06:00 hrs.  06 de Marzo  de 2005

 

Boletín UNAM-DGCS-176

Ciudad Universitaria

 

Pies de fotos al final del boletín

 

SE INTEGRA UNAM AL CONSORCIO PARA EL CÓDIGO DE BARRAS DE LA VIDA

 

·        Para el Instituto de Biología  es una oportunidad para impulsar el desarrollo de la biología molecular

·        El proyecto agrupa a 45 organizaciones e instituciones de 22 países de todos los continentes, explicó Virginia León Regagnon

·        La misión de ese organismo es explorar y desarrollar el potencial de esa herramienta, como apoyo a la investigación taxonómica, a estudios de biodiversidad y otras actividades relacionadas

 

El Instituto de Biología (IB) de la UNAM firmó un memorándum para formar parte del Consorcio para el Código de Barras de la Vida (CBOL, por sus siglas en inglés), el cual agrupa a 45 organizaciones e instituciones de 22 países de todos los continentes.

 

Así lo explicó Virginia León Regagnon, integrante del Departamento de Zoología de esa entidad universitaria, en el seminario El código de barras genético ¿ciencia ficción o realidad?

 

Ahí expuso que la misión de ese organismo es explorar y desarrollar el potencial del código de barras genético como una herramienta práctica de apoyo a la investigación taxonómica, a estudios de biodiversidad y otras actividades relacionadas.

 

El CBOL es una afiliación internacional de museos de historia natural, herbarios, zoológicos, organizaciones académicas, agencias gubernamentales, compañías privadas, y otras instituciones relacionadas con tales temas.

 

El consorcio cuenta con cinco grupos de trabajo encargados de discutir acerca de los principales problemas para que la iniciativa cristalice, como son estandarizar protocolos, instrumentos de recuperación de secuencias, proponer regiones útiles para reconocer especies de animales; cómo deben organizarse las bases de datos, qué región del ADN se debe utilizar en el caso de las plantas, etcétera.

 

Para pertenecer al organismo los miembros firman un memorándum de cooperación. Se comprometen a contribuir activamente en el avance del proyecto mediante aportación de recursos institucionales o de financiamiento externo.

 

En este sentido, argumentó, el IB podría aportar códigos de barras para enriquecer las bases de datos del consorcio, ya que cuenta con los tejidos, instalaciones y especialistas que así lo permitirían. “Estamos en un momento perfecto para influir en el desarrollo de esta iniciativa. Podríamos participar en los grupos de trabajo porque en el Instituto hay gente con la experiencia y conocimientos para aportar ideas”.

 

Además, sostuvo, el IB podrá beneficiarse al vincular la información de las colecciones biológicas nacionales que resguarda, y que ahora se está incorporando a un sistema de información digital (UNIBIO).

 

La firma del memorándum es vista por el IB como una oportunidad para impulsar el desarrollo de la biología molecular en la entidad y conseguir apoyo para formar una colección de tejidos congelados (criogénica) centralizada. Asimismo, para impulsar el desarrollo de la taxonomía básica y la formación de estudiantes en el área, señaló.

 

La también editora de la serie de Zoología de los Anales del IB asistió a la Primera Conferencia Internacional para el Código de Barras de la Vida, realizada en febrero pasado en el Museo de Historia Natural de Londres, Inglaterra, donde se entregó el documento.

 

Explicó que en el trabajo de campo, en una selva o un bosque, por ejemplo, se obtienen organismos cuya identificación, por los métodos tradicionales, puede tardar varios meses. Hasta que se cuenta con el nombre de la especie, es posible revisar la literatura y otras fuentes de información para incluir más datos.

 

Adelantó que la clasificación se llevaría a cabo a través de un aparato de pequeñas dimensiones, en donde sería posible poner un trozo de tejido del organismo de interés, y en uno o dos minutos obtener la secuencia del fragmento de ADN seleccionado.

 

Tales características se compararían con una base de datos con las muestras de todas las especies conocidas en el mundo, y de esa forma se recuperaría la identificación de la variedad investigada, añadió.

 

Al obtener el nombre de ésta, automáticamente se podría acceder a gran cantidad de información asociada, porque además el aparato se podría conectar vía satélite con fuentes digitales de biodiversidad, abundó.

 

Si la especie no se ha registrado en la zona donde el científico trabaja, entonces sería posible hacerlo y enriquecer así los acervos. La idea es que el pequeño instrumento también fuese geoposicionador, teléfono celular y cámara, sugirió.

 

Virginia León sostuvo que para hacer realidad este proceso se requieren dos elementos: reducir lo que hoy ocupa alrededor de 30 metros cuadrados en equipo de laboratorio al tamaño de un teléfono celular; y en segundo lugar, contar con una base de datos de la mayoría de las especies conocidas, con la secuencia de uno o unos cuantos genes elegidos estratégicamente para proporcionar información de cada una de ellas.

 

Eso, en apariencia, es complicado. Pero en la reunión del CBOL se mostró que la tecnología para desarrollar el aparato ya existe y que sólo es cuestión de interés político y económico para que sea una realidad. Por ejemplo, reveló, a partir de una sola molécula de ADN se puede obtener su secuencia. Eso reduce los costos y el tiempo.

 

En relación con el desarrollo de una base de datos de la mayoría de las especies conocidas, “es factible si se planea bien. En los museos y herbarios del mundo hay una cantidad enorme que se podría utilizar para obtener este tipo de información. Sería necesario impulsar el trabajo taxonómico en estos lugares, de manera que cada análisis contara con registros de su origen”, aseveró.

 

Paralelamente, debería fomentarse el trabajo de inventario y seguir colectando ejemplares de los grupos poco conocidos para complementar el acervo, añadió.

 

El ADN de los ejemplares conservados en museos y herbarios no es fácil de extraer. Pero en Canadá ya se utilizan enzimas reparadoras que restauran el material genético fragmentado de ejemplares que tienen mucho tiempo depositados, y en EU utilizan kits de extracción para tejidos y obtención genética de los cadáveres que han estado en formol mucho tiempo, recordó.

 

Una tercera alternativa, abundó, es amplificar el ADN dañado en pequeños fragmentos parciales, aunque este proceso requiere más tiempo y, por ello, los costos se incrementan.

 

De tal suerte, esta posibilidad es factible en tiempo e infraestructura. “Es la primera vez que la información tan valiosa que se resguarda en museos, herbarios y bibliotecas, tiene la posibilidad de llegar en tiempo efectivo a los usuarios finales.

 

El código de barras genético no es ciencia ficción. El primer trabajo publicado con este término, refirió la científica, fue a principios de 2004 por Paul Hebert, de la Universidad de Guelph, Canadá.

 

Secuenciar una parte estándar del genoma a gran escala, integrada con el conocimiento taxonómico actual, contribuirá significativamente en el problema de identificar individuos y aumentar la tasa de descubrimiento de especies de la diversidad biológica, concluyó.

 

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Foto 1

Virginia León, del Instituto de Biología, informó que la UNAM se integró al Consorcio para el Código de Barras de la Vida, que busca desarrollar el potencial del código de barras genético

 

Foto 2.

El código de barras genético permitirá identificar a las diferentes especies del planeta, reconoció Virginia León Regagnon, del Instituto de Biología de la UNAM.