06:00 hrs.  18 de Agosto de 2005

 

 

Boletín UNAM-DGCS-628

Ciudad Universitaria

 

Pies de foto al final del boletín

 

SON ESTIGMAS TERRITORIALES INSTRUMENTO DE DIFERENCIACIÓN SOCIAL Y VIOLENCIA

 

·        Afirmó en la UNAM Gonzalo Saraví, del CIESAS, quien agregó que esas connotaciones que pesan sobre los sectores populares tienden a hacer énfasis en el tema de la inseguridad

·        Se construye una imagen en la que prevalece una profunda desacreditación de aquellos lugares denominados zonas marginadas o de “alto índice de peligrosidad”: Maribel Rivera López, del Centro Cáritas de Formación

·        Participaron en el Foro Internacional sobre Juventud ¿Divino tesoro?, organizado por la Escuela Nacional de Trabajo Social

 

Los estigmas territoriales no son sólo fuente de desventaja sino instrumentos de diferenciación social y, sobre todo, expresión de una violencia simbólica que reproduce y consolida las relaciones de poder y las desigualdades de la estructura comunitaria, afirmó en la UNAM el especialista Gonzalo Saraví.

 

Al participar en el Foro Internacional sobre Juventud ¿Divino tesoro?, organizado por la Escuela Nacional de Trabajo Social, el integrante del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS) expuso que, por un lado, estas connotaciones hacen presente, remarcan, pero también establecen y afirman que no todos somos iguales.

 

“Estos estigmas territoriales crean la ilusión de estar escindidos de la estructura social y con ello plantean una desigualdad natural”, explicó en el panel Investigaciones sobre jóvenes y exclusión social.

 

Señaló que ellos pesan sobre los sectores populares y tienden a hacer énfasis en el tema de la inseguridad y, en cierta medida, a hacer una criminalización de la pobreza.

 

En realidad, explicó, se trata de un desplazamiento de una inestabilidad social mucho más amplia hacia ciertos sectores, un intento por concentrar y objetivizar el clima que caracteriza a las condiciones socioeconómicas actuales en un grupo social particular. La violencia, delincuencia y ciertos grupos aparecen como la materialización de este sentimiento a escala ciudadana.

 

Tales estigmas bloquean los encuentros y contribuyen aún más a la desconfianza, al desconocimiento sobre el otro, así como a fomentar el aislamiento social y la segregación, consideró.

 

Esta última tiene una gran influencia en los encuentros personales, y su repercusión se debe a que se acompaña de la separación de todos los ámbitos. En la ciudad no existen espacios de interacción entre los diferentes sectores de la población, entre un chico de las Lomas y otro de Iztapalapa, y hasta escuelas y hospitales que podrían serlo, son privados, reconoció.

 

Estas figuras comienzan a marcar zonas que no es conveniente visitar, donde no hay que bajar las ventanillas del auto, donde es mejor moverse en un taxi de sitio, etcétera. Es decir, se delimitan zonas prohibidas, que no son sino el “reverso del aislamiento social”.

 

Precisó Gonzalo Saraví, que distintos sectores reconocen sus propias zonas prohibidas y eso repercute no sólo en sus respectivas prácticas, sino en algo más importante, sus consecuencias se perciben en la estructura social misma. La presencia y los encuentros se reducen, la interacción disminuye, el desconocimiento mutuo crece y los prejuicios se constituyen en el principal mecanismo de aproximación al otro.

 

A su vez, Maribel Rivera López, del Centro Cáritas de Formación, dijo que la situación de pobreza urbana se evidencia a través de asentamientos humanos que dan lugar a la conformación de zonas en condiciones de marginalidad.

 

“No es la única forma en la que se manifiesta la pobreza –aclaró–, pero sí la podemos ver a través de los territorios en los cuales se aprecian condiciones escasas de desarrollo social, situaciones precarias de vida de quienes se encuentran habitando esos espacios”.

 

Pero esos lugares también plantean la necesidad de controlarlos, identificarlos, de manera que sea posible mantener lo más distante la amenaza que representan, añadió.

 

Los criterios que se construyen para clasificar un sitio se realizan a partir de indicadores de pobreza, hacinamiento, número de delitos cometidos, presencia de bandas, entre otros, que dan origen a clasificaciones y etiquetas con las que se pueden identificar diversas zonas para tomar ciertas medidas, tanto social como individualmente, por ejemplo, decidir entrar o no en esa área, pasar por ella o visitar a una persona dentro de la misma, reveló.

 

Socialmente se construye una imagen en la que prevalece una profunda desacreditación, una mala reputación que se le atribuye a aquellos lugares denominados zonas marginadas, de alto índice de peligrosidad, explicó.

 

De las posibles causas a las que se puede adjudicar la negatividad en la imagen de dichos sitios, la sociedad ha centrado su mirada en los jóvenes que ahí radican. Ellos encarnan este estigma, sostuvo Rivera López.

 

Así, los muchachos de estos lugares viven una situación de doble desventaja, por el simple hecho de serlo y por vivir en un territorio estigmatizado, a pesar de que no todos ellos delinquen, se drogan o forman bandas, consideró.

 

De hecho, dijo, esos últimos conforman un sector poco estudiado, desapercibido o “invisible”. Se trata de chicos que son padres y madres de familia a temprana edad, con secundaria terminada, subempleados y que comparten el mismo espacio con sus mayores.

 

Otra minoría son los solteros tratando de avanzar en sus estudios o trabajando en negocios familiares, enfrentados al dilema de irse o quedarse en su barrio, agregó.

 

Esos jóvenes invisibles, según la experta, poseen una red subjetiva restringida, poco articulada, con relaciones limitadas a sus vínculos centrales y cuyo soporte se reduce a sobrellevar situaciones emergentes, como la violencia intrafamiliar, indicó.

 

Sin embargo, finalizó, el estigma envuelve al territorio designado y a todo lo que hay en él; niños, jóvenes, adultos mayores, clases, grupos, instituciones, todos cargan con esa “sombra”. Ese proceso de homogeneización repercute en la vida cotidiana de las personas cuando se trata de conseguir un empleo, de ingresar a una escuela, de convivir con otras personas de sitios diferentes o de ampliar su red de relaciones.

 

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PIES DE FOTO

 

 

FOTO 01

 

En la Escuela Nacional de Trabajo Social de la UNAM se realizó el panel  Investigaciones sobre jóvenes y exclusión social, dentro del Foro Internacional sobre Juventud ¿Divino tesoro?

 

 

FOTO 02

 

Los jóvenes que habitan territorios estigmatizados viven una doble desventaja, a pesar de que no todos delinquen, se drogan o forman bandas, dijo en la UNAM la especialista Maribel Rivera.

 

 

FOTO 03

 

Gonzalo Saraví, del CIESAS, aseguró en la UNAM que los estigmas territoriales marcan zonas que no es conveniente visitar, es decir, delimitan áreas prohibidas, el “reverso del aislamiento social”.