09:00 hrs.  14 de Febrero de 2006

 

 

Boletín UNAM-DGCS-113

Ciudad Universitaria

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AÚN HAY AMENAZAS DE PROLIFERACIÓN  DE ARMAS NUCLEARES

 

·        Aseguró Ana María Cetto, directora general adjunta de la Agencia Internacional de Energía Atómica e investigadora del Instituto de Física de la UNAM

·        Recuerdan en la Universidad Nacional, la vigencia del Tratado de Tlatelolco

·        La tradición pacifista de México no se reduce a ese acuerdo, sino que es reflejo de una cultura de conciliación en todos los niveles, dijo

·        Para Benjamín Ruiz Loyola, de la Facultad de Química, la virtud de este documento es haber sido el primero que procuró el desarme absoluto de una región  del planeta

 

A 39 años de haberse firmado el Tratado de Tlatelolco para la Proscripción de las Armas Nucleares en América Latina y el Caribe, aún hay fuerzas en sentido contrario a ese acuerdo y la amenaza de su proliferación está viva, con la intervención de nuevos actores, por lo que ese pacto debe mantenerse vigente, aseguró Ana María Cetto, directora general adjunta del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), con sede en Viena, Austria.

 

La también investigadora del Instituto de Física de la UNAM opinó que la tradición pacifista de México no se reduce a ese Tratado, sino que es reflejo de una cultura de conciliación en todos los niveles: en la población, instituciones y aún en esferas del gobierno, aunque no siempre se promueva de manera activa.

 

Por ello, añadió, en el escenario mundial es importante que nuestro país siga comprometido en ese campo. “Lo peor que se puede hacer es cruzarse de brazos y tomar una actitud pasiva. La paz se construye activamente, es un proceso y hay que responsabilizarse con él de forma continua”.

 

Para Benjamín Ruiz Loyola, profesor de la Facultad de Química, este convenio está vigente y es necesario. Su virtud se basa en haber sido el primero que procuró el desarme absoluto de una región entera del planeta y a partir del cual comenzaron a firmarse otros.

 

Sin embargo, el problema ha sido la enorme falta de voluntad política para llevar a la práctica sus acuerdos, sostuvo quien fuera inspector de la ONU en Irak. Los seres humanos todavía no se respetan unos a otros, no se ha encontrado la manera de vivir en armonía; sólo se trata de no tener conflictos.

 

Pero el Tratado de Tlatelolco –firmado el 14 de febrero de 1967–muestra que cuando se tiene la disposición se puede avanzar hacia el desarme, prosiguió. Habrá quien diga que su suscripción “era fácil porque los países latinoamericanos no tenían una sola arma nuclear; no obstante, el deber de las naciones firmantes fue más allá y eso es lo importante”.

 

El documento, en su primer artículo, determina el compromiso de los Estados rubricantes de “utilizar exclusivamente con fines pacíficos el material y las instalaciones nucleares sometidos a su jurisdicción, y a prohibir e impedir en sus respectivos territorios: el ensayo, uso, fabricación, producción o adquisición, por cualquier medio, de toda arma nuclear, por sí mismas, directa o indirectamente, por mandato de terceros o en cualquier otra forma”. Además, el recibo, almacenamiento, instalación, emplazamiento o cualquier modo de posesión, recordó.

 

Las partes también se obligaron a “abstenerse de realizar, fomentar o autorizar, directa o indirectamente, el ensayo, el uso, la fabricación, la producción, la posesión o el dominio de toda arma nuclear o de participar en ello de cualquier manera”, agregó.

 

 

La bomba

Durante la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos y Alemania compitieron para ser la primera nación en fabricar un arma nuclear. En 1942, físicos norteamericanos dividieron los átomos en una reacción en cadena controlada, en el proyecto secreto Manhattan. En 1945, el uso de bombas atómicas en Japón puso fin a la conflagración.

 

Después de ese episodio, el mundo se acercó a un enfrentamiento  nuclear en 1962 con la llamada "crisis de los misiles", entre Cuba, la Unión Soviética y EU. Las dos primeras naciones emplazaron ese tipo de armamento y plataformas de lanzamiento en la isla, a lo cual los estadounidenses reaccionaron con la imposición de un bloqueo marítimo para impedir el arribo de otras armas de destrucción masiva. El conflicto se solucionó con el retiro del material a cambio del compromiso de la Unión Americana de no invadir suelo cubano.

