12:00 hrs. Octubre 13 de 2004

 

Boletín UNAM-DGCS-734

Ciudad Universitaria

 

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EN PAÍSES POBRES SE ACENTÚA LA VULNERABILIDAD ANTE FENÓMENOS NATURALES

 

·        Un 95 por ciento de las muertes por desastres ocurren en naciones subdesarrolladas y el resto en las industrializadas, las cuales concentran al 20 por ciento de la población

·        El segundo miércoles de octubre se celebra el Día Internacional para la Reducción de los Desastres Naturales, decretado por la ONU

·        Hablar de contingencias es referirse a la sociedad, de otra forma sólo se haría referencia a sismos, huracanes, inundaciones y erupciones volcánicas: Daniel Rodríguez, de la ENTS

 

Noventa y cinco por ciento de las muertes por desastres ocurren en países subdesarrollados y el resto en los industrializados, los cuales concentran a cerca de 20 por ciento de la población. "No es proporcional la magnitud del daño humano a la colectividad representada", reveló Daniel Rodríguez Velázquez, académico de la Escuela Nacional de Trabajo Social (ENTS) de la UNAM.

 

Buena parte de ese porcentaje se concentra en Asia, añadió. En los territorios de Bangladesh o India, por ejemplo, los monzones causan graves daños. En el caso de México, la región más afectada es la sur–sureste.

 

Por ejemplo, indicó Rodríguez Velázquez, en el periodo 1980-2000 los huracanes que alcanzaron el territorio nacional lo hicieron en 13 ocasiones por Campeche, Chiapas, Guerrero, Oaxaca, Quintana Roo, Tabasco, Yucatán y Veracruz, y en 21 por el noroeste (Baja California, Baja California Sur, Sonora y Sinaloa).

 

En contraste, las muertes fueron 6 mil en la primera zona y 405 en la segunda. La población damnificada fue de más de 2 millones en el sur–sureste, equivalente al 72 por ciento del total nacional, y del 13 en el noroeste, con alrededor de 371 mil personas.

 

En las entidades sureñas los niveles de bienestar son bajos. En México, el promedio del Producto Interno Bruto (PIB) per cápita para el 2000 fue de alrededor de 14 mil 600 pesos; pero en Chiapas y Oaxaca fue de 6 mil; en Guerrero de 7 mil 500. Por debajo de 9 mil también estuvieron Tabasco y Veracruz. En las regiones del norte ese indicador supera el promedio nacional: Chihuahua, 21 mil; Nuevo León, 25 mil; Baja California, 19 mil. En el centro, el DF es la excepción, con 37 mil, por su concentración económica.

 

Ante ello, hablar de desastres es hablar de sociedad; de otra forma sólo se haría referencia a fenómenos naturales: sismos, huracanes, tornados, maremotos, inundaciones, desprendimientos de tierra, erupciones volcánicas, incendios, sequías o desertificación, entre otros, omitiendo el componente social, incluyendo la toma de decisiones, abundó Daniel Rodríguez.

 

Al respecto, el responsable del Programa de Intervención en Crisis por Desastres Naturales y Urbanos de la Facultad de Psicología (FP), Jorge Álvarez Martínez, explicó que, además, desde la perspectiva de la salud mental se considera que entre una tercera parte y la mitad de la población expuesta a un evento catastrófico presentará una forma de desequilibrio o desadaptación emocional, aunque no todos requerirán atención psicológica profesional, pues tienen apoyo social y familiar que ayudaran a paliar y afrontar las secuelas.

 

Con motivo de la celebración, el segundo miércoles de octubre, del Día Internacional para la Reducción de los Desastres Naturales (decretado por la ONU en sus resoluciones 44/236 del 22 de diciembre de 1989 y 56/195 del 21 de diciembre de 2001), Daniel Rodríguez indicó que los peligros por fenómenos meteorológicos se presentan por bajos niveles de vida en buena parte del país, mal manejo de cuencas hidráulicas y asentamientos humanos irregulares. "No hay proceso de poblamiento que no implique problemas técnicos y jurídicos porque no hay planeación urbana", puntualizó.

