12:30  hrs. 1 de Noviembre de 2008

  

Boletín UNAM-DGCS-690

Ciudad Universitaria

 

 Salvador Reyes

Pie de fotos al final del boletín

 

LAS REPRESENTACIONES DE LA MUERTE, UN MODO DE VIVIFICARLA

 

·        Con ello, se pretende ocultar el miedo que se le tiene, dijo la Coordinadora de Comunicación Académica del IIA de la UNAM, Patricia Martel Díaz Cortés

·        El mexicano la materializó en la música, el arte, y el alimento, como un mecanismo de defensa para la aceptación, y una respuesta al temor, señaló el secretario Académico del IIB, Salvador Reyes

·        La celebración del día de los difuntos es una remembranza de los que se han ido, y las ofrendas propician su regreso, indicó el académico de la FFyL, Alfredo Ruiz

 

Se le conoce como la tilica, la pelona, la tía de las muchachas, la huesuda, la patas de hilo, la flaca; piezas de barro, cartón, o metal, recrean su imagen, y una catrina con sombrero y vestido elegante, canciones e inclusive poemas, constituyen un modo de vivificarla.

 

A lo largo de la historia, se le ha simbolizado de diferentes maneras; a veces aparece como imagen de santidad, otras como alegoría, pero siempre viva.

 

En realidad, estas expresiones culturales permiten a los vivos enfrentar el miedo ante la incertidumbre de la muerte, señaló la coordinadora de Comunicación Académica del Instituto de Investigaciones Antropológicas (IIA) de la UNAM, Patricia Martel Díaz Cortés.

 

En todas las culturas, la muerte ha sido motivo de reflexión filosófica, pero en el país se ha convertido, debido a las artes visuales y, sobre todo, a la cultura popular, en un tótem. “Es símbolo de la mexicanidad, y ha logrado que los extranjeros volteen la mirada hacia México, admirados por la forma en que nos relacionamos con ella”.

 

Hoy, el Día de los Muertos convierte las remembranzas en un espacio festivo, no muy lejano a lo que fue en épocas ancestrales el sentido de convivir con las almas, que siempre regresaban transformadas en otras existencias: aves, mariposas, y piedras.

 

En la época colonial, el pensamiento mesoamericano y la nueva religión fusionaron creencias y prácticas, en las que la imagen del purgatorio y las experiencias de numerosos decesos por epidemias, y pestes en Europa, así como el holocausto indígena por la Conquista, dieron a la imagen de la muerte un sentido oscuro y trágico.

 

Su culto, es un proceso de la formación del Estado mexicano, atravesado por las guerras de Independencia y la Revolución; pasó a las manos de la cultura popular, que finalmente la convirtió en un personaje.

 

Martel Díaz Cortés indicó que la cultura es dinámica; se llena de estilos, modas y pensamientos. Las tradiciones, heredadas de los antepasados, se transforman; algunas se pierden, y otras se recuperan; es lo que ocurre con las celebraciones de noviembre.

 

Lo que diferencia a la nuestra de otras culturas es el modo de festejar, la intimidad con la muerte, y las raíces mesoamericanas. Para muchos, esa condición representa respeto o miedo, y arrancarle la parte trágica, a partir de la convivencia con su imagen, caricatura y jolgorio, vuelve a los mexicanos un tanto irreverentes, consideró.

 

La muerte, materializada en el arte

Por su parte, el secretario Académico del Instituto de Investigaciones Bibliográficas (IIB), Salvador Reyes Equiguas, admitió que el mexicano es consciente que lo único seguro en esta vida es la muerte, pues un pueblo que sufrió el sometimiento en la época colonial, que enfrentó guerras y epidemias, necesariamente tuvo que construir una visión “muy abierta”.

 

Llego un momento en que el pueblo estuvo tan ligado a la muerte, que la incorporó a su cotidianidad, y la plasmó en la música, el arte, y el alimento, como un mecanismo de defensa para la aceptación, y una respuesta al temor que se le guarda. La incertidumbre de saber qué hay después de la existencia material es lo que más preocupa, no tanto el cuerpo. “Ese es el meollo de la veneración”, sostuvo.

