06:00 hrs.  30 de Diciembre de 2005

 

 

Boletín UNAM-DGCS-1070

Ciudad Universitaria

 

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DÉBIL INTEGRACIÓN SOCIAL DENTRO DEL MERCADO DE TRABAJO, EN MÉXICO

 

·        La académica del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, Cristina Bayón, dijo que como consecuencia aumentó la pobreza y bajaron los niveles educativos y de salud

·        También se elevaron los índices de desigualdad; hay una inequitativa distribución del ingreso y bajos salarios

 

En México se ha debilitado el potencial de integración dentro del mercado de trabajo, desde mediados de la década de los 70, al transformarse en un mecanismo generador de vulnerabilidad y exclusión social, con el consiguiente aumento de la pobreza, bajos niveles educativos y de salud, altos índices de desigualdad e inequitativa distribución del ingreso, advirtió la académica del Instituto de Investigaciones Sociales (IIS) de la UNAM, Cristina Bayón.

 

A ello, precisó, se suma el creciente indicador de ocupación sin salario ni prestaciones sociales, lo que disminuye el desempleo, pero sin llegar a ser fuentes de trabajo formales, lo que provoca mayor miseria y contraste, que a su vez afecta el desempeño y eficiencia económicas.

 

De acuerdo a datos oficiales, informó, el 60 por ciento de la población ocupada –seis de cada diez trabajadores–, independientemente de que sea o no asalariada carece de prestaciones sociales.

 

En nuestro país, puntualizó, el principal problema es la precariedad del empleo –mal pagado y desprotegido–, pues hay una alta incidencia de pobreza entre la ciudadanía ocupada.

 

La mayor parte de los sectores de menores ingresos se encuentran en estado de pauperización, resaltó, a pesar de que, con relación a otras naciones como Argentina, son más los miembros de una familia los que trabajan.

 

Al hablar sobre su proyecto Las expresiones de la nueva precariedad social. Los casos de México y Argentina, la investigadora del IIS explicó el significado del concepto precariedad social, el cual pretende dar un enfoque multidimensional y dinámico del problema, con sus efectos en las condiciones labores y de vida, las que a pesar de que tienen influencia mutua, una no necesariamente implica a la otra.

 

Se trata, especificó, de los niveles inadecuados de ingreso, la persistencia de esta problemática en el tiempo y las erosiones de las redes familiares y conyugales, fenómeno que se produce a través de una inserción limitada en el mercado de trabajo en términos de bajos ingresos, inestabilidad laboral y desprotección, entre otros elementos.

 

Aclaró que los procesos de deterioro, cambio o ajuste no se han dado de la misma manera en todos los países de América Latina. Así, en las naciones donde se habían logrado mayores niveles de integración y equidad social, el daño fue superior. Tal es el caso de Argentina, pero no el de México.

 

La especialista subrayó que se generó una amplia deterioro y desprotección social, al debilitarse el potencial integrador del mercado de trabajo, pilar de la conformación social en Latinoamérica. Resultó afectado el acceso al empleo formal, el cual permitía la protección y los derechos sociales: salud, vivienda y educación, entre otros.

 

Los sectores más dañados en los procesos de deterioro laboral son los de menores niveles educativos, detalló, los cuales también son los menos calificados, marginados del mercado de trabajo o recluidos a los segmentos de mayor inestabilidad y con bajos ingresos.

 

Expuso una de las diferencias entre Argentina y México: la presencia del desempleo. Mientras que en el primer caso este problema creció tres veces en los años 90, en el segundo se mantuvo relativamente bajo, porque el sector informal operó como amortiguador del proceso de desindustrialización y de destrucción de trabajo formal.

 

Dejó en claro que en el país se da el fenómeno de los trabajadores “ocupados”. Así, de acuerdo a sondeos entre personas en edad laboral, sólo el 4.5 por ciento de los casos se declara desocupado, mientras que en Argentina lo hace el 20 por ciento de la población.

 

Ejemplificó con cifras: de los 300 mil empleos que se anunció se generaron a finales del primer cuatrimestre del año, 100 mil fueron contratados por empresas y 200 mil eran autoempleos. Por ello, en México se mantienen bajos los niveles de desocupación: la generación de fuentes laborales por cuenta propia o el autoempleo, donde hay una amplia variabilidad.

 

Esto, aseguró Cristina Bayón, muestra que se ha debilitado la relación entre crecimiento y empleo. Otro elemento, es el tipo de trabajo que aumentó, su calidad y el salario que por lo regular es bajo, porque nuestra sociedad es un claro ejemplo de que tener una fuente laboral, estar ocupado, no supone dejar de ser pobre.

 

Dio más casos: dentro del rubro del autoempleo hay desde franeleros hasta vendedores de tacos y el comercio callejero.

 

A esta problemática, refirió, se añaden los altos niveles de desigualdad expresada no sólo en la distribución del ingreso, sino en la de oportunidades para acceder a puestos de trabajo, que permitan superar los niveles pobreza, como es el caso de las educativas.

 

La mayor parte de ese desequilibrio, no sólo en México sino en América Latina, se explica por la fuerte concentración del ingreso y la riqueza en el diez por ciento de la población y, dentro de este porcentaje, el cinco con mayores recursos, el cual en el año 2000 concentró más del 40 por ciento del ingreso nacional, concretó.

 

Mientras que durante la década de los 90 hubo una leve reducción de la desigualdad, en términos de la distribución del ingreso per cápita de los hogares, la diferencia entre el diez por ciento más rico y el diez por ciento más pobre, pasó de 47 veces más a 45.

Sin embargo, señaló, en materia educativa la situación fue diferente. Salvo en el caso de la primaria, se elevó el número de años escolares en los sectores de mayores recursos. De acuerdo a datos oficiales de 2001, mientras que en el 20 por ciento más pobre el promedio de años de enseñanza es de 3.5 años, en el 20 por ciento más rico es del 11.6 años en promedio.

 

Asimismo, los servicios sociales están segmentados y se deterioró su calidad, como en lo referente a la salud e infraestructura urbana, con diferencias abismales respecto a los sectores de mayor ingreso.

 

Este fenómeno no es privativo de México, afirmó la investigadora. Desde la década de los años 50, América Latina tiene el desagradable privilegio de ser la región con los mayores niveles de desigualdad en la distribución del ingreso del mundo.

 

Dentro de este rubro, nuestro país se ubica en un nivel intermedio, es decir, no tiene los indicadores que existen en naciones como Guatemala o El Salvador, pero presenta estructuras más inequitativas que las que tradicionalmente caracterizaron a Estados del cono sur, en particular Argentina y Uruguay.

 

Concluyó que se requieren perspectivas integrales, donde las políticas económicas y sociales no se creen de manera separada y desarticulada.

 

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FOTO 01

La académica del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, Cristina Bayón, dijo que desde mediados de la década de los 70, en México se ha debilitado el potencial de integración social dentro del mercado de trabajo.

 

FOTO 02.

La vulnerabilidad y exclusión social provocaron el aumento de la pobreza, bajos niveles educativos y de salud, altos índices de desigualdad e inequitativa distribución del ingreso, dijo la académica del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, Cristina Bayón.