 

A raíz de ese trance, en marzo de 1963, el presidente mexicano Adolfo López Mateos escribió a sus homólogos de Bolivia, Brasil, Chile y Ecuador para tratar el tema de la desnuclearización de América Latina. Al siguiente año, se iniciaron los trabajos para la realización del Tratado de Tlatelolco, encabezados por Alfonso García Robles –egresado de la Facultad de Derecho de la UNAM–  quien por sus esfuerzos en este sentido recibió el Premio Nobel de la Paz en 1982.

 

Benjamín Ruiz explicó que estas armas son dispositivos que liberan energía nuclear de manera no controlada y constan de dos sistemas de explosivos. Para su fabricación no sólo se requiere suficiente masa radiactiva que genere neutrones para suscitar una reacción en cadena, sino tenerlo en un espacio reducido.

 

Los combustibles utilizados pueden ser uranio o plutonio, presentes en ciertos minerales; el primero es utilizado en centrales nucleoeléctricas y al descomponerse se transforma y deja como residuo plutonio. Éste último, si se enriquece, puede servir para fabricar armas, aseveró.

 

Los efectos de un arma nuclear son varios, expuso el universitario. El primero, es el referente a la propia detonación, es decir, el movimiento aéreo y de materia que es lanzado violentamente; el segundo es el aumento de la temperatura en miles de grados.

El tercero, es la acción inversa al estallido, o sea, "luego de que el aire se expande y arroja todo hacia los lados, en el centro queda un vacío y a una temperatura elevada. Cuando se enfría, se recupera la materia que se había eliminado a una velocidad increíble".

 

Un cuarto efecto, de largo plazo, es la radiación con secuelas de  contaminación y daños irreversibles a la salud, ya que se asocia a problemas de cáncer, alteración del sistema reproductivo y otra serie de complicaciones médicas, refirió el químico.

 

Ante este panorama, el Tratado de Tlatelolco –antecedente del Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares (TNP)– tiene un significado que va más allá del compromiso de establecer y mantener a toda América Latina como zona libre de ese armamento.

 

En realidad, indicó Ana María Cetto, ha dado pie y contribuido a establecer otros espacios sin armas nucleares, tanto en el Continente Africano, mediante el Tratado de Pelindaba, como en Australia y Oceanía con el acuerdo de Rarotonga, y otros como los de Bangkok y la Declaración de Mongolia.

 

Sin embargo, reconoció, aún hay mucho por hacer. Si bien estas áreas abarcan una parte importante del planeta, hay otras cubiertas por potencias con ese armamento y otras más que no se han comprometido a mantenerse sin esos artefactos, precisó.

 

Usos benéficos

El Tratado de Tlatelolco no menoscaba los derechos de los países para usar la energía nuclear con fines pacíficos, de modo particular en su desarrollo económico y progreso social. En ese sentido, detalló Ana María Cetto, las naciones de América Latina que tienen reactores son miembros del OIEA y están sujetas a procedimientos y controles para garantizar su uso para la paz.

 

 

Mientras se cumplan esos compromisos “no tenemos nada qué temer. El Organismo ha trabajado intensamente con esos países en la construcción y desarrollo de una infraestructura de seguridad, no solo para el buen manejo de los materiales nucleares en las plantas, sino también en los hospitales y otros centros donde se utilizan radioisótopos o fuentes radioactivas”. Así se garantiza la protección del personal, usuarios, población en general y medio ambiente, aclaró.

 

Benjamín Ruiz señaló que los beneficios de la energía nuclear son muchos, más de los que se piensa. “Una central de energía en una zona desértica junto al mar, por ejemplo, permitiría hacer potable el agua”. También se usa para diagnóstico de males: los rayos X para radiografías son resultado de una parte de la energía de la descomposición del núcleo atómico.

 

Además, se utiliza como medio de contraste para verificar el funcionamiento de glándulas o algunos órganos del cuerpo. Por ejemplo, el yodo radioactivo es útil para la revisión del funcionamiento de la tiroides y permite tener un diagnóstico exacto y rápido. Otro uso obvio es la radioterapia para control de cáncer.

 

En muchos lugares del mundo se emplea para conservación de alimentos, ya que mata a los microorganismos que provocan la pudrición. Luego se empacan al vacío, sin aditivos químicos que puedan alterar color, olor o sabor, conservándose durante mucho tiempo en buenas condiciones, lo cual ayudaría a aliviar problemas de hambre. Si se usara para conseguir víveres en lugar de hacer bombas, todo el mundo tendría sustento, consideró el académico.

