Boletín
UNAM-DGCS-006
Ciudad Universitaria
Pie de fotos al
final del boletín
·
Javier Urbina Soria, de
·
El 90 por ciento ignora las circunstancias de
peligro que pudieran afectar su vida, revela una investigación realizada por el
especialista
La población mexicana no le ha dado importancia a la comunicación de
riesgos ambientales y, por tanto, sus resultados tampoco han sido efectivos,
aseguró Javier Urbina Soria, de
Cuando la gente percibe un peligro en el entorno por lo regular no hace
lo necesario para protegerse. Primero realiza un balance para tomar decisiones:
modifica la circunstancia o su comportamiento, explicó.
Si lo que tiene que hacer para cuidarse implica transformaciones estructurales
en su forma de vida decide no hacerlos, se resiste a variar su cotidianeidad y,
con ello, provoca que el peligro se profundice, agregó.
Ello se refleja en una encuesta realizada a 800 personas de
La investigación de Urbina Soria constó de un cuestionario de alrededor
de 400 preguntas aplicadas a personas de
Podría haber varias explicaciones y la más básica hablaría de que prácticamente
por instinto se tienen que enfrentar los riesgos, pero también hay una
respuesta social; todos han sido educados en situaciones de competencia –sea deportiva,
económica o formativa– y en todas ellas se tiene que tomar una medida, apuntó.
Encarar los peligros es cotidiano; incluso al momento de cruzar la
calle: librar al coche que viene o mejor esperarse y nunca desaparece por
completo: puede subir o bajar de grado, añadió.
Los riesgos ambientales tienen una clasificación formal en el Centro Nacional
de Prevención de Desastres, y son: geológicos, como erupciones volcánicas o
temblores; físico-químicos, explosiones o incendios; hidrometeorológicos, todo
lo que tiene que ver con el clima; sanitarios, relacionados con la
contaminación y socio-organizativos, como las manifestaciones.
Urbina Soria y su grupo, tras aproximadamente 10 años de estudio en
estas cuestiones, han agregado un grupo más: los urbano-arquitectónicos, es
decir, los referentes a la invasión de espacios públicos por ambulantes; la
altura propia de los edificios y su buen o mal estado; las construcciones en
ruinas y el tráfico intenso, porque ante una emergencia es difícil escapar,
entre otros factores.
El especialista habló también del mito de la invulnerabilidad personal:
se acepta que puede haber una amenaza para los demás pero no para uno mismo; en
cuestiones ambientales estas protecciones suelen adjudicarse a situaciones
divinas y a agencias gubernamentales, pero generalmente no se origina la
responsabilidad de manera personal, aseveró.
Cuando los riesgos ponen en peligro directo a los infantes, ahí sí hay
una manifestación, sobre todo de las mujeres para que no les ocurra nada, hay
una protección especial, detalló.
En comunicación de riesgos, expresó, se habla de tres esferas: la
cognoscitiva, donde la gente sabe que hay un problema; la afectiva, donde
percibe que está involucrada en la situación y que le puede afectar, y la
conductual, donde debería reducir el riesgo o ponerse a salvo. “Las dos
primeras son relativamente fáciles de cubrir; pero es difícil cambiar los
hábitos de vida, que es donde el proceso tiene un hueco enorme”.
El asunto, concluyó, es que de unas décadas a la fecha, se dice que se
vive en la sociedad del riesgo, que los seres humanos están expuestos a una
serie de circunstancias que ponen en peligro su salud; lo que no significa que
las generaciones pasadas no estuvieran expuestas.
-oOo-
FOTO 01
La población
mexicana no le ha dado importancia a la comunicación de riesgos ambientales, aseguró
Javier Urbina Soria, de
FOTO 02.
Cuando la gente
percibe un peligro en el entorno por lo regular no hace lo necesario para
protegerse: modifica la circunstancia o su comportamiento, explicó el investigador
de