06:00 hrs.  6 de Febrero de 2006

 

 

Boletín UNAM-DGCS-090

Ciudad Universitaria

 

Pies de foto al final del boletín

 

SE DUPLICARON EN LAS ÚLTIMAS TRES DÉCADAS LAS ONDAS DE CALOR EN LA CIUDAD DE MÉXICO

 

·        Son temperaturas de 30 grados o más durante tres días consecutivos, explicó Ernesto Jáuregui Ostos, investigador del Centro de Ciencias de la Atmósfera de la UNAM

·        Incrementan los riesgos a la salud, pues al aumentar la temperatura se genera una mayor cantidad de ozono, gas perjudicial para las vías respiratorias, reveló

·        Se está en el límite para tomar medidas que busquen mitigar los efectos del cambio climático global, advirtió

 

El número de ondas de calor se ha duplicado en la Ciudad de México a partir de la década de los 70, es decir, han aumentado su frecuencia, afirmó Ernesto Jáuregui Ostos, investigador del Centro de Ciencias de la Atmósfera (CCA) de la UNAM.

 

El científico expuso que tal fenómeno –definido como eventos de temperaturas de 30 grados o más durante tres días consecutivos por lo menos– se extiende por toda la urbe, aunque afecta, sobre todo, al Centro Histórico y su entorno inmediato, donde se instalan los niveles máximos.

 

Este incremento es parte de los índices batidos hasta el año pasado en deshielo y huracanes en todo el mundo, observado en la reducción a su mínima extensión de la capa del hielo ártico, según se desprende de un estudio de la NASA. Ante ello, el académico advirtió que se está en el límite para tomar medidas que busquen mitigar los efectos del cambio climático global.

Urgió a disminuir las emisiones de gases invernadero y alcanzar las metas del Protocolo de Kyoto en los países firmantes, y que otros que no se han adherido, como Estados Unidos, reduzcan los niveles por su cuenta; pero para ello se requiere voluntad.

 

La evidencia del calentamiento global es clara, consideró. El deshielo de los casquetes polares no es sólo resultado del cálculo de las computadoras, sino un hecho. Por ello, no queda más remedio que reducir las emisiones de contaminantes a la atmósfera.

 

Si aumenta la temperatura del globo, el clima se desestabilizará. Se volverá más gélido el invierno, y más apremiante el verano, como ya se experimenta. “Si se hace un promedio para todo el año se obtiene una tendencia positiva, creciente, de mayor temperatura a medida que pasa el tiempo”, reiteró.

 

En el caso específico de las ondas de calor en la capital de la república, Jáuregui Ostos aclaró que si bien son más frecuentes, no aumentan su intensidad de manera significativa. Siguen de 30 a 34 grados centígrados; este último valor es el máximo registrado en los meses álgidos.

 

Empero, lo que evita que en la zona sur sea tan intenso es la abundancia de vegetación, relativamente mayor que en el resto de la urbe, como en el norte, donde el clima es más seco. Los árboles refrescan el ambiente y mitigan el bochorno, precisó.

 

La duración máxima de una onda de calor es de 15 días, aunque el promedio es de cerca de una semana. El 5 de mayo de 2003 se registraron 34 grados como máximo. Tales fenómenos son sui generis porque no son tan intensos como se supone, pero alteran el patrón de comportamiento de la población, sostuvo.

 

Los 32 ó 34 grados de esos eventos pueden, en lugares como el norte, producir una sensación moderada; en la capital del país, además, son “benignos”, porque a su aumento ocurre de forma simultánea una disminución de humedad relativa, reveló.

 

Si fuese como en Veracruz, con ese indicador al 80 por ciento, el agobio sería mayor, apuntó, pues este factor reduce las posibilidades de evaporación del sudor de la piel, y si no puede deshacerse el calor metabólico, entonces se elevan las molestias.

 

Las ondas de calor del Distrito Federal son secas, aunque no dejan de producir incomodidad entre los habitantes. De cualquier modo, detalló, aumentan los riesgos para la salud, pues al incrementarse la temperatura se genera una mayor cantidad de ozono –perjudicial para las vías respiratorias–, que se forma por la presencia de abundante radiación solar y gases precursores, como nitrógeno e hidrocarburos.

 

En este proceso influye, según se especula, el efecto invernadero, que induce una tendencia positiva de la temperatura en general, y de las máximas en particular. Tal factor se agrega al de la urbanización o sustitución de áreas naturales por otras cubiertas de pavimento y construcciones, agregó.

 

Desde luego, a estos eventos contribuye la variabilidad climática natural, que en los últimos tiempos se ha modificado por la construcción e incremento de gases invernadero. El resultado es un clima más extremoso, con más ondas de calor en verano y al mismo tiempo, con más inviernos crudos, explicó.

 

Tales cambios se pueden modular a escala local mediante la plantación de arbolado urbano, pero hoy no se hace donde es más necesario, porque no hay espacios adecuados para ello, por ejemplo cerca del Zócalo, donde todos los edificios son históricos. Pero se podrían aprovechar los lotes vacíos donde el terreno cuesta menos. Así se mitigarían las islas de calor, adelantó.

 

El método de mejora del clima, opinó Ernesto Jáuregui, podría aplicarse en los suburbios y mediante la planeación de áreas verdes. En las urbes también se modifican los vientos, donde se reducen al gastar parte de su energía al golpear contra la superficie de los edificios. Dentro de la ciudad su velocidad es menor y eso reduce la ventilación y, en consecuencia, se elevan los niveles de gases nocivos para la salud  y disminuye el confort.

 

 

En cuanto a las precipitaciones pluviales, el científico explicó que han aumentado en la propia Ciudad de México. En época de lluvias la calidad del aire mejora, porque los contaminantes presentes en la atmósfera se “lavan”.

 

Su calidad se incrementa de junio a octubre cuando llueve cada tarde en unos 20 días por mes. “Ese fenómeno de ‘lavado de las impurezas’ es benéfico para la salud. Pero no debe atenerse a ello, sino reducir las emisiones vehiculares e industriales; esa debe seguir siendo una lucha permanente, continua e ininterrumpida”, aseveró.

 

En la temporada de secas, señaló, al caudal de humos que sale de los automóviles y los que se forman en el aire en presencia de luz solar, se suman las tolvaneras, debidas a la entrada violenta de aire polar y seco al valle, fenómeno combinado con los primeros aguaceros, que parecerían “lluvias de lodo”, que propician el aumento de padecimientos respiratorios y gastrointestinales, al aspirar bacterias e ingerirse en los alimentos expuestos.

 

Para evitar tal situación se han emprendido acciones como el Plan Texcoco, donde se ha tratado de cubrir de vegetación nativa a los suelos secos de la región. Es un proyecto de largo plazo que, sin embargo, ya ha dado pasos positivos, indicó.

 

El científico y su equipo de colaboradores saben que el fenómeno de las islas de calor será más intenso en los sitios donde no hay mucha vegetación, y donde no se han aprovechado recursos como los ríos, que podrían funcionar como sumideros. El objetivo es en un futuro próximo, extender las mediciones del clima que ya se realizan en la capital, a urbes como Jalapa y Puebla, concluyó.

 

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FOTO 1

 

Ernesto Jáuregui Ostos, adscrito al Centro de Ciencias de la Atmósfera de la UNAM, reveló que el número de ondas de calor se ha duplicado en la Ciudad de México en las últimas tres décadas.

 

 

FOTO 2.

 

El método de mejora del clima, opinó el investigador de la UNAM Ernesto Jáuregui, podría aplicarse en los suburbios mediante la planeación de áreas verdes, que incluyan zonas arboladas.