarios métodos alternos de energía, señaló el investigador del IBt, Alfredo Martínez Jiménez.

 

 

Foto 02

 

El Instituto de Biotecnología de la UNAM desarrolló un método para producir energéticos como el etanol, imitando los procesos de la naturaleza para descomponer materia vegetal.

 

 

Foto 03.

 

Con la biotecnología se pueden obtener combustibles líquidos, gaseosos y, en algunos casos, sólidos.