06:00 hrs. Octubre 25 de 2004

 

Boletín UNAM-DGCS-771

Ciudad Universitaria

 

Pies de foto al final del boletín

 

 

 

SE HUNDIÓ LA CIUDAD DE MÉXICO OCHO METROS EN EL SIGLO XX

 

·        Con el crecimiento de la población el problema se acentuó, porque cada vez se extrae más agua del subsuelo, explicó Roberto Sánchez Ramírez, del II de la UNAM 

·        La consecuencia de este fenómeno en el patrimonio histórico es preocupante, afirmó

 

La Ciudad de México se hundió alrededor de ocho metros en el siglo XX, a razón de 70 u 80 centímetros por año. Con el crecimiento de la población el problema se acentuó, porque cada vez es necesario sacar más agua del subsuelo e, incluso, traerla de otros lugares, explicó Roberto Sánchez Ramírez, miembro del Instituto de Ingeniería (II) de la UNAM.

 

En la Capilla del Museo de las Ciencias Universum señaló que en la zona oriente la urbe se hunde mucho más aprisa que en el centro. En los últimos cien años esa última parte se sumió a razón de siete metros, y en los extremos, ocho. La consecuencia de ese fenómeno en el patrimonio histórico es preocupante.

 

En la conferencia Ingeniería de monumentos históricos afirmó que en el país se cuenta con una importante riqueza arquitectónica, sobre todo a raíz de la llegada de los españoles, quienes levantaron edificaciones dedicadas, en especial, al culto religioso, no con varillas ni concreto, sino con piedra, adobe, tierra y madera.

 

Sus riesgos pueden ser naturales o provocados por causa humana, abundó Sánchez Ramírez. Dentro de los primeros se halla el envejecimiento propio de la estructura, el medio ambiente, sismos, huracanes y problemas geológicos, como inestabilidad de taludes.

 

Los segundos son abandono, contaminación, falta de mantenimiento, deficiencias en el diseño original, alteraciones, cambios de uso, intervenciones incompatibles, modificaciones del entorno y fuego, añadió.

 

Uno de los problemas más devastadores son los sismos, a los cuales se debe la mayor parte de las pérdidas. En la capital se enfrentan, además, hundimientos. La metrópoli, recordó el experto, se asienta en lo que fuera un lago. Todavía a principios del siglo pasado era posible transitar por sus canales.

 

A principios del siglo XX se construyó la red local de drenaje, pero falló al poco tiempo. Desde entonces se observó que la urbe bajaba de nivel y por eso sus cauces perdían pendiente y eficiencia. Al seguir el crecimiento demográfico y las inclinaciones fue necesario proveer los conductos de aguas residuales de poderosos sistemas de bombeo, para garantizar que el líquido saliera de la ciudad. Actualmente existe un sistema más eficaz: el drenaje profundo.

 

La metrópoli, dijo el investigador, posee un suelo de arcilla con alto contenido hídrico, que pone en riesgo las edificaciones. Ese hecho se reflejó desde la época colonial.

 

Por supuesto, no hay declives uniformes y eso ocasiona que los apoyos de las bóvedas se separen produciendo agrietamientos en las zonas altas. En las cúpulas se forman grietas y puede estallar piedra en las partes internas, indicó.

 

Otro monumento en esa condición es la Columna de la Independencia. A principios del siglo pasado la calle estaba al mismo nivel de la plataforma de desplante; ahora, está más abajo. Ese símbolo está apoyado con pilotes hasta los estratos profundos. Por eso no se sumió a la par del resto del área.

 

Un caso relevante es el de la Catedral, cuya edificación comenzó en 1573. Sus torres fueron la última adición en 1813. Su cimentación, refirió el científico, consta de trabes apoyadas sobre una plataforma de piedra, que a su vez se soporta sobre un conjunto de pilotes de madera de 20 centímetros de diámetro y dos o tres metros de altura.

 

Durante su construcción, este recinto –con un peso de 130 mil toneladas– empezó a hundirse de forma diferencial, más en el lado sur que en el norte. De hecho, cuando se levantaron las bóvedas, las columnas del lado del sur debieron elevarse alrededor de 80 centímetros más, para poner todo al mismo nivel.

 

Para 1970 el templo más notable del continente tenía inclinaciones importantes. Se pensó que podía corregirse con pilotes de control. Se colocaron más de 500, pero sólo 12 o 15 por ciento quedó bien instalado. Para 1989 entre el ábside y la esquina sur–poniente había un diferencial de dos metros y medio.

 

Además, a unos metros pasa uno de los colectores del drenaje profundo y el cajón del tren subterráneo. “La cimentación del templo sobresale de su trazo y llega como a siete metros más allá del último contrafuerte. Para construir el metro cortaron parte de su cimentación norte”, reveló el universitario.

 

Los hundimientos diferenciados (de hasta 12 milímetros por año en las orillas) produjeron tensión, más de cuatro kilómetros de grietas en todo el conjunto arquitectónico. En el piso también había fisuras que afectaron la cimentación y base de las columnas. Ante ello, en 1989 iniciaron estudios para aportar soluciones. Se llegó a la conclusión de que se podría tratar de enderezar el conjunto y se propuso sacar tierra en las partes más altas.

 

La magnitud de la construcción y la presencia de vestigios prehispánicos obligaron a hacer grandes pozos mucho más allá de las pirámides. Se decidió apuntalar toda la construcción y, de manera complementaria, se intervinieron seis columnas (las que soportan mayor carga y dos fracturadas), precisó Sánchez Ramírez.

 

En el Instituto de Ingeniería se hicieron estudios de los materiales con que está construido este recinto. De las columnas se extrajeron núcleos y se encontró que no son macizas o de una sola pieza, sino que en su parte central tienen un hueco relleno de mampostería.

 

Los universitarios, explicó, también instalaron una red de acelerógrafos para entender cómo se comporta la estructura durante un sismo. Se determinó que vibra en dirección transversal, torsión y longitudinal relativo.

 

Con la intervención fue posible reducir el hundimiento diferenciado en alrededor de 92 centímetros. También se corrigió la verticalidad de las columnas y se reparó el arco del Sagrario, el cual se reconstruyó por completo.

 

El suelo se reforzó y la caída actual es de tres milímetros por año. Sus elementos de soporte están menos esforzados y eso deja a la Catedral en mejores condiciones para resistir sismos y hundimientos, aunque el problema continúa porque se sigue extrayendo agua, finalizó.

 

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PIES DE FOTO 

 

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La Ciudad de México posee un suelo de arcilla con alto contenido hídrico que pone en riesgo las edificaciones, afirmó Roberto Sánchez Ramírez, miembro del Instituto de Ingeniería de la UNAM.

 

 

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En Universum, Roberto Sánchez Ramírez, del Instituto de Ingeniería de la UNAM, señaló que preocupan los hundimientos sobre el patrimonio histórico en la Ciudad de México.