11:00 hrs. Abril 20 de 2004

 

Boletín UNAM-DGCS-289

Ciudad Universitaria

 

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MÁS RIESGOS QUE BENEFICIOS ORIGINADOS POR EL MAÍZ TRANSGÉNICO

 

·        Ana de Ita, del Centro de Estudios para el Cambio en el Campo Mexicano, aseguró que la contaminación del producto mexicano por esa causa no es un hecho aislado

·        En la FCPyS, Peter Rosset, del Centro para el Estudio de las Américas, dijo que la degradación de este recurso sería un crimen contra la naturaleza, el patrimonio cultural y biológico de los mexicanos y la seguridad alimentaria del mundo

·        El diputado José Luis Cabrera aseguró que en la Cámara baja se busca impulsar una legislación sobre bioseguridad alimentaria 

 

Para México el cultivo de maíz transgénico no supone ningún beneficio, pero sí múltiples riesgos. Incluso, en Estados Unidos tampoco han tenido resultados positivos en su producción y en la de otros artículos genéticamente modificados, en cambio han propiciado problemas económicos, advirtieron especialistas.

 

En la conferencia Biotecnología verde ¿capaz de alimentar al mundo?, organizada en al auditorio Ricardo Flores Magón de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (FCPyS) de la UNAM, Ana de Ita, del Centro de Estudios para el Cambio en el Campo Mexicano, aseguró que la contaminación de la gramínea mexicana por esta causa no es un hecho aislado.

 

 

Se han dado casos en la sierra de Oaxaca, probablemente por su importación desde EU, el mayor productor del mundo, que siembra 12.8 millones de hectáreas, contra las 8.5 millones de México de maíz convencional.

 

En el 2003, 40 por ciento de la producción norteamericana fue transgénica. Ese país nos vende mezclas a través de Liconsa, que tiene tiendas de abasto popular en 93 por ciento de los municipios de la república.

 

De Ita mencionó que estudios del Instituto Nacional de Ecología han demostrado que los granos adquiridos por esa empresa estatal contienen organismos modificados en un 37 por ciento, los cuales son introducidos en comunidades rurales para consumo y siembra. Sin que los campesinos sepan que está contaminado, lo prueban en sus parcelas, puntualizó.

 

Más de la mitad de la superficie cultivada en el territorio nacional está ocupada por maíz, refirió. Es también el principal producto rural (con tres millones de agricultores), 80 por ciento de los cuales utilizan espacios menores a cinco hectáreas. Ellos no compran semillas, sino que las seleccionan y usan cada año de su propia cosecha, por lo que representan el mercado que las compañías biotecnológicas quieren invadir.

 

Ana de Ita expresó que en el mundo existen 9.1 millones de hectáreas sembradas con maíz transgénico; empero, están diseñadas para combatir el gusano barrenador europeo, plaga que no existe en México. “Aquí no sirve de nada. Tampoco el resistente a herbicidas”, aclaró.

 

En su oportunidad, Peter Rosset, del Centro para el Estudio de las Américas, expuso que la industria de semillas y agrotóxicos está a punto de la quiebra porque la producción de granos modificados ha agotado sus posibilidades de crecimiento. Eso se debe a que sólo Canadá, EE UU y Argentina permiten su explotación a gran escala.

 

 

 

Al estar imposibilitadas para extenderse requieren nuevos mercados, como Brasil, para la siembra de soya, y México para el maíz. Sin embargo, añadió el especialista, no se toman en cuenta los riesgos que eso implica para las variedades originarias, con nueve mil años de evolución, que son también herencia para la sociedad indígena y campesina, y recurso para toda la humanidad.

 

Ese sustento podría degradarse en poco tiempo como resultado de la afectación. “Sería un crimen contra la naturaleza, contra el patrimonio cultural y biológico de los mexicanos y contra la seguridad alimentaria futura del mundo”. Nuestro país es reservorio de la diversidad genética de ese grano, por eso su transformación implica daños ecológicos y para la salud.

