Boletín UNAM-DGCS-447
Ciudad Universitaria
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final del boletín
SE SOCIALIZA
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La profesora de
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Pareciera que quien no aprende a ser
impulsivo y acepta la intimidación como comportamiento dominante, tiene menos
posibilidades de sobrevivir, señaló
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La agresión y el miedo llevan al aislamiento
y a la individualidad; los jóvenes prefieren estar en su casa o en la calle más
que en las aulas, indicó
En la escuela y en la familia se socializa la violencia, se estandariza
como un comportamiento habitual y pareciera que quien no aprende a ser
impulsivo y acepta la intimidación como comportamiento dominante, tiene menos
posibilidades de sobrevivir, señaló la profesora de
La brutalidad se impone y se disfraza como un proceso constructivo.
Así, cuando un maestro la ejerce contra un niño, seguramente dice que “es por
su bien”, y si se ensaña con alguien es porque “lo está educando”, añadió.
Lo peor es que la víctima lo acepta y es incapaz de sostener relaciones
positivas; esos problemas se reflejan en la comunicación, la confianza, la
aceptación y la legalidad, puntualizó.
Lo más preocupante de las expresiones violentas es su cotidianidad. Es
consentida sutilmente y, finalmente, se reproduce en relaciones de dominio y
sumisión. Se trata de una actitud que, simplemente, se repite, indicó Tello,
quien cursó la licenciatura en Trabajo Social y la especialización en Modelos
de Atención en
La escuela es señalada como un espacio agresivo e inseguro debido a la
presencia armas, sexo, droga y falta de vigilancia, sobre todo entre
adolescentes. Los jóvenes son víctimas y protagonistas de los hechos más
extremos de la sociedad, refirió.
En el centro de las relaciones de la comunidad escolar se encuentra la
violencia, a veces expuesta; otras, disimulada y alguna más oculta,
sin importar si se trata de vínculos entre alumnos y autoridades, con los
maestros o entre los mismos educandos, precisó.
La agresión y el miedo llevan al aislamiento y a la individualidad, toda
vez que los jóvenes prefieren estar en su casa o en la calle que en las aulas.
En un alto porcentaje, dicen que en su hogar es donde se sienten más aceptados
y seguros, reveló.
De quien menos se sienten humillados los jóvenes es de sus padres. No
obstante, ello pertenece al imaginario colectivo, donde sus responsables tienen
derecho hasta de tratarlos mal, porque “lo hacen por su bien” o porque “los
están educando”, reiteró.
Los gritos y las ofensas de los progenitores hacia los vástagos son
constantes, involuntarios y son aceptados, afirmó. Si bien se ha sostenido que
el núcleo familiar es lo más importante –y es cierto, porque es el referente de
seguridad–, ello no quiere decir que en la
cotidianidad cumpla todas las funciones.
La violencia es parte de la cultura social. Es necesario recordar que
uno se acostumbra a ella y deja de reconocerla, lo que ocasiona que sea un
fenómeno que no sólo se reproduce, sino que se incrementa, detalló.
Los adolescentes tienen aún más problemas para identificar ese proceder.
La familiarización con la brutalidad y, por lo tanto, su aceptación
inconciente, está en el centro de la reproducción de una sociedad en
descomposición, concluyó.
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La profesora de
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La agresión y el
miedo llevan al aislamiento y a