Boletín
UNAM-DGCS-113
Ciudad Universitaria
Pie de fotos al final del boletín
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Aseguró Ana María Cetto, directora general
adjunta de la Agencia Internacional de Energía Atómica e investigadora del
Instituto de Física de la UNAM
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Recuerdan en la Universidad Nacional, la vigencia
del Tratado de Tlatelolco
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La tradición pacifista de México no se reduce a
ese acuerdo, sino que es reflejo de una cultura de conciliación en todos los
niveles, dijo
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Para Benjamín Ruiz Loyola, de la Facultad de
Química, la virtud de este documento es haber sido el primero que procuró el
desarme absoluto de una región del
planeta
A 39 años de haberse firmado el
Tratado de Tlatelolco para la Proscripción de las Armas Nucleares en América
Latina y el Caribe, aún hay fuerzas en sentido contrario a ese acuerdo y la
amenaza de su proliferación está viva, con la intervención de nuevos actores,
por lo que ese pacto debe mantenerse vigente, aseguró Ana María Cetto,
directora general adjunta del Organismo Internacional de Energía Atómica
(OIEA), con sede en Viena, Austria.
La también
investigadora del Instituto de Física de la UNAM opinó que la tradición
pacifista de México no se reduce a ese Tratado, sino que es reflejo de una
cultura de conciliación en todos los niveles: en la población, instituciones y
aún en esferas del gobierno, aunque no siempre se promueva de manera activa.
Por ello, añadió,
en el escenario mundial es importante que nuestro país siga comprometido en ese
campo. “Lo peor que se puede hacer es cruzarse de brazos y tomar una actitud
pasiva. La paz se construye activamente, es un proceso y hay que
responsabilizarse con él de forma continua”.
Para Benjamín Ruiz Loyola, profesor
de la Facultad de Química, este convenio está vigente y es necesario. Su virtud
se basa en haber sido el primero que procuró el desarme absoluto de una región
entera del planeta y a partir del cual comenzaron a firmarse otros.
Sin embargo, el
problema ha sido la enorme falta de voluntad política para llevar a la práctica
sus acuerdos, sostuvo quien fuera inspector de la ONU en Irak. Los seres
humanos todavía no se respetan unos a otros, no se ha encontrado la manera de
vivir en armonía; sólo se trata de no tener conflictos.
Pero el Tratado de
Tlatelolco –firmado el 14 de febrero de 1967–muestra que cuando se tiene la
disposición se puede avanzar hacia el desarme, prosiguió. Habrá quien diga que
su suscripción “era fácil porque los países latinoamericanos no tenían una sola
arma nuclear; no obstante, el deber de las naciones firmantes fue más allá y
eso es lo importante”.
El documento, en su
primer artículo, determina el compromiso de los Estados rubricantes de
“utilizar exclusivamente con fines pacíficos el material y las instalaciones
nucleares sometidos a su jurisdicción, y a prohibir e impedir en sus
respectivos territorios: el ensayo, uso, fabricación, producción o adquisición,
por cualquier medio, de toda arma nuclear, por sí mismas, directa o
indirectamente, por mandato de terceros o en cualquier otra forma”. Además, el
recibo, almacenamiento, instalación, emplazamiento o cualquier modo de
posesión, recordó.
Las partes también
se obligaron a “abstenerse de realizar, fomentar o autorizar, directa o
indirectamente, el ensayo, el uso, la fabricación, la producción, la posesión o
el dominio de toda arma nuclear o de participar en ello de cualquier manera”,
agregó.
La
bomba
Durante la Segunda
Guerra Mundial, Estados Unidos y Alemania compitieron para ser la primera
nación en fabricar un arma nuclear. En 1942, físicos norteamericanos dividieron
los átomos en una reacción en cadena controlada, en el proyecto secreto
Manhattan. En 1945, el uso de bombas atómicas en Japón puso fin a la
conflagración.
Después de ese
episodio, el mundo se acercó a un enfrentamiento nuclear en 1962 con la llamada "crisis de los misiles",
entre Cuba, la Unión Soviética y EU. Las dos primeras naciones emplazaron ese
tipo de armamento y plataformas de lanzamiento en la isla, a lo cual los
estadounidenses reaccionaron con la imposición de un bloqueo marítimo para
impedir el arribo de otras armas de destrucción masiva. El conflicto se
solucionó con el retiro del material a cambio del compromiso de la Unión
Americana de no invadir suelo cubano.
