06:00 hrs. Julio 14 de 2004

 

Boletín UNAM-DGCS-504

Ciudad Universitaria

 

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AMENAZA LA ACTIVIDAD HUMANA A LAS BALLENAS JOROBADAS

 

·        Esta especie es particularmente vulnerable a variaciones de la temperatura oceánica pues, para reproducirse, requiere aguas de 20 a 25 grados centígrados: Luis Medrano, de la FC

·        Según estudios de universitarios, entre los machos hay cambios en el tipo y cantidad de alimentación asociada a transformaciones en las condiciones oceanográficas

 

A pesar de que aún no se determinan los efectos de la actividad humana en las ballenas jorobadas y su hábitat, se han detectado sustancias tóxicas en sus tejidos, afirmó el doctor Luis Medrano, de la Facultad de Ciencias (FC) de la UNAM.

 

Explicó que los factores que perjudican a las poblaciones de esos mamíferos son el desarrollo asociado al turismo, pesca ribereña, exploración y extracción submarina de recursos como el petróleo, variaciones caloríferas y contaminación.

 

Una de las reacciones inmediatas del cambio climático es la disminución de los cardúmenes en las zonas marinas de latitudes altas, lo que significa una menor ingesta. “Ellas dependen de la temperatura del océano para diversos aspectos de su reproducción y obtención de comida”, añadió.

 

Esta especie (Megaptera novaeangliae) es particularmente vulnerable a la alteración térmica marítima, pues se multiplica en aguas de 20 a 25 grados centígrados. De incrementarse trasladaría sus áreas de fecundación y se reduciría su espacio de alimentación.

 

Medrano refirió que existen más de 50 mil de estos animales, que viven en todo el mundo, aunque se distinguen tres grandes grupos: en el Pacífico norte (incluye a los mares de México), con alrededor de ocho mil ejemplares; en el Atlántico norte, 10 mil, y en el Océano Austral las investigaciones son incompletas.

 

En los mares del país, de diciembre a abril o mayo, de acuerdo con la zona, subsisten más de dos mil especímenes: aproximadamente mil en las Islas Revillagigedo y de dos mil en las costas del Pacífico, entre el Istmo de Tehuantepec y la Península de Baja California.

 

Es una población en recuperación pues, recordó el experto, sufrieron de caza exhaustiva desde el siglo XIX hasta 1966, por lo que disminuyeron de forma drástica. Sobrevivieron menos de mil cetáceos en el Atlántico Norte, aproximadamente mil en el Pacífico y tal vez 10 mil en el Océano Austral.

 

“Son evidentes los signos de recuperación. Ahora es posible verlas en mayor abundancia. Tan sólo en el Pacífico aumentaron de mil a ocho mil en menos de treinta años”, expuso.

 

Eso ha sido posible gracias a que se prohibió su comercio. También se han tomado otras medidas internacionales, como evitar la extracción de hidrocarburos cerca de las zonas de alimentación, restricciones en el uso de redes de pesca y regulación de las observaciones turísticas. “Sin embargo, en la realidad muchas de estas acciones o planes no se cumplen”, advirtió.

 

Además, consideró Luis Medrano, su preservación se hace en términos prácticos, de aumentar sus miembros sin considerar otros factores como los procesos evolutivos o del hábitat.

 

Megaptera novaeangliae se caracteriza por poseer largas aletas pectorales. Las hembras llegan a medir hasta 16 metros y a pesar más de 40 toneladas; los machos son un poco más pequeños.

 

En invierno emigran hacia latitudes bajas, de aguas cálidas y someras, como las costas mexicanas, donde se aparean y dan a luz, puntualizó. En el verano se trasladan a zonas altas, subpolares. En el invierno quedan preñadas y en un período de once meses, de regreso a las áreas cálidas, paren ballenatos de 700 kilogramos, que en sólo cuatro meses alcanzan de tres a cuatro toneladas.