 

Además, expresó, su existencia trae más beneficios que costos. Es mucho más limpia y no contamina el aire, con lo cual disminuiría el calentamiento global causado por la emisión de gases de efecto invernadero. Al quemar menos combustibles fósiles se podría “aprovechar mejor el petróleo”.

 

Ana María Cetto apuntó que muchos países han aceptado firmar un protocolo adicional al TNP, y se comprometen a poner a disposición de los inspectores del OIEA sus instalaciones y laboratorios en el momento que el Organismo juzgue necesario hacer una revisión.

 

“Eso es una garantía, afirmó. Se busca que todas las naciones muestren esa disposición y compromiso, porque mientras haya algunas que no aceptan entrar a este régimen, siempre existirá duda, incertidumbre y se creará inestabilidad que, sumada a otros factores, como el político, pueden provocar que la situación se torne delicada”.

 

El OIEA puede compartir técnicas y tecnologías, sin peligro o riesgo alguno, útiles para resolver problemas de desarrollo, como el manejo de aguas, nutrición, enfermedades contagiosas y crónicas. Tal es el objetivo del Programa de Cooperación Técnica del Organismo, mencionó.

 

Se tendrá mucho que hacer mientras haya rezagos en desarrollo y porque las técnicas nucleares avanzan, hay nuevos instrumentos y procedimientos de diagnóstico. Sin duda, seguirá ocupado al hacer “un trabajo efectivo que no sólo ayude a los países a resolver problemas específicos, sino que permita que éstos adquieran capacidades propias. Ellos son nuestros socios; no es un programa asistencial”, refrendó.

 

Las acciones del OIEA en América Latina conforman una amplia cartera de proyectos, como el manejo del acuífero guaraní, en Sudamérica, con tres países; y en Venezuela se ayudó a detectar una fuga peligrosa en una presa,  reveló.

 

 

Además, informó, en varios países se contribuye a la detección de la bacteria Helicobacter pylori –causante de gastritis, úlcera y cáncer de estómago–, problema común en la región y de difícil detección sin la técnica nuclear. También, se combaten algas tóxicas que afectan la producción pesquera en Chile, y en Centroamérica se controla la mosca de fruta.

 

Se contribuye, reiteró, “al desarrollo de los países, en la elaboración de currícula, capacitación, educación, entrenamiento, provisión de equipo, construcción de laboratorios, instalaciones y mediante mecanismos reguladores para protección radiológica en centros de trabajo”, entre otras acciones.

 

 

 

En ese contexto, enfatizó, una vez más la UNAM se muestra como una institución fuerte y con una presencia importante. Varios proyectos apoyados por el Organismo son dirigidos o cuentan con la participación de científicos de esta casa de estudios.

 

Uno de ellos se relaciona con la Maestría en Física Médica del Instituto de Física. Esa entidad universitaria recibe apoyo del OIEA y al mismo tiempo interviene en actividades que benefician a la formación de recursos humanos en otros países de la región, recalcó.

 

La Universidad Nacional, mediante ese y otros institutos, como el de Ciencias Nucleares, es de las instituciones que han colaborado activamente en la cooperación con ese Organismo, en sus programas de cooperación técnica o de investigación. “Expertos de la UNAM forman parte de grupos o comités que, por ejemplo, formulan las normas y estándares que después serán aplicados internacionalmente”, manifestó.

 

Por último, Benjamín Ruiz sugirió que ante el panorama actual una manera de reducir el riesgo de algún conflicto nuclear sería que las naciones con arsenal empiecen a disminuirlo de forma real, y no sólo reduzcan su número al tiempo que crean otro más sofisticado.

 

Sólo la cooperación entre países y su voluntad política harán posible la “consolidación de una paz permanente fundada en la igualdad de los derechos, la equidad económica y la justicia social para todos”, ideal establecido en el Tratado de Tlatelolco, concluyó.

 

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FOTO 01.

Ana María Cetto, directora general adjunta del OIEA e investigadora del IF de la UNAM, dijo que el Tratado de Tlatelolco ha dado pie y contribuido a establecer espacios sin armas nucleares.

 

FOTO 02

Benjamín Ruiz, de la Facultad de Química de la UNAM, explicó que las bombas atómicas son dispositivos que liberan energía nuclear de manera no controlada y constan de dos sistemas de explosivos.