06:00  hrs. 12 de Diciembre de 2006

 

 

Boletín UNAM-DGCS-898

Ciudad Universitaria


Eugenio Valle Molina

Pie de foto al final del boletín

 

 

SE LES NIEGA EDUCACIÓN Y TRABAJO A LAS PERSONAS CON CAPACIDADES DIFERENTES, SEÑALAN EN LA UNAM

 

·        Jóvenes con algún tipo de invalidez narraron sus experiencias en una mesa redonda sobre el tema

·        Tras sus palabras quedó de manifiesto que a lo largo de su vida se han encontrado las dos partes: muestras de apoyo y de rechazo

·        Carmen Itzel Romero, Rosa Molina Diego, Eugenio Valle Molina, Jesús Argumedo Castañeda y Gabriela Henríquez, participaron en el evento organizado por la FFyL

 

A las personas con algún tipo de invalidez con frecuencia se les niega la oportunidad de recibir educación básica en el caso de los niños, y de encontrar trabajo bien remunerado en los adultos, coincidieron en señalar cinco jóvenes con discapacidad que participaron en una mesa redonda sobre el tema en la UNAM.

 

En el evento, organizado por el Comité de Atención a la Diversidad de la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL), coordinado por Alicia Angélica López Campos, ofrecieron sus testimonios en diferentes ámbitos: familiar, social, escolar y laboral. Tras sus palabras quedó de manifiesto que a lo largo de su vida se han encontrado muestras de apoyo y rechazo. 

 

En su intervención, Gabriela Henríquez, quien estudia Biblioteconomía en la FFyL y fue diagnosticada con espina bífida –defecto de la columna vertebral, inhabilitante– narró que en la preparatoria, que cursó en la UNAM, perdió un año por una materia, por lo que decidió entrar a trabajar.

 

Al intentar encontrar empleo, añadió, tuvo malas experiencias en varios lugares. En el primero donde le dieron apoyo en ese sentido fue la asociación Hoy es el Amigo, donde emplean a personas con discapacidad para hacer diversos artículos y venderlos.

 

Actualmente, realiza actividades por las cuales no recibe ninguna paga: en la revista Yo discapacitado escribe artículos, y pertenece a la Fundación de Apoyo a la Juventud.

 

Jesús Argumedo Castañeda relató que a los seis años perdió la vista. Después fue a una escuela para ciegos, donde su rehabilitación fue rápida, de seis meses, por la experiencia previa. Al querer entrar a una primaria particular no pudo. Entre otros argumentos, le dijeron que no se iban a hacer responsables.

 

En secundaria tuvo problemas con profesores de matemáticas, física y química. Hubo quien quería regalarle la calificación, pero él siempre pidió que le permitiera demostrar que sabía. Tuvo promedio de 9.9, el cual bien “los puedo compartir con mi familia y mis amigos”.

 

Sabía que el grado de dificultad aumentaría en la preparatoria, pero no se desanimó. Estudió en el plantel cinco de la UNAM. Más adelante, “como desde niño le gustaban las computadoras y sabía que con la tecnología podía lograr que muchas personas con discapacidades se integraran, crecieran e ingresaran al mundo laboral sin problema, decidió estudiar Ingeniería en Computación”.

 

Como reflexión final, destacó que todas las limitantes que cada institución le planteó o cada profesor le mencionó no están dentro de los esquemas que regulan el sistema, sino de las mentes que manejan esas organizaciones.

 

Carmen Itzel Romero, invidente, quien estudió la carrera de Pedagogía en la Universidad Pedagógica Nacional y actualmente realiza su servicio social, narró que de pequeña estuvo en una escuela de rehabilitación para niños ciegos, donde recibió estimulación temprana y técnicas de la vida diaria.

 

En la primaria se integró a una escuela regular. Fue difícil, había niños que le escondían sus cosas, o a veces le hablaban y otras no. Pero siempre encontró quien la ayudara; amigas, profesores.

 

En secundaria algunos de sus profesores la apoyaron; pero en la preparatoria sus padres casi no la ayudaban, por lo que optó por grabar sus clases. En sus cursos universitarios empezó a salir sola a la escuela, que le quedaba a hora y media de su casa. Allí encontró un ambiente maternal, porque muchas estudiantes ya tenían hijos. Pero no todo fue tan bello: a la hora de elegir asesor para su tesis, por ejemplo, los dos que escogió se negaron argumentando no saber cómo trabajar con ella.

 

Rosa Molina Diego, de Cuetzalan, Puebla, recordó que cuando sus padres se dieron cuenta de que no podía ver se trasladaron a la Ciudad de México en busca de una solución. Al darse cuenta de que no la había se les sugirió que la llevaran a una escuela para niños ciegos. Ahí aprendió el sistema Braille y conoció a otras personas como ella.

 

Algunos de sus compañeros, dijo, le contaron sus historias. Supo de familias donde todavía hay discriminación y no los aceptaban. Sin embargo, en su opinión, “no permitir que un discapacitado conviva con sus seres queridos lo vuelve más inseguro y no permite que tenga una alta autoestima”. Lo bueno es que no todos sufrían por esta situación, sino que tuvieron un gran apoyo.

 

Creo, agregó, que el respeto, la tolerancia y la no discriminación hacia una personas con estas características son valores morales que se aprenden dentro de la familia.

 

Eugenio Valle Molina, quien es poeta y escritor, tituló su participación La ceguera como materia social y literaria. En particular se refirió a su cuento Una odisea más, el cual ganó el segundo lugar en el Premio Nacional de Cuento y está por aparecer en un libro.

 

Dicho texto, contó, habla de Memo, un niño ciego y los problemas que enfrenta en la escuela, donde hay profesores y alumnos que pareciera que no lo entienden. En realidad, comentó, “no es realmente autobiográfico”.

 

El director imaginario en un momento dado dice: “no dudo que los ciegos sean inteligentes y que puedan hacer las cosas, pero me parece conveniente que lo hagan en escuelas donde asistan personas con su mismo problema”, lo cual es discriminatorio.

 

Concluyó al decir que hay entre 200 mil y 300 mil ciegos en México, para quienes “ha sido una odisea tratar de salir a la calle, mostrar lo que uno quiere, cumplir los sueños”.

 

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FOTO 01.

 

Jesús Argumedo, Rosa Molina, Eugenio Valle, Itzel Romero, Gabriela Henríquez y Alicia Angélica López durante una mesa redonda en la UNAM donde se trató el tema de la discapacidad.