06:00 hrs. Noviembre 2 de 2004

 

Boletín UNAM-DGCS-798

Ciudad Universitaria

 

Pies de foto al final del boletín

 

VISITA LA UNAM SOBREVIVIENTE DEL HOLOCAUSTO

 

·        Shie Gilbert Pianko recordó que el pueblo judío siempre recibió trato de enemigo a muerte por el régimen nazi

·        Con el tiempo aprendimos a sufrir. Sabíamos que para eso nacimos y teníamos que salir adelante, subrayó

 

Para contar su historia, Shie Gilbert Pianko, sobreviviente del Holocausto, visitó la UNAM. Su afán fue que los jóvenes entiendan que en el mundo es más fácil y lógico lograr el entendimiento sin el uso de las armas. “Sí podemos convivir; no tenemos por qué acabarnos unos a otros”, afirmó.

 

En la conferencia Sobreviviendo al Holocausto. Un mensaje de memoria y tolerancia, organizada por las direcciones generales de Orientación y Servicios Educativos (DGOSE), y de Atención a la Comunidad Universitaria (DGACU), así como la asociación Memoria y Tolerancia, ese hombre de origen polaco recordó que el pueblo judío siempre recibió trato de enemigo a muerte por el régimen nazi.

 

En el acto, efectuado en el auditorio “Raoul Fournier” de la Facultad de Medicina, estuvieron presentes Sharon Zaga, presidenta de la Asociación Memoria y Tolerancia, y los titulares de la DGOSE y DGACU, María Elisa Celis y Roberto Zozaya, respectivamente.

 

Con la invasión alemana a Polonia, en 1939, se preparó un plan para disminuir su fuerza física y moral y, al final, acabar con todos: “Con el tiempo aprendimos a sufrir. Sabíamos que para eso nacimos y teníamos que salir adelante”, dijo. En ese entonces, Gilbert era un estudiante de arquitectura de 19 años.

 

El plan continuó: “Nos pusieron parches amarillos en nuestras ropas, del lado izquierdo, y del derecho en la espalda. Así, en la calle nos señalaban como hebreos y no podíamos caminar en las banquetas. En los pueblos los animales avanzan por media calle; así caminábamos, pegados a la acera pero sin subir a ella. Cuando nos topábamos con un nazi teníamos la obligación de quitarnos la cachucha y en voz alta exclamar en alemán: ‘buenos días, mi querido amo’, a lo que nos contestaban Ferfluchte Jude, es decir, ‘maldito judío’. Nada de esto era agradable”, consideró.

 

Luego se crearon los guetos para concentrarlos; trabajaban día y noche sin comer. Sus fuerzas físicas disminuían. Ahí, la gente moría de hambre, frío, por epidemias; se veían los cuerpos tirados en descomposición. Ese sufrimiento duró tres años para Shie (quien hoy lleva el nombre de Salvador). Después de ese tiempo, los fascistas llegaron con una mentira nueva. Dijeron que tendrían trabajo con buen sueldo y prestaciones, y casas propias.

 

Para eso debían llevarnos a Alemania, rememoró el sobreviviente, porque los germanos, al estar en el frente luchando por su patria, habían dejado las fábricas vacías.  En trenes de carga cerrados, sin aire ni agua, se acomodaron las personas para que cupieran más. El traslado fue desesperante. Cuando llegó la noche del primer día “no nos podíamos sostener en pie”.

 

Algunos, los más fuertes, intentaban llegar a la rendija para respirar. La gente, aseguró Gilbert Pianko, moría parada porque no había espacio para que cayera al piso. Los niños que resbalaban de los brazos de sus padres morían pisoteados. “El infierno no se compara con lo que pasamos en ese transporte. Lo recuerdo con mucho dolor porque iba mi familia conmigo”, añadió.

 

Después de tres días y dos noches, por fin terminó su viaje. En el andén de Auschwitz, un campo de concentración dividido en un área de trabajo y otra de exterminio (Birkenau), bajaron a la gente a golpes, insultos y disparos. Separaron a hombres y mujeres.

 

Las balas no hubieran alcanzado para matar a seis millones de personas, por eso, el sistema fue bien elaborado, apuntó. A las mujeres con niños pequeños (entre ellas su madre y tres hermanas, con sus sobrinas) las trasladaron a una gran barraca.

 

En el campo había cuatro cámaras de gas. Los niños entraban con música, cantando y bailando. Todos los que llegaron después se desvestían, y por familia tomaban una regadera. Una vez dentro, oficiales nazis arrojaban botes de gas Zyclon B. Cuando todos habían muerto, 17 minutos después, se abrían las puertas para sacar los cuerpos desnudos, a los cuales enganchaban para arrastrarlos a los crematorios. En cada cámara mataban a dos mil personas por día, es decir, morían en total 8 mil seres humanos, explicitó.

 

Antes de quemarlos les cortaban el pelo para fabricar almohadas. Les quitaban los dientes de oro y utilizaban la grasa para fabricar jabones, en los cuales grabaron tres letras: RIF, siglas en alemán de “limpio, judío, grasa”, es decir, jabón hecho de grasa limpia judía. En minutos no quedaba señal de los cuerpos, relató.

 

Los elegidos para trabajar marcharon cantando. “Otra vez estabamos presos; nos dimos cuenta del engaño y nos preocuparnos por nuestras familias”, contó. También se desvistieron en el gélido noviembre polaco, como refirió: “Nos metieron en una barraca enorme, cuerpo a cuerpo para soportar el frío. Se llevaban a grupos de nosotros y no regresaban más. Estabamos asustados”.

 

Como al resto de sus compañeros le metieran un papel en la boca con la numeración consecutiva que le tatuarían en el brazo izquierdo. Su número de preso fue el 73 mil 670. “Con él perdíamos nuestro nombre y apellido, no nos era permitido hablar nuestro idioma. Sólo debíamos seguir instrucciones y trabajar de las 5 de la mañana a las 11 de la noche”, aseguró.

 

Casi al término de la guerra fueron llevados a Mauthausen, en Austria, caminando y sin descanso. Muchos murieron de hambre. Luego de otros cuatro meses en los Alpes, por fin fue liberado por los norteamericanos. Al término del conflicto, que le arrancó a todos los miembros de su familia, Salvador Gilbert, único sobreviviente de 63 integrantes, llegó a México.

 

No conocía a esta sociedad, pero hoy, a décadas de distancia, dice sentirse orgulloso de ser mexicano. “No existe otro pueblo igual, me recibieron con los brazos abiertos. Pronto seré bisabuelo y todo lo logré aquí”, finalizó.

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Foto 1

En su visita a la UNAM, Shie Gilbert Pianko, sobreviviente del Holocausto, recordó que el pueblo judío siempre recibió trato de enemigo a muerte por el régimen nazi.

 

Foto2

Shie Gilbert Pianko, sobreviviente del Holocausto, destacó que con la invasión alemana a Polonia, en 1939, se preparó un plan para disminuir la fuerza física y moral de los judíos y, al final, acabar con todos.