 

Así, al término de esta segunda etapa emigran con sus crías y las siguen amamantando durante 6 u 8 meses, cuando son destetadas en las zonas del norte, y quedan listas para reproducirse de nuevo.

 

A pesar de pertenecer al grupo cetáceo (que comparten un ancestro común con los hipopótamos, hace 50 millones de años), subrayó que las ballenas como tales se originaron en el Oligoceno hace alrededor de 30 millones de años, y las jorobadas en particular en el Mioceno, hace 10 millones de años, provenientes de un grupo de rorcuales del Pacífico Norte, donde se encontró el fósil más antiguo.

 

En el Grupo de Mastozoología Marina de la FC de la Universidad Nacional se estudia a estos animales de forma sistemática desde 1986. Los universitarios realizan la fotoidentificación de las que llegan a las costas mexicanas, específicamente a Bahía de Banderas, en Nayarit y Jalisco.

 

Al respecto explicó que su aleta caudal tiene un patrón de coloración característico en cada individuo, que puede ir desde el blanco hasta el negro. Cada mancha, cada marca natural o por mordidas, conforman una “huella digital” única.

 

Ellas muestran con mucha frecuencia su extremidad antes de sumergirse, de forma que es posible fotografiarlas e identificarlas. Eso resulta de mucha utilidad en estudios de ecología poblacional, ya que así se determinan los sitios de propagación y desarrollo.

 

“Intercambiamos placas con investigadores de otros lugares y establecemos cuántas conforman cada grupo”, expresó. También, se han establecido tasas de nacimiento e intervalos entre partos, análisis de variación genética, interacciones entre los animales durante el período fértil y variación de los cantos en espacio y tiempo.

 

Respecto de estos últimos, el doctor Medrano refirió que son secuencias de sonidos que se repiten de forma regular, donde se identifica una subdivisión de estructuras. Son emitidos sólo por los machos en el período de reproducción, por lo que se cree que son un despliegue de atracción para las hembras. Otra hipótesis es que son para definir jerarquías.

 

Pueden detectarse a grandes distancias, de acuerdo con las condiciones de corrientes, ruidos subacuáticos y del viento. Los hidrófonos pueden captarlos a 30 ó 40 kilómetros, y posiblemente las mismas ballenas los puedan escuchar a mayor longitud.

 

Informó que en la FC se han iniciado recientemente, estudios del contenido de las grasas en la dermis, de importancia para determinar su estado nutricional.

 

Hasta ahora, dijo, se ha encontrado que entre estos cetáceos, sobre todo en los machos, hay una gran variación en su alimentación, basada en peces pequeños, y en las cantidades que ingieren, debido a las diversas condiciones oceanográficas.

 

Es decir, son capaces de adaptar sus hábitos y comer distintos organismos, como crustáceos y peces pequeños, y en volúmenes diferentes. Ello porque los especímenes masculinos se dispersan más y las hembras no se “preocupan” por buscar pareja, sino que son sus contrapartes quienes deben encontrar a más de una para aparearse. Por eso tienen mayor movilidad.

A pesar de que en el grupo de Mastozoología Marina el proyecto más importante es el estudio de estas ballenas, también se analiza la mastofauna marina en la boca del Golfo de California, una zona de transición entre el Pacífico norte y el tropical y, por lo tanto, de importancia biogeográfica.

 

Se realizan también estudios sobre anatomía craneal e histología de la piel y los dientes de otros mamíferos marinos de México, para estudiar el crecimiento como indicador histórico de efectos ambientales en el estado de estos animales.

 

 

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FOTO  01

Luis Medrano, de la Facultad de Ciencias de la UNAM, dijo que los factores que afectan a las ballenas jorobadas y su hábitat son el desarrollo asociado al turismo, pesca ribereña, y exploración y extracción de petróleo.

 

FOTO  02

La ballena jorobada es una especie en recuperación pues sufrió de caza exhaustiva desde el siglo XIX hasta 1966, explicó Luis Medrano, académico de la Facultad de Ciencias de la UNAM.