Boletín UNAM-DGCS-604
Ciudad Universitaria
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MAYOR EL AUMENTO DE TEMPERATURA EN LA CAPITAL, QUE EL CAMBIO CLIMÁTICO GLOBAL
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Ernesto
Jáuregui, investigador del Centro de Ciencias de la Atmósfera, explicó que a
medida que la urbe crece se registran cambios en el clima por la sustitución de
suelo natural, vegetado o no, por elementos artificiales
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La
temperatura media anual a finales del siglo XIX fue de 14.5 grados. Cien años
después, al término del XX, había aumentado a 16, explicó
La temperatura de la capital de la república aumentó
2.4 grados en el último tercio del siglo XX, cantidad mucho mayor a la del
cambio climático global, que en toda la centuria fue de entre 0.5 y 1.5 grados,
afirmó Ernesto Jáuregui, investigador del Centro de Ciencias de la Atmósfera de
la UNAM.
Al
dictar el seminario “Variaciones del clima de la Ciudad de México durante el
siglo XX” en al auditorio del Jardín Botánico del Instituto de Biología,
refirió que a medida que la urbe crece se registran cambios en esa magnitud.
Ello
se debe a la sustitución de suelo natural, vegetado o no, por elementos
artificiales, como banquetas, edificaciones y casas. Uno de los efectos más
característicos son las llamadas “islas de calor”, que no son sino burbujas o
domos de aire tibio que se ciernen sobre su extensión, en especial donde las
construcciones están más concentradas y las calles son más estrechas.
Tal fenómeno tiene mayor frecuencia en abril y mayo.
En la actualidad, añadió, se ha alcanzado “el límite de tolerancia”, en 30 ó 32
grados”.
Otra
consecuencia que se advierte es la diferencia de temperaturas entre el centro y
la periferia. El contraste térmico ha ido en aumento de forma continua desde la
segunda mitad del siglo XX y hasta la actualidad.
Cuando
tenía menos de un millón de habitantes, la metrópoli registraba una diferencia
menor a dos grados. En los ochenta, con 10 millones de habitantes, aumentó a 8
ó 9 grados centígrados.
El
doctor Jáuregui recordó que en la Ciudad de México y su zona conurbada la
población creció de 2.3 millones a alrededor de 18 millones de personas, y de
229 kilómetros cuadrados a mil 500 de principios a finales del siglo pasado.
Por supuesto, “este incremento se liga a cambios en el clima”.
Sin
embargo, reconoció, no hay una red de estaciones para evaluar esta tendencia,
por lo que se deben aprovechar los instrumentos vigentes para otros propósitos,
como la medición de la contaminación atmosférica.
El
universitario abundó que también se observa la desaparición del fenómeno de las
heladas en la parte central de la ciudad. Eso se debe, entre otros factores, a
que los llamados “cañones urbanos” son más profundos en esa parte que en los
suburbios, y a que los materiales de construcción son más gruesos y almacenan
más calor por su capacidad térmica.
Precisó
que la “isla de calor” es cambiante a lo largo del ciclo diurno y estacional.
Se presenta con más vigor, por ejemplo, en época de secas, cuando no hay mucho
vapor de agua en el ambiente, a diferencia de cuando llueve, pues produce el
enfriamiento rápido de la superficie artificial.
Con
el calentamiento citadino, refirió, se tiene noticia de la incorporación a la
zona de plantas que antes no existían, principalmente hierbas. Además, al
parecer, la floración es cada vez más temprana en las jacarandas, aunque ese
hecho no está documentado.
Al
hablar sobre los cambios relativos a la humedad y precipitación en el último
tercio del siglo pasado, Ernesto Jáuregui mencionó que aumentaron los días
despejados y disminuyeron los lluviosos. Aunque este año ha sido excepcional,
anómalo: la estación calurosa –que empieza en marzo y termina en mayo– no
ocurrió, debido a que bajaron las invasiones de aire polar a partir de abril.
En
el siglo XX los chubascos también se incrementaron hasta tres veces. “Hay evidencia
clara de que la metrópoli, a medida que crece, induce una mayor frecuencia de
aguaceros intensos”, alertó.
En
relación con la temperatura del aire en la ciudad, dijo que ha aumentado en las
mañanas a razón de 0.6 grados por década, mientras que las máximas
temperaturas, por la tarde, subieron 0.3; así, para todo el siglo, el alza
térmica fue de 2 grados.
La
media anual a finales del siglo XIX fue de 14.5 grados. Cien años después, al
término del XX, había alcanzado los 16, explicó el especialista.
Las
áreas verdes no avanzaron en proporción a la urbe y, por lo tanto, la humedad
relativa decreció a razón de dos unidades porcentuales por década.
Frente
a ese panorama, las acciones para mitigar esas ínsulas ígneas deben ser
programas de reforestación urbana. Pero hay que tomar en cuenta qué árboles se
siembran, pues existen nueve millones de eucaliptos, cuando deberían ser
fresnos, acacias y cedros, los cuales no representan riesgos, concluyó.
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PIES DE FOTO
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Ernesto Jáuregui, investigador del
Centro de Ciencias de la Atmósfera de la UNAM, dijo que la temperatura de la
capital de la república aumentó 2.4 grados en el último tercio del siglo XX.
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El aumento de temperatura capitalina
es mucho mayor a la del cambio climático global, que en toda la centuria fue de
entre 0.5 y 1.5 grados, afirmó el investigador Ernesto Jáuregui.