Boletín UNAM-DGCS-734
Ciudad Universitaria
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EN PAÍSES POBRES
SE ACENTÚA LA VULNERABILIDAD ANTE FENÓMENOS NATURALES
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Un 95 por ciento de las muertes por desastres ocurren
en naciones subdesarrolladas y el resto en las industrializadas, las cuales
concentran al 20 por ciento de la población
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El segundo miércoles de octubre se celebra el Día
Internacional para la Reducción de los Desastres Naturales, decretado por la
ONU
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Hablar de contingencias es referirse a la sociedad, de
otra forma sólo se haría referencia a sismos, huracanes, inundaciones y
erupciones volcánicas: Daniel Rodríguez, de la ENTS
Noventa y cinco por ciento de las muertes por
desastres ocurren en países subdesarrollados y el resto en los
industrializados, los cuales concentran a cerca de 20 por ciento de la
población. "No es proporcional la magnitud del daño humano a la
colectividad representada", reveló Daniel Rodríguez Velázquez,
académico de la Escuela Nacional de Trabajo Social (ENTS) de la UNAM.
Buena parte de ese porcentaje se concentra en
Asia, añadió. En los territorios de Bangladesh o India, por ejemplo, los
monzones causan graves daños. En el caso de México, la región más afectada es
la sur–sureste.
Por ejemplo, indicó Rodríguez Velázquez, en el
periodo 1980-2000 los huracanes que alcanzaron el territorio nacional lo
hicieron en 13 ocasiones por Campeche, Chiapas, Guerrero, Oaxaca, Quintana Roo,
Tabasco, Yucatán y Veracruz, y en 21 por el noroeste (Baja California, Baja
California Sur, Sonora y Sinaloa).
En contraste, las muertes fueron 6 mil en la
primera zona y 405 en la segunda. La población damnificada fue de más de 2
millones en el sur–sureste, equivalente al 72 por ciento del total nacional, y
del 13 en el noroeste, con alrededor de 371 mil personas.
En las entidades sureñas los niveles de
bienestar son bajos. En México, el promedio del Producto Interno Bruto (PIB) per
cápita para el 2000 fue de alrededor de 14 mil 600 pesos; pero en Chiapas y
Oaxaca fue de 6 mil; en Guerrero de 7 mil 500. Por debajo de 9 mil también
estuvieron Tabasco y Veracruz. En las regiones del norte ese indicador supera
el promedio nacional: Chihuahua, 21 mil; Nuevo León, 25 mil; Baja California,
19 mil. En el centro, el DF es la excepción, con 37 mil, por su concentración
económica.
Ante ello, hablar de desastres es hablar de
sociedad; de otra forma sólo se haría referencia a fenómenos naturales: sismos,
huracanes, tornados, maremotos, inundaciones, desprendimientos de tierra,
erupciones volcánicas, incendios, sequías o desertificación, entre otros,
omitiendo el componente social, incluyendo la toma de decisiones, abundó Daniel
Rodríguez.
Al respecto, el
responsable del Programa de Intervención en Crisis por Desastres Naturales y
Urbanos de la Facultad de Psicología (FP), Jorge Álvarez Martínez, explicó que,
además, desde la perspectiva de la salud mental se considera que entre una
tercera parte y la mitad de la población expuesta a un evento catastrófico
presentará una forma de desequilibrio o desadaptación emocional, aunque no
todos requerirán atención psicológica profesional, pues tienen apoyo social y
familiar que ayudaran a paliar y afrontar las secuelas.
Con motivo de la celebración, el segundo
miércoles de octubre, del Día Internacional para la Reducción de los Desastres
Naturales (decretado por la ONU en sus resoluciones 44/236 del 22 de diciembre
de 1989 y 56/195 del 21 de diciembre de 2001), Daniel Rodríguez indicó que los peligros
por fenómenos
meteorológicos se presentan por bajos niveles de vida en buena parte del país,
mal manejo de cuencas hidráulicas y asentamientos humanos irregulares. "No
hay proceso de poblamiento que no implique problemas técnicos y jurídicos
porque no hay planeación urbana", puntualizó.
