Boletín UNAM-DGCS-771
Ciudad Universitaria
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final del boletín
SE
HUNDIÓ LA CIUDAD DE MÉXICO OCHO METROS EN EL SIGLO XX
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Con el crecimiento de
la población el problema se acentuó, porque cada vez se extrae más agua del
subsuelo, explicó Roberto Sánchez Ramírez, del II de la UNAM
· La consecuencia de este fenómeno en el patrimonio histórico es preocupante, afirmó
La Ciudad de México se hundió alrededor
de ocho metros en el siglo XX, a razón de 70 u 80 centímetros por año. Con el
crecimiento de la población el problema se acentuó, porque cada vez es
necesario sacar más agua del subsuelo e, incluso, traerla de otros lugares,
explicó Roberto Sánchez Ramírez, miembro del Instituto de Ingeniería (II) de la
UNAM.
En la Capilla del Museo de las Ciencias Universum
señaló que en la zona oriente la urbe se hunde mucho más aprisa que en el
centro. En los últimos cien años esa última parte se sumió a razón de siete
metros, y en los extremos, ocho. La consecuencia de ese fenómeno en el
patrimonio histórico es preocupante.
En la conferencia Ingeniería de
monumentos históricos afirmó que en el país se cuenta con una importante
riqueza arquitectónica, sobre todo a raíz de la llegada de los españoles,
quienes levantaron edificaciones dedicadas, en especial, al culto religioso, no
con varillas ni concreto, sino con piedra, adobe, tierra y madera.
Sus riesgos pueden ser naturales o
provocados por causa humana, abundó Sánchez Ramírez. Dentro de los primeros se
halla el envejecimiento propio de la estructura, el medio ambiente, sismos, huracanes
y problemas geológicos, como inestabilidad de taludes.
Los segundos son abandono, contaminación,
falta de mantenimiento, deficiencias en el diseño original, alteraciones,
cambios de uso, intervenciones incompatibles, modificaciones del entorno y
fuego, añadió.
Uno de los problemas más
devastadores son los sismos, a los cuales se debe la mayor parte de las
pérdidas. En la capital se enfrentan, además, hundimientos. La metrópoli,
recordó el experto, se asienta en lo que fuera un lago. Todavía a principios
del siglo pasado era posible transitar por sus canales.
A principios del siglo XX se construyó la
red local de drenaje, pero falló al poco tiempo. Desde entonces se observó que
la urbe bajaba de nivel y por eso sus cauces perdían pendiente y eficiencia. Al
seguir el crecimiento demográfico y las inclinaciones fue necesario proveer los
conductos de aguas residuales de poderosos sistemas de bombeo, para garantizar
que el líquido saliera de la ciudad. Actualmente existe un sistema más eficaz:
el drenaje profundo.
La metrópoli, dijo el investigador, posee
un suelo de arcilla con alto contenido hídrico, que pone en riesgo las
edificaciones. Ese hecho se reflejó desde la época colonial.
Por supuesto, no hay declives uniformes y
eso ocasiona que los apoyos de las bóvedas se separen produciendo
agrietamientos en las zonas altas. En las cúpulas se forman grietas y puede
estallar piedra en las partes internas, indicó.
Otro monumento en esa condición es la
Columna de la Independencia. A principios del siglo pasado la calle estaba al
mismo nivel de la plataforma de desplante; ahora, está más abajo. Ese símbolo
está apoyado con pilotes hasta los estratos profundos. Por eso no se sumió a la
par del resto del área.
Un caso relevante es el de la Catedral,
cuya edificación comenzó en 1573. Sus torres fueron la última adición en 1813.
Su cimentación, refirió el científico, consta de trabes apoyadas sobre una
plataforma de piedra, que a su vez se soporta sobre un conjunto de pilotes de
madera de 20 centímetros de diámetro y dos o tres metros de altura.
Durante su construcción, este recinto
–con un peso de 130 mil toneladas– empezó a hundirse de forma diferencial, más
en el lado sur que en el norte. De hecho, cuando se levantaron las bóvedas, las
columnas del lado del sur debieron elevarse alrededor de 80 centímetros más,
para poner todo al mismo nivel.
Para 1970 el templo más notable del
continente tenía inclinaciones importantes. Se pensó que podía corregirse con
pilotes de control. Se colocaron más de 500, pero sólo 12 o 15 por ciento quedó
bien instalado. Para 1989 entre el ábside y la esquina sur–poniente había un
diferencial de dos metros y medio.
Además, a unos metros pasa uno de los
colectores del drenaje profundo y el cajón del tren subterráneo. “La cimentación
del templo sobresale de su trazo y llega como a siete metros más allá del
último contrafuerte. Para construir el metro cortaron parte de su cimentación
norte”, reveló el universitario.
Los hundimientos diferenciados (de hasta
12 milímetros por año en las orillas) produjeron tensión, más de cuatro
kilómetros de grietas en todo el conjunto arquitectónico. En el piso también
había fisuras que afectaron la cimentación y base de las columnas. Ante ello,
en 1989 iniciaron estudios para aportar soluciones. Se llegó a la conclusión de
que se podría tratar de enderezar el conjunto y se propuso sacar tierra en las
partes más altas.
La magnitud de la construcción y la
presencia de vestigios prehispánicos obligaron a hacer grandes pozos mucho más
allá de las pirámides. Se decidió apuntalar toda la construcción y, de manera
complementaria, se intervinieron seis columnas (las que soportan mayor carga y
dos fracturadas), precisó Sánchez Ramírez.
En el Instituto de Ingeniería se hicieron
estudios de los materiales con que está construido este recinto. De las
columnas se extrajeron núcleos y se encontró que no son macizas o de una sola
pieza, sino que en su parte central tienen un hueco relleno de mampostería.
Los universitarios, explicó, también
instalaron una red de acelerógrafos para entender cómo se comporta la
estructura durante un sismo. Se determinó que vibra en dirección transversal,
torsión y longitudinal relativo.
Con la intervención fue
posible reducir el hundimiento diferenciado en alrededor de 92 centímetros.
También se corrigió la verticalidad de las columnas y se reparó el arco del
Sagrario, el cual se reconstruyó por completo.
El suelo se reforzó y la caída
actual es de tres milímetros por año. Sus elementos de soporte están menos
esforzados y eso deja a la Catedral en mejores condiciones para resistir sismos
y hundimientos, aunque el problema continúa porque se sigue extrayendo agua,
finalizó.
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PIES DE FOTO
01
La Ciudad de México posee un suelo
de arcilla con alto contenido hídrico que pone en riesgo las edificaciones,
afirmó Roberto Sánchez Ramírez, miembro del Instituto de Ingeniería de la UNAM.
02
En Universum, Roberto Sánchez
Ramírez, del Instituto de Ingeniería de la UNAM, señaló que preocupan los
hundimientos sobre el patrimonio histórico en la Ciudad de México.