Boletín UNAM-DGCS-557
Ciudad Universitaria
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final del boletín
MICROFÓSILES
PERMITIRÍAN CONOCER Y RECONSTRUIR EL CLIMA Y LA VEGETACIÓN DE LOS ÚLTIMOS 25
MIL AÑOS
·
María del Socorro Lozano García, del IG de la UNAM, señaló que se
intenta conocer las modificaciones de los últimos 25 mil años
·
Se requieren datos paleontológicos, antiguos, para calibrar los modelos
de cambio climático futuro, explicó la investigadora
En el Instituto de Geología
(IG) de la UNAM científicos analizan diversos microfósiles, como granos de
polen, que constituyen un registro ambiental con el cual es posible reconstruir
la vegetación y clima de la tierra en por lo menos los últimos 25 mil años.
El trabajo, explicó la doctora
María del Socorro Lozano García, encargada del proyecto, abarca el análisis de
lagos de la región centro de México, donde esos elementos se depositan.
“Nos interesa estudiar el
cambio climático de los últimos miles de años en esta zona, mediante la
modificación de la vegetación, para comprender el efecto que ha tenido ese
fenómeno global en nuestro país, sobre todo porque en la actualidad se percibe
de manera clara un calentamiento del planeta”, informó.
Es decir, afirmó, se requieren
datos antiguos, como los que obtienen los universitarios para calibrar los
modelos de cambio climático futuro, con el fin de establecer los efectos que
podría tener tal hecho planetario.
Reconoció que de las zonas
tropicales, como México, hay pocos datos paleoecológicos. Hay muchos más de las
zonas de altas latitudes o de las naciones desarrollados; por eso es importante
hacer este tipo de investigaciones para comprender la variación calorífera
natural y estimar el impacto de la acción humana.
Para estudiar los restos
vegetales fósiles se utiliza la palinología, una ciencia que analiza microfósiles
llamados palinomorfos (polen y esporas, hongos, algas y microrrestos de
animales). Son cuerpos formados por una sustancia llamada esporopolenina, un
biopolímero resistente que se preserva durante cientos, miles y millones de
años. De hecho, aseveró, se cuenta con registro de las primeras plantas
terrestres y con flores que existieron en el planeta.
Debido a esa resistencia, se
conservan en los sedimentos y en las rocas. De esa forma, continuó, se puede
reconstruir la historia de la vegetación y el clima; y no sólo eso, sino que la
palinología tiene aplicaciones en geología, industria petrolera y medicina,
entre otras.
Los científicos perforan los
fondos de los lagos para obtener sedimentos, donde se encuentran los
microfósiles, que miden entre 10 y 500 micras, observables sólo en microscopio,
explicó.
La doctora Lozano recordó que
la vegetación actual se establece de acuerdo con parámetros climáticos, por
ejemplo, en la costa del Golfo hay selva y en las montañas que rodean a la
ciudad de México hay bosques. Es decir, existen condiciones que determinan el
establecimiento de ciertos tipos de plantas.
Se estudian los lagos porque
ahí se van “archivando” los palinomorfos. Cada año se producen granos de polen
y esporas que se depositan en el fondo de esos cuerpos de agua, proceso que
dura cientos o miles de años. Si las magnitudes se modifican, esta variación
ambiental se registra en los sedimentos lacustres.
Al analizar el contenido y sus
propiedades, se reconstruye el entorno y su vegetación, en este caso, del
centro de México. Hasta ahora se han analizado los lagos de Chalco, Texcoco,
Tecocomulco y Lerma, además de varios del Golfo de México como el Verde y La
Colorada, junto con otros del oeste, como Zacapu y Cuitzeo. Se trabaja en el
lago de Santa María del Oro, Nayarit, para determinar cómo han cambiado las
fuentes de humedad en los últimos miles de años y el efecto de la alteración
atmosférica.
La profundidad de los lagos es
variable, explicó. Por ejemplo, Chalco es un lago somero de dos o tres metros.
El Zirahuén tiene de 35 a 40 metros de agua. El de Santa María del Oro,
Nayarit, que es un lago-cráter, tiene 55, de los más hondos en el país.
Los universitarios cuentan con
una serie de equipos para trabajar. De hecho, se acaba de adquirir una
plataforma de perforación que permite explorar cuerpos de agua abisales.