Por eso, en todas las temporadas de lluvias hay
incidentes. Así ocurre porque no convivimos adecuadamente con el medio ambiente
y permitimos la devastación forestal. Además, se da la segregación de
poblaciones rurales e indígenas en zonas montañosas, las cuales enfrentan
riesgos adicionales, como ocurrió en el norte de Veracruz y en la sierra norte
de Puebla en 1999, así como Oaxaca y Chiapas en los últimos años.
Rodríguez Velázquez expuso que las
declaratorias de catástrofes o emergencia que emite la Secretaría de
Gobernación, mediante el Fondo de Desastres Naturales (Fonden), se concentran
en esa época del año. Ello se relaciona con una problemática mundial: la ONU ha
señalado que el agua es la principal causa de perjuicios.
Su escasez
produce sequías, pérdida de cosechas y hambrunas, y en exceso grandes
inundaciones o desbordes de ríos. Es una situación, sobre todo, del “tercer
mundo”. Así lo expresó el organismo: si bien las contingencias causan daños a
la infraestructura social y económica de todas las naciones, sus consecuencias
a largo plazo son graves para los países en desarrollo y obstaculizan su
crecimiento sostenible, generando inviabilidad en su progreso.
Al respecto, Ramiro Rodríguez Castillo,
del Instituto de
Geofísica, afirmó que en nuestro territorio la población debe aprender a
convivir con los riesgos existentes, saber que pueden presentarse
eventualidades y conocer su magnitud para hacerles frente. Si no ocurre así,
las afectaciones podrían ser mayores.
Para prevenir desastres, no
para predecirlos, opinó, hacen falta mediciones. "No podemos prever la
magnitud de un evento si no entendemos cómo ocurre y sus consecuencias; para
eso se requieren investigaciones; sin embargo, no tenemos la cultura del
'dato'. Por ejemplo, es difícil conseguir información sobre el manejo del agua
de hace una década en cualquier zona de México. No ha habido cuidado en ese
sentido".
A pesar de que en los últimos
años la protección civil ha mejorado, sobre todo gracias a la mayor conciencia
y reclamo sociales, atravesamos un estancamiento en las disposiciones, dijo.
En opinión de Rodríguez
Velázquez, la capacidad
real de respuesta del Sistema Nacional de Protección Civil está limitada al
priorizar la atención de emergencias mediante la entrega de cobertores,
despensas, alojamiento, rescate de cuerpos o de personas lesionadas.
"Responde a lo inmediato, a lo coyuntural, y lo hace bien. Se sale del
paso, pero nada más".
Ahora, añadió el geofísico, se
necesita una mayor interacción entre los diferentes actores (población y
autoridades) y de la profesionalización del personal dedicado a la prevención,
es decir, la presencia creciente de geólogos, meteorólogos, hidrogeólogos,
sismólogos y sociólogos en comités asesores.
Por ejemplo, en México, que
depende en 70 por ciento del agua subterránea, no existen más de 250
hidrogeólogos. "Requerimos más especialistas en diferentes campos y de su
intervención en la toma de decisiones", sugirió.
Asimismo, señaló que la
población está familiarizada con fenómenos como los sismos o erupciones
volcánicas; pero hay otros eventos que además de ser consecuencia de un hecho
natural tienen un alto componente humano.
Así ocurre con la subsidencia
o hundimientos diferenciales de las ciudades, provocados por la extracción de
agua, problema que no se detendrá mientras se siga extrayendo el vital líquido
del subsuelo. "Hay zonas donde su velocidad se ha reducido a tres
milímetros por año, pero en otras llega a ser mayor de 30 centímetros",
alertó.
Para entender al desastre, primero debe
conocerse la organización de una sociedad y sus condiciones económicas y
políticas. Se trata de un proceso, no de un evento en sí mismo que llega,
golpea y se mide en segundos u horas. Por el contrario, sus causas son
acumulativas, como ocurrió en las explosiones de San Juan Ixhuatepec (1984) y
de Guadalajara (1992); los terremotos de 1985, y el huracán “Gilberto” en 1988,
abundó Daniel Rodríguez.