 

Por eso, en todas las temporadas de lluvias hay incidentes. Así ocurre porque no convivimos adecuadamente con el medio ambiente y permitimos la devastación forestal. Además, se da la segregación de poblaciones rurales e indígenas en zonas montañosas, las cuales enfrentan riesgos adicionales, como ocurrió en el norte de Veracruz y en la sierra norte de Puebla en 1999, así como Oaxaca y Chiapas en los últimos años.

 

Rodríguez Velázquez expuso que las declaratorias de catástrofes o emergencia que emite la Secretaría de Gobernación, mediante el Fondo de Desastres Naturales (Fonden), se concentran en esa época del año. Ello se relaciona con una problemática mundial: la ONU ha señalado que el agua es la principal causa de perjuicios.

 

Su escasez produce sequías, pérdida de cosechas y hambrunas, y en exceso grandes inundaciones o desbordes de ríos. Es una situación, sobre todo, del “tercer mundo”. Así lo expresó el organismo: si bien las contingencias causan daños a la infraestructura social y económica de todas las naciones, sus consecuencias a largo plazo son graves para los países en desarrollo y obstaculizan su crecimiento sostenible, generando inviabilidad en su progreso.

 

Al respecto, Ramiro Rodríguez Castillo, del Instituto de Geofísica, afirmó que en nuestro territorio la población debe aprender a convivir con los riesgos existentes, saber que pueden presentarse eventualidades y conocer su magnitud para hacerles frente. Si no ocurre así, las afectaciones podrían ser mayores.

 

Para prevenir desastres, no para predecirlos, opinó, hacen falta mediciones. "No podemos prever la magnitud de un evento si no entendemos cómo ocurre y sus consecuencias; para eso se requieren investigaciones; sin embargo, no tenemos la cultura del 'dato'. Por ejemplo, es difícil conseguir información sobre el manejo del agua de hace una década en cualquier zona de México. No ha habido cuidado en ese sentido".

 

A pesar de que en los últimos años la protección civil ha mejorado, sobre todo gracias a la mayor conciencia y reclamo sociales, atravesamos un estancamiento en las disposiciones, dijo.

 

En opinión de Rodríguez Velázquez, la capacidad real de respuesta del Sistema Nacional de Protección Civil está limitada al priorizar la atención de emergencias mediante la entrega de cobertores, despensas, alojamiento, rescate de cuerpos o de personas lesionadas. "Responde a lo inmediato, a lo coyuntural, y lo hace bien. Se sale del paso, pero nada más".

 

Ahora, añadió el geofísico, se necesita una mayor interacción entre los diferentes actores (población y autoridades) y de la profesionalización del personal dedicado a la prevención, es decir, la presencia creciente de geólogos, meteorólogos, hidrogeólogos, sismólogos y sociólogos en comités asesores.

 

Por ejemplo, en México, que depende en 70 por ciento del agua subterránea, no existen más de 250 hidrogeólogos. "Requerimos más especialistas en diferentes campos y de su intervención en la toma de decisiones", sugirió.

 

Asimismo, señaló que la población está familiarizada con fenómenos como los sismos o erupciones volcánicas; pero hay otros eventos que además de ser consecuencia de un hecho natural tienen un alto componente humano.

 

Así ocurre con la subsidencia o hundimientos diferenciales de las ciudades, provocados por la extracción de agua, problema que no se detendrá mientras se siga extrayendo el vital líquido del subsuelo. "Hay zonas donde su velocidad se ha reducido a tres milímetros por año, pero en otras llega a ser mayor de 30 centímetros", alertó.

Para entender al desastre, primero debe conocerse la organización de una sociedad y sus condiciones económicas y políticas. Se trata de un proceso, no de un evento en sí mismo que llega, golpea y se mide en segundos u horas. Por el contrario, sus causas son acumulativas, como ocurrió en las explosiones de San Juan Ixhuatepec (1984) y de Guadalajara (1992); los terremotos de 1985, y el huracán “Gilberto” en 1988, abundó Daniel Rodríguez.