A raíz de ese
trance, en marzo de 1963, el presidente mexicano Adolfo López Mateos escribió a
sus homólogos de Bolivia, Brasil, Chile y Ecuador para tratar el tema de la
desnuclearización de América Latina. Al siguiente año, se iniciaron los
trabajos para la realización del Tratado de Tlatelolco, encabezados por Alfonso
García Robles –egresado de la Facultad de Derecho de la UNAM– quien por sus esfuerzos en este sentido
recibió el Premio Nobel de la Paz en 1982.
Benjamín Ruiz
explicó que estas armas son dispositivos que liberan energía nuclear de manera
no controlada y constan de dos sistemas de explosivos. Para su fabricación no
sólo se requiere suficiente masa radiactiva que genere neutrones para suscitar
una reacción en cadena, sino tenerlo en un espacio reducido.
Los combustibles
utilizados pueden ser uranio o plutonio, presentes en ciertos minerales; el
primero es utilizado en centrales nucleoeléctricas y al descomponerse se
transforma y deja como residuo plutonio. Éste último, si se enriquece, puede
servir para fabricar armas, aseveró.
Los efectos de un
arma nuclear son varios, expuso el universitario. El primero, es el referente a
la propia detonación, es decir, el movimiento aéreo y de materia que es lanzado
violentamente; el segundo es el aumento de la temperatura en miles de grados.
El tercero, es la
acción inversa al estallido, o sea, "luego de que el aire se expande y
arroja todo hacia los lados, en el centro queda un vacío y a una temperatura
elevada. Cuando se enfría, se recupera la materia que se había eliminado a una
velocidad increíble".
Un cuarto efecto,
de largo plazo, es la radiación con secuelas de contaminación y daños irreversibles a la salud, ya que se asocia
a problemas de cáncer, alteración del sistema reproductivo y otra serie de
complicaciones médicas, refirió el químico.
Ante este panorama, el Tratado de
Tlatelolco –antecedente del Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares
(TNP)– tiene un significado que va más allá del compromiso de establecer y
mantener a toda América Latina como zona libre de ese armamento.
En realidad, indicó Ana María Cetto, ha
dado pie y contribuido a establecer otros espacios sin armas nucleares, tanto
en el Continente Africano, mediante el Tratado de Pelindaba, como en Australia
y Oceanía con el acuerdo de Rarotonga, y otros como los de Bangkok y la Declaración
de Mongolia.
Sin embargo,
reconoció, aún hay mucho por hacer. Si bien estas áreas abarcan una parte
importante del planeta, hay otras cubiertas por potencias con ese armamento y
otras más que no se han comprometido a mantenerse sin esos artefactos, precisó.
Usos
benéficos
El Tratado de
Tlatelolco no menoscaba los derechos de los países para usar la energía nuclear
con fines pacíficos, de modo particular en su desarrollo económico y progreso
social. En ese sentido, detalló Ana María Cetto, las naciones de América Latina
que tienen reactores son miembros del OIEA y están sujetas a procedimientos y
controles para garantizar su uso para la paz.
Mientras se cumplan
esos compromisos “no tenemos nada qué temer. El Organismo ha trabajado intensamente
con esos países en la construcción y desarrollo de una infraestructura de
seguridad, no solo para el buen manejo de los materiales nucleares en las
plantas, sino también en los hospitales y otros centros donde se utilizan
radioisótopos o fuentes radioactivas”. Así se garantiza la protección del
personal, usuarios, población en general y medio ambiente, aclaró.
Benjamín Ruiz
señaló que los beneficios de la energía nuclear son muchos, más de los que se
piensa. “Una central de energía en una zona desértica junto al mar, por
ejemplo, permitiría hacer potable el agua”. También se usa para diagnóstico de
males: los rayos X para radiografías son resultado de una parte de la energía
de la descomposición del núcleo atómico.
Además, se utiliza
como medio de contraste para verificar el funcionamiento de glándulas o algunos
órganos del cuerpo. Por ejemplo, el yodo radioactivo es útil para la revisión
del funcionamiento de la tiroides y permite tener un diagnóstico exacto y
rápido. Otro uso obvio es la radioterapia para control de cáncer.
En muchos lugares del mundo se
emplea para conservación de alimentos, ya que mata a los microorganismos que
provocan la pudrición. Luego se empacan al vacío, sin aditivos químicos que
puedan alterar color, olor o sabor, conservándose durante mucho tiempo en
buenas condiciones, lo cual ayudaría a aliviar problemas de hambre. Si se usara
para conseguir víveres en lugar de hacer bombas, todo el mundo tendría
sustento, consideró el académico.