Entre más profundo es el lago,
abundó María del Socorro Lozano, es más alta la probabilidad de que estén
preservados sedimentos que abarcan un periodo de tiempo mayor. Las muestras se
extraen en tramos de dos metros y se trasladan a los laboratorios para su
posterior análisis.
En dichas muestras lacustres
se notan perfectamente las diferentes capas del sedimento. En la cuenca de
México destacan, por ejemplo, las cenizas volcánicas. “Tenemos una secuencia de
26 metros en el lago de Chalco, donde sobresalen varias etapas eruptivas del
Popocatépetl”. Es decir, reiteró, no sólo se registra lo que pasa en el lago,
sino que tales archivos naturales también revelan eventos como una erupción.
También se perforó una
secuencia en el flanco noroeste del volcán Iztaccíhuatl, a 3 mil 900 metros de
altura, gracias a lo cual se pueden ver las transformaciones en las líneas de
las nieves de los últimos 10 mil años.
Según registros del lago El
Marrano, el pastizal alpino se localizaba a 3 mil 600 metros de altura hace
nueve mil años. En la actualidad, está por encima de los 4 mil, es decir, las
franjas de vegetación bajaron a consecuencia de un enfriamiento de tres grados
en ese entonces.
En aquella época también había
presencia humana. Ese es otro aspecto importante, señaló Lozano García,
entender cómo afecta el clima a la sociedad. Por ejemplo, hay un registro que
se ha estudiado en los últimos años en la península de Yucatán, que da evidencia
sobre el colapso de la cultura maya a consecuencia de una sequía, entre el año
850 y 1000 de nuestra era.
Los datos indican que este
fenómeno también afectó al centro de México y hubo alteración en los niveles
lacustres del Lerma, por ejemplo. Como consecuencia, la cultura mazatlinca, que
vivía en esa cuenca, construyó montículos dentro de lo que fuera el lago, los
cuales debió abandonar una vez que concluyó la sequía.
En Zirahuén también se ha
registrado la actividad humana a través del polen de plantas cultivadas.
“Podemos determinar con cierta precisión cuándo comenzó la agricultura en
alguna zona a través de los análisis de sedimentos, donde aparecen fragmentos
de maíz o de otros cultivos, por ejemplo”.
Cercano a Santa Clara del
Cobre, en ese mismo lago se puede determinar, asimismo, en qué momento se
empezó a trabajar con metales, los cuales también se asientan. De ahí la
utilidad de este tipo de estudios, añadió la especialista.
Con estos trabajos se
determina el impacto de la actividad humana. Así se observa en el Lago Verde,
en Los Tuxtlas, Veracruz, donde se percibe la tala de la selva desde hace 300
años, y a partir de 1970, su transformación en zona de cultivo de caña.
Además de colaborar con otros
científicos universitarios, de los institutos de Geología, Geofísica e
Investigaciones Antropológicas, junto con la Facultad de Estudios Superiores
Iztacala, se investiga con otras instituciones, nacionales y del extranjero.
María del Socorro Lozano
colabora en un proyecto internacional. Una vez que sus resultados sean
publicados, los enviará a una base de datos, dependiente de la National Oceanic
and Atmospheric Administraion (NOAA) de Estados Unidos, donde se reúne la
información necesaria para hacer reconstrucciones de la flora global, que
permitan entender el cambio climático natural y antropogénico.
La variación natural de la
temperatura, aseguró la investigadora, siempre ha existido. Empero, en la
actualidad, la rapidez con la que alteramos nuestro entorno a través de la
deforestación, la quema de combustibles fósiles, etcétera, es mucho mayor, por
lo cual a los seres vivos en general les costará más trabajo adaptarse a ese
cambio. Se prevé, por ejemplo, el desplazamiento de hábitat de muchos
organismos.
Ante tal fenómeno, finalizó la
experta, mientras más datos se tengan sobre el funcionamiento del sistema
climático en épocas pasadas, la calidad de resultados de los modelos
predictivos será mejor. Con registros de temperaturas y precipitaciones los
estudios mejorarán y los resultados no tendrán tanta incertidumbre.
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En el Instituto
de Geología de la UNAM, científicos encabezados por María del Socorro Lozano
García, analizan granos de polen para reconstruir la vegetación y el clima de
hace miles de años.
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Investigadores de
la UNAM analizan microfósiles para comprender el efecto del cambio climático en
el planeta, afirmó María del Socorro Lozano García, del Instituto de Geología.