 

Si sabemos que estamos expuestos a fenómenos naturales, precisó, habría que diseñar sistemas de respuesta regionales   porque los métodos de planeación y situación monetaria, y culturales, de relación con el entorno, son diferentes en cada lugar.

 

En el plano psicológico también es posible prevenir las crisis. Las recomendaciones de las organizaciones Panamericana y Mundial de la Salud consisten en el diseño de programas preventivos de salud mental en momentos de desastre y emergencia basados, sobre todo, en la formación de promotores sociales quienes toman en cuenta las costumbres e idiosincrasia de cada comunidad, precisó Jorge Álvarez.

 

También las autoridades deben acercarse a los especialistas que generan el conocimiento de esos procesos, la mayoría de los cuales se encuentra en la Universidad Nacional, señalaron los investigadores.

 

Ahí, recordó Ramiro Rodríguez, se han generado productos, como mapas, que la gente puede consultar para saber en dónde puede haber mayor afectación o hacia dónde puede avanzar una nube de ceniza durante una erupción del Popocatépetl. También se han elaborado planos de vulnerabilidad acuífera para el país, que pueden contribuir a la organización urbana.

 

Álvarez Martínez mencionó que la UNAM trabaja con las universidades de Buenos Aires, Tel Aviv y Alberta para el enriquecimiento y ampliación de un Tutorial Interactivo denominado IBIS (International Bioethical Information System) en el plano temático-conceptual de las catástrofes.

 

“Producimos un multimedia que informe, entrene, capacite, actualice y evalué a los interventores en crisis, incluso a distancia con ayuda de Internet, el CD interactivo o usando tecnologías educativas de punta como el proyecto de visualización IXTLI de nuestra casa de estudios”, indicó.

 

En tanto, el integrante de la ENTS sugirió la creación de una dependencia universitaria que atienda en forma integral la problemática de desastres con un enfoque multi  e interdisciplinario.

 

En la UNAM se cuenta con académicos de diversas áreas: químicos, sociólogos, antropólogos, geólogos, historiadores, psicólogos, por lo que no debe tratarse de un esfuerzo aislado. Se puede impulsar un programa específico de carácter nacional, y avanzar con proyectos regionales.

 

Jorge Álvarez recordó que el Programa de Intervención en Crisis a Víctimas de Desastres tiene entre sus prioridades la capacitación de personal del área de salud mental.

 

“Eso nos ha llevado a la aplicación e instrumentación de modelos actualizados de atención psicológica de bajo costo y probada efectividad, impartidos a alumnos y profesores de la FP. También se ha capacitado a los interventores en crisis en formación de la ENTS y en diversas entidades dedicadas a la protección civil universitaria, además del personal de instancias gubernamentales (Protección Civil, IMSS, ISSSTE, INFONAVIT y DIF, por ejemplo) y de grupos de la sociedad civil que auxilian en forma altruista y voluntaria a los damnificados por eventos catastróficos.

 

Entre los desastres atendidos por el grupo de brigadistas de la FP se encuentran: los sismos de 1985 en la Ciudad de México; los huracanes “Paulina” (Acapulco) y “Mitch” (San Pedro Sula, Honduras), ambos en 1998; la ruptura del bordo del canal de “La Compañía” en Chalco, 2000; y el sismo de Colima en febrero de 2003, finalizó el especialista.

 

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PIES DE FOTO

 

FOTO 01

 

Noventa y cinco por ciento de las muertes por desastres ocurren en países subdesarrollados y el resto en los industrializados, los cuales concentran a cerca de 20 por ciento de la gente, reveló Daniel Rodríguez Velázquez, de la ENTS de la UNAM.

 

 

FOTO 02

 

Ramiro Rodríguez Castillo, del IGf de la UNAM, aseveró que en nuestro país la población debe aprender a convivir con los riesgos existentes, saber que pueden presentarse contingencias y conocer su magnitud para hacerles frente.