Además, expresó, su existencia trae
más beneficios que costos. Es mucho más limpia y no contamina el aire, con lo
cual disminuiría el calentamiento global causado por la emisión de gases de
efecto invernadero. Al quemar menos combustibles fósiles se podría “aprovechar
mejor el petróleo”.
Ana María Cetto apuntó que muchos
países han aceptado firmar un protocolo adicional al TNP, y se comprometen a
poner a disposición de los inspectores del OIEA sus instalaciones y
laboratorios en el momento que el Organismo juzgue necesario hacer una
revisión.
“Eso es una garantía, afirmó. Se
busca que todas las naciones muestren esa disposición y compromiso, porque
mientras haya algunas que no aceptan entrar a este régimen, siempre existirá
duda, incertidumbre y se creará inestabilidad que, sumada a otros factores,
como el político, pueden provocar que la situación se torne delicada”.
El OIEA puede compartir técnicas y
tecnologías, sin peligro o riesgo alguno, útiles para resolver problemas de
desarrollo, como el manejo de aguas, nutrición, enfermedades contagiosas y
crónicas. Tal es el objetivo del Programa de Cooperación Técnica del Organismo,
mencionó.
Se tendrá mucho que
hacer mientras haya rezagos en desarrollo y porque las técnicas nucleares
avanzan, hay nuevos instrumentos y procedimientos de diagnóstico. Sin duda,
seguirá ocupado al hacer “un trabajo efectivo que no sólo ayude a los países a
resolver problemas específicos, sino que permita que éstos adquieran
capacidades propias. Ellos son nuestros socios; no es un programa asistencial”,
refrendó.
Las acciones del OIEA en América
Latina conforman una amplia cartera de proyectos, como el manejo del acuífero
guaraní, en Sudamérica, con tres países; y en Venezuela se ayudó a detectar una
fuga peligrosa en una presa, reveló.
Además, informó, en
varios países se contribuye a la detección de la bacteria Helicobacter pylori –causante
de gastritis, úlcera y cáncer de estómago–, problema común en la región y de
difícil detección sin la técnica nuclear. También, se combaten algas tóxicas
que afectan la producción pesquera en Chile, y en Centroamérica se controla la
mosca de fruta.
Se contribuye, reiteró, “al
desarrollo de los países, en la elaboración de currícula, capacitación,
educación, entrenamiento, provisión de equipo, construcción de laboratorios,
instalaciones y mediante mecanismos reguladores para protección radiológica en
centros de trabajo”, entre otras acciones.
En ese contexto, enfatizó, una vez
más la UNAM se muestra como una institución fuerte y con una presencia
importante. Varios proyectos apoyados por el Organismo son dirigidos o cuentan
con la participación de científicos de esta casa de estudios.
Uno de ellos se relaciona con la
Maestría en Física Médica del Instituto de Física. Esa entidad universitaria
recibe apoyo del OIEA y al mismo tiempo interviene en actividades que
benefician a la formación de recursos humanos en otros países de la región,
recalcó.
La Universidad Nacional, mediante
ese y otros institutos, como el de Ciencias Nucleares, es de las instituciones
que han colaborado activamente en la cooperación con ese Organismo, en sus
programas de cooperación técnica o de investigación. “Expertos de la UNAM
forman parte de grupos o comités que, por ejemplo, formulan las normas y
estándares que después serán aplicados internacionalmente”, manifestó.
Por último, Benjamín Ruiz sugirió que
ante el panorama actual una manera de reducir el riesgo de algún conflicto
nuclear sería que las naciones con arsenal empiecen a disminuirlo de forma
real, y no sólo reduzcan su número al tiempo que crean otro más sofisticado.
Sólo la cooperación entre países y su
voluntad política harán posible la “consolidación de una paz permanente fundada
en la igualdad de los derechos, la equidad económica y la justicia social para
todos”, ideal establecido en el Tratado de Tlatelolco, concluyó.
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Ana María Cetto,
directora general adjunta del OIEA e investigadora del IF de la UNAM, dijo que
el Tratado de Tlatelolco ha dado pie y contribuido a establecer espacios sin
armas nucleares.
FOTO 02
Benjamín Ruiz, de
la Facultad de Química de la UNAM, explicó que las bombas atómicas son
dispositivos que liberan energía nuclear de manera no controlada y constan de
dos sistemas de explosivos.