Si sabemos que estamos expuestos a fenómenos
naturales, precisó, habría que diseñar sistemas de respuesta regionales porque los métodos de planeación y
situación monetaria, y culturales, de relación con el entorno, son diferentes
en cada lugar.
En el plano psicológico también es posible prevenir las
crisis. Las recomendaciones de las organizaciones Panamericana y Mundial de la
Salud consisten en el diseño de programas preventivos de salud mental en
momentos de desastre y emergencia basados, sobre todo, en la formación de
promotores sociales quienes toman en cuenta las costumbres e idiosincrasia de
cada comunidad, precisó Jorge Álvarez.
También las autoridades deben acercarse a los
especialistas que generan el conocimiento de esos procesos, la mayoría de los
cuales se encuentra en la Universidad Nacional, señalaron los investigadores.
Ahí, recordó Ramiro Rodríguez,
se han generado productos, como mapas, que la gente puede consultar para saber
en dónde puede haber mayor afectación o hacia dónde puede avanzar una nube de
ceniza durante una erupción del Popocatépetl. También se han elaborado planos
de vulnerabilidad acuífera para el país, que pueden contribuir a la
organización urbana.
Álvarez Martínez mencionó que la
UNAM trabaja con las universidades de Buenos Aires, Tel Aviv y Alberta para el
enriquecimiento y ampliación de un Tutorial Interactivo denominado IBIS
(International Bioethical Information System) en el plano temático-conceptual
de las catástrofes.
“Producimos un multimedia que
informe, entrene, capacite, actualice y evalué a los interventores en crisis,
incluso a distancia con ayuda de Internet, el CD interactivo o usando
tecnologías educativas de punta como el proyecto de visualización IXTLI de
nuestra casa de estudios”, indicó.
En tanto, el integrante de la ENTS sugirió la
creación de una dependencia universitaria que atienda en forma integral la
problemática de desastres con un enfoque multi
e interdisciplinario.
En la UNAM se
cuenta con académicos de diversas áreas: químicos, sociólogos, antropólogos,
geólogos, historiadores, psicólogos, por lo que no debe tratarse de un esfuerzo
aislado. Se puede impulsar un programa específico de carácter nacional, y avanzar
con proyectos regionales.
Jorge Álvarez recordó que el Programa de
Intervención en Crisis a Víctimas de Desastres tiene entre sus prioridades la
capacitación de personal del área de salud mental.
“Eso nos ha llevado a la aplicación e
instrumentación de modelos actualizados de atención psicológica de bajo costo y
probada efectividad, impartidos a alumnos y profesores de la FP. También se ha
capacitado a los interventores en crisis en formación de la ENTS y en diversas
entidades dedicadas a la protección civil universitaria, además del personal de
instancias gubernamentales (Protección Civil, IMSS, ISSSTE, INFONAVIT y DIF,
por ejemplo) y de grupos de la sociedad civil que auxilian en forma altruista y
voluntaria a los damnificados por eventos catastróficos.
Entre los desastres atendidos
por el grupo de brigadistas de la FP se encuentran: los sismos de 1985 en la
Ciudad de México; los huracanes “Paulina” (Acapulco) y “Mitch” (San Pedro Sula,
Honduras), ambos en 1998; la ruptura del bordo del canal de “La Compañía” en
Chalco, 2000; y el sismo de Colima en febrero de 2003, finalizó el
especialista.
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PIES DE FOTO
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Noventa y cinco
por ciento de las muertes por desastres ocurren en países subdesarrollados y el
resto en los industrializados, los cuales concentran a cerca de 20 por ciento
de la gente, reveló Daniel Rodríguez Velázquez, de la ENTS de la UNAM.
FOTO 02
Ramiro Rodríguez
Castillo, del IGf de la UNAM, aseveró que en nuestro país la población debe
aprender a convivir con los riesgos existentes, saber que pueden presentarse
contingencias y conocer su magnitud para hacerles frente.