Boletín
UNAM-DGCS-898
Ciudad Universitaria
Pie de foto al
final del boletín
·
Jóvenes con algún tipo de invalidez narraron
sus experiencias en una mesa redonda sobre el tema
·
Tras sus palabras quedó de manifiesto que a
lo largo de su vida se han encontrado las dos partes: muestras de apoyo y de
rechazo
·
Carmen Itzel Romero, Rosa Molina Diego,
Eugenio Valle Molina, Jesús Argumedo Castañeda y Gabriela Henríquez,
participaron en el evento organizado por la FFyL
A las personas con algún tipo
de invalidez con frecuencia se les niega la oportunidad de recibir educación
básica en el caso de los niños, y de encontrar trabajo bien remunerado en los
adultos, coincidieron en señalar cinco jóvenes con discapacidad que
participaron en una mesa redonda sobre el tema en la UNAM.
En el evento, organizado por
el Comité de Atención a la Diversidad de la Facultad de Filosofía y Letras
(FFyL), coordinado por Alicia Angélica López Campos, ofrecieron sus testimonios
en diferentes ámbitos: familiar, social, escolar y laboral. Tras sus palabras
quedó de manifiesto que a lo largo de su vida se han encontrado muestras de
apoyo y rechazo.
En su intervención, Gabriela Henríquez,
quien estudia Biblioteconomía en la FFyL y fue diagnosticada con espina bífida
–defecto de la columna vertebral, inhabilitante– narró que en la preparatoria,
que cursó en la UNAM, perdió un año por una materia, por lo que decidió entrar
a trabajar.
Al intentar encontrar empleo, añadió,
tuvo malas experiencias en varios lugares. En el primero donde le dieron apoyo
en ese sentido fue la asociación Hoy es el Amigo, donde emplean a personas con
discapacidad para hacer diversos artículos y venderlos.
Actualmente, realiza actividades por las
cuales no recibe ninguna paga: en la revista Yo discapacitado escribe
artículos, y pertenece a la Fundación de Apoyo a la Juventud.
Jesús Argumedo Castañeda relató que a los
seis años perdió la vista. Después fue a una escuela para ciegos, donde su
rehabilitación fue rápida, de seis meses, por la experiencia previa. Al querer
entrar a una primaria particular no pudo. Entre otros argumentos, le dijeron
que no se iban a hacer responsables.
En secundaria tuvo problemas con
profesores de matemáticas, física y química. Hubo quien quería regalarle la
calificación, pero él siempre pidió que le permitiera demostrar que sabía. Tuvo
promedio de 9.9, el cual bien “los puedo compartir con mi familia y mis
amigos”.
Sabía que el grado de dificultad
aumentaría en la preparatoria, pero no se desanimó. Estudió en el plantel cinco
de la UNAM. Más adelante, “como desde niño le gustaban las computadoras y sabía
que con la tecnología podía lograr que muchas personas con discapacidades se
integraran, crecieran e ingresaran al mundo laboral sin problema, decidió
estudiar Ingeniería en Computación”.
Como reflexión final, destacó que todas
las limitantes que cada institución le planteó o cada profesor le mencionó no
están dentro de los esquemas que regulan el sistema, sino de las mentes que
manejan esas organizaciones.
Carmen Itzel Romero, invidente, quien
estudió la carrera de Pedagogía en la Universidad Pedagógica Nacional y
actualmente realiza su servicio social, narró que de pequeña estuvo en una
escuela de rehabilitación para niños ciegos, donde recibió estimulación
temprana y técnicas de la vida diaria.
En la primaria se integró a una escuela
regular. Fue difícil, había niños que le escondían sus cosas, o a veces le
hablaban y otras no. Pero siempre encontró quien la ayudara; amigas,
profesores.
En secundaria algunos de sus profesores
la apoyaron; pero en la preparatoria sus padres casi no la ayudaban, por lo que
optó por grabar sus clases. En sus cursos universitarios empezó a salir sola a
la escuela, que le quedaba a hora y media de su casa. Allí encontró un ambiente
maternal, porque muchas estudiantes ya tenían hijos. Pero no todo fue tan
bello: a la hora de elegir asesor para su tesis, por ejemplo, los dos que
escogió se negaron argumentando no saber cómo trabajar con ella.
Rosa Molina Diego, de Cuetzalan, Puebla,
recordó que cuando sus padres se dieron cuenta de que no podía ver se
trasladaron a la Ciudad de México en busca de una solución. Al darse cuenta de
que no la había se les sugirió que la llevaran a una escuela para niños ciegos.
Ahí aprendió el sistema Braille y conoció a otras personas como ella.
Algunos de sus compañeros,
dijo, le contaron sus historias. Supo de familias donde todavía hay
discriminación y no los aceptaban. Sin embargo, en su opinión, “no permitir que
un discapacitado conviva con sus seres queridos lo vuelve más inseguro y no
permite que tenga una alta autoestima”. Lo bueno es que no todos sufrían por
esta situación, sino que tuvieron un gran apoyo.
Creo, agregó, que el respeto, la tolerancia
y la no discriminación hacia una personas con estas características son valores
morales que se aprenden dentro de la familia.
Eugenio Valle Molina, quien es
poeta y escritor, tituló su participación La ceguera como materia social y
literaria. En particular se refirió a su cuento Una odisea más, el
cual ganó el segundo lugar en el Premio Nacional de Cuento y está por aparecer
en un libro.
Dicho texto, contó, habla de Memo, un
niño ciego y los problemas que enfrenta en la escuela, donde hay profesores y
alumnos que pareciera que no lo entienden. En realidad, comentó, “no es
realmente autobiográfico”.
El director imaginario en un momento dado
dice: “no dudo que los ciegos sean inteligentes y que puedan hacer las cosas,
pero me parece conveniente que lo hagan en escuelas donde asistan personas con
su mismo problema”, lo cual es discriminatorio.
Concluyó al decir que hay entre 200 mil y
300 mil ciegos en México, para quienes “ha sido una odisea tratar de salir a la
calle, mostrar lo que uno quiere, cumplir los sueños”.
-oOo-
FOTO 01.
Jesús Argumedo,
Rosa Molina, Eugenio Valle, Itzel Romero, Gabriela Henríquez y Alicia Angélica
López durante una mesa redonda en la UNAM donde se trató el tema de la
discapacidad.