 

“Había que materializar las emociones, o darles una forma sensible, tangible; eso es el arte popular que ha surgido en torno a la muerte”.

 

Asimismo, coincidió con Martel Díaz, en que la idea de ver a la muerte con alegría obedece, en un primer plano, a la resignación, y después al temor.

 

Aún falta mucho por conocer de la muerte y su historia, pues se ha creado una imagen y se asume como una emoción previa; no obstante, la juventud recrea su propia imagen, pues cada época construye sus propios conceptos, apuntó.

 

Los velorios y la idea popular de morir con música, es una actitud inexplicable, objeto de reflexión, pues combina la nostalgia, la alegría y el dolor. Para los mexicanos es común desear que los seres queridos no lloren el momento del deceso, como bien expresó Andrés Henestrosa, en La Martiniana:
 
“Niña, cuando yo muera
no llores sobre mi tumba;
toca sones alegres, mi vida,

cántame La Sandunga

 

La irreverencia a la muerte tiene un sustrato ancestral, que se ha compartido, y se seguirá heredando a muchas generaciones, pues las tradiciones son entes vivos, cambiantes y dinámicos, que necesitan transformarse para sobrevivir. “No pueden petrificarse, pues en ese momento se extienden, porque se convierten en discursos”, añadió.

 

Así, el pueblo mexicano, en su carácter mestizo, tomó dos vertientes culturales: la nativa y la occidental. En la primera, tenía una connotación distinta a la tradicional, pues la muerte no es el fin de la existencia, es una etapa de la vida, algo necesario para la regeneración.

 

La parte cristiana es más complicada, pues allí la muerte es necesaria para alcanzar una vida suprema, para trascender y aspirar a algo distinto a lo terrenal, es decir, en México se combinan ambas creencias en una sola, destacó.

 

El jolgorio, para perderle el miedo a la muerte

A su vez, el académico de la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL), Alfredo Ruíz Islas, cuestionó la idea de que hacer alegorías de la muerte constituya una burla a la misma pues, destacó, se debe distinguir lo que son los muertos y la muerte. “Esta última es donde el sujeto se frena, y el culto a los muertos nace para retar esa aniquilación”.

 

Son espacios distintos; para la muerte no hay culto, sí para la memoria de los difuntos, y esta festividad, “heredada de un montón de costumbres como la prehispánica, la europea, incluso la norteamericana”, es la desacralización de la muerte, un intento por perder el miedo. “Se intenta que no sea un espacio temible”.

 

Pensar en ella con vestido, bailando o en el jolgorio, tiene que ver con la posibilidad de dejar atrás el temor, y relacionarla con el espacio del muerto, pues por sí misma no tiene sentido, dijo.

 

En México, la gente se va, pero no del todo. La celebración en noviembre es una remembranza, para tenerlos presentes, y las ofrendas propician su regreso; por ello, se brindan cosas que le agradaban a quien se fue, concluyó.

 

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Foto 01

 

Pensar en la muerte con vestido, bailando, en el jolgorio, tiene que ver con la posibilidad de dejar atrás el temor, consideró el académico de la FFyL de la UNAM, Alfredo Ruíz Islas.

 

Foto 02

 

A la muerte se le ha simbolizado como santidad, como alegoría, pero siempre viva, como una forma de oposición de lo que trae consigo, comentó Patricia Martel Díaz Cortés, del IIA de esta casa de estudios.

 

Foto 03

 

Salvador Reyes Equiguas, del IIB, dijo que el mexicano está consciente que lo único seguro en esta vida es la muerte, pues después de enfrentar guerras y epidemias, construyó una visión abierta.

 

Foto 04.

 

El pueblo mexicano estuvo tan ligado a la muerte, que la incorporó a su cotidianidad; la plasmó en la música, el arte y la comida, como un mecanismo de defensa para la aceptación.