 

En la Unión Americana, finalizó, los transgénicos han producido graves pérdidas económicas: en maíz ha sido hasta por 92 millones de dólares. “Los beneficios no existen y frente a los riesgos desconocidos no se entiende su liberación, sino sólo frente a la sobrevivencia de las multinacionales”, expresó.

 

A su vez, Enrique Tron, de la Cámara Nacional del Maíz Industrializado, sostuvo que en el campo nacional prevalece el abandono y la inequidad. Se mantiene el “clientelismo” y las acciones demagógicas se multiplican. Los campesinos no son capaces de emprender acciones efectivas de fomento para incrementar la producción e imponer el cambio.

 

Recordó que este grano es el cultivo nacional más destacado y uno de los 30 básicos que alimentan al mundo. Nuestro territorio es su centro de origen junto con el de otras 150 especies vegetales, como el jitomate. Por ello, “es necesario esforzarnos para ser también fuente de los avances científicos que permitan obtener más y mejores alimentos”.

 

Su demanda en el país es de 32 millones de toneladas anuales, 11 de las cuales se dedican al consumo humano (8.5 en el medio urbano) y 21 millones para forraje. No obstante, en los últimos 20 años no rebasó las 14 millones de toneladas. Cada año crecen las presiones para importar más, lo cual encarece el costo y desaparecen puestos de trabajo para los compatriotas, explicó.

De igual forma, Rolf Immaler, de Agrobio México, consideró que la  tecnología depende de para qué se utiliza. En ese sentido, “tiene un potencial enorme”. Reconoció que ésta no pretende solucionar la falta de alimentos en el mundo, sino que es una herramienta para modernizar la agricultura, aumentar las cosechas y mejorar la calidad de los productos.

 

“La biotecnología verde llegó hace tiempo. En el mundo hay más de 60 millones de hectáreas de cultivos transgénicos, pero este tipo de productos sólo tienen futuro si la sociedad los acepta”, afirmó.

 

En opinión del especialista, no se trata de rechazar o aceptar este uso en general. Debe tratarse de un proceso de evaluación de cada proyecto, paso por paso. Por ejemplo, en México sería útil contar con maíces resistentes a la sequía o tolerantes a suelos ácidos.

 

Ante ese panorama es necesario conocer los riesgos que implica emplear esta innovación y tomar decisiones con base en una información amplia y en los principios de seguridad, equidad y legislación, sentenció.

 

Por último, José Luis Cabrera Padilla, diputado del Partido de la Revolución Democrática e integrante de la Comisión de Medio Ambiente y Recursos Naturales, dijo que en esta Cámara existe el compromiso de impulsar una legislación sobre bioseguridad que contribuya a asegurar la soberanía y abasto alimentario de la nación, a defender el patrimonio natural y cultural, a impulsar la producción agropecuaria y proteger la biodiversidad.

 

La Ley de Bioseguridad de Organismos Genéticamente Modificados, cuyo dictamen fue aprobado el 24 de abril de 2003 en el Senado y la iniciativa turnada a los diputados, quienes la revisarán en tres comisiones, deberá tomar en cuenta que son necesarios mecanismos legales para reparar los daños, graves o incluso irreversibles, que esa tecnología produzca, concluyó.

 

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PIES DE FOTO

 

Foto 01

 

Peter Rosset, del Centro para el Estudio de las Américas, sostuvo en la UNAM que la industria de semillas y agrotóxicos está a punto de la quiebra porque la producción de granos transgénicos ha agotado sus posibilidades de crecimiento.

 

 

Foto 02

 

Ana de Ita, del Centro de Estudios para el Cambio en el Campo Mexicano, aseguró en la UNAM que se ha demostrado que los granos adquiridos para el consumo nacional contienen organismos transgénicos en un 37 por ciento.

 

 

Foto 03

 

Enrique Tron, de la Cámara Nacional del Maíz Industrializado, informó en la UNAM que la demanda de ese grano en el país es de 32 millones de toneladas anuales, 11 de las cuales se dedican al consumo humano y 21 millones para forraje.

 

 

Foto 04

 

Rolf Immler, de Agrobio México, indicó en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM que en el mundo hay más de 60 millones de hectáreas de cultivos transgénicos.