06:00 hrs. Abril 11 de 2004

 

Boletín UNAM-DGCS-266

Ciudad Universitaria

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AL AÑO, EL MEXICANO NO LEE MÁS DE 2.5 LIBROS

 

·        Elsa Ramírez Leyva, del Centro de Investigaciones Bibliotecológicas de la UNAM, dijo que al no haber un censo específico hay versiones en el sentido de que el promedio anual es de un solo ejemplar leído por persona

·        En el país se carece del hábito de la lectura porque no se inculca desde el nivel básico, indicó

 

Se estima que el mexicano lee en promedio 2.5 libros al año, aunque por la falta de censos se desconoce la realidad de esta actividad, lo que ha permitido también la difusión de la versión de que la cifra podría ser de un sólo texto anual, advirtió la académica del Centro Universitario de Investigaciones Bibliotecológicas (CUIB) de la UNAM, Elsa Ramírez Leyva.

 

Precisó que las causas de origen son la falta de educación, al no inculcar desde el nivel básico el hábito de la lectura, la complejidad de muchos volúmenes, y la facilidad con que puede adquirirse cierto tipo de textos como revistas o comics.

 

En el país, subrayó, la población lee mayoritariamente de acuerdo con la oferta que se presenta en los puestos de periódicos, donde se encuentran revistas diversas, historietas o novelas, materiales que impiden a sus consumidores ser considerados como lectores por los eruditos e intelectuales por no leer libros, ante lo cual la investigadora señaló que no se debe discriminar a la gente por sus preferencias.

 

 Luego de manifestar la necesidad de reformar los programas educativos para elevar el nivel de la lectura en la república, estableció que en la evaluación realizada por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), Finlandia obtuvo el primer lugar respecto a los estudiantes mejor capacitados en esta habilidad. México, en cambio, alertó, ocupa el penúltimo lugar y Brasil el último.

 

En entrevista, la especialista habló sobre lo que leen los mexicanos. Comentó que las cifras no dicen mucho de la calidad de las ediciones, en cambio las encuestas presentan el panorama actual en este aspecto.

 

Aseguró que la nación que quiera insertarse en la sociedad de la información y formar parte de la globalización, debe tener ciudadanos con capacidad para retroalimentarse. El estudio de la OCDE, dijo, no es ocioso. Se elevaron los requerimientos y Estados Unidos, Gran Bretaña, Suiza y Finlandia superaron los márgenes de normalidad.

 

La sociedad de la información, destacó, impone nuevos y más sofisticados niveles de lectura en comparación con los que se tenían en el siglo XX.

 

Precisó que en caso de que las personas leyeran un libro a la semana, en 40 ó 50 años habrían podido leer dos mil 700 ejemplares. Sin embargo, ante la gran cantidad de títulos existentes deben ser selectivos y diferenciar entre la cantidad y la calidad.

 

El tema es complejo, resaltó, se debe atender el proceso de enseñanza–aprendizaje y la relación maestro–alumno. Si el profesor no contagia el gusto por la lectura, es imposible lograr que la gente se interese en ella.

 

La especialista del CUIB explicó que en una casa por lo regular hay tres tipos de textos por su sencillo contenido, por ser accesibles y porque se encuentran con facilidad: revistas, novelas y comics; enciclopedias y diccionarios, así como biblias.  

 

 

 

Al referirse a los tirajes de revistas que publica una televisora, informó que son entre 500 mil y 800 mil publicaciones mensuales, quincenales o hasta semanales, con cerca de 45 títulos para todo gusto y tipo de edades e intereses. Son historias como los libros Semanal y Vaquero, así como comics que no sólo se venden en grandes cantidades sino también se prestan.

 

La gente paga por ellas, pues el costo es de cinco o seis pesos, por lo que pueden ser adquiridas con facilidad por el público. Es decir, se convirtió en un negocio.

 

Detalló que la población tiene acceso a este tipo de lectura por dos cuestiones fundamentales: una, por el contenido y la sencillez del lenguaje que se utiliza, y dos, debido a que estos materiales se pueden encontrar en cualquier lugar, hasta sin buscarlos.

 

Otros textos utilizados e, incluso, llevados a casa con la posibilidad de comprarlos en abonos son los diccionarios y enciclopedias. En algunos casos, como las biblias, hasta se regalan.

 

Al hablar sobre los problemas existentes para desarrollar la lectura, Ramírez Leyva específico que en materia educativa en ocasiones la ciudadanía no rebasa el sexto año de primaria y los textos de puestos de periódico se adaptan a este nivel de enseñanza. Sin juzgar si es buena o mala, el asunto es que no incrementa esta capacidad ni los conocimientos o cultura.

 

Si la población no accediera a este tipo de textos, argumentó, serían analfabetas funcionales, porque esta práctica la mantiene en su nivel escolar. Quizá sólo se incremente un mínimo, pero no permite que decrezca.

 

A ello se suma el hecho de que la televisión ha propiciado el consumo de información rápida, no peculiar: leer, pensar e informarse con velocidad; genera datos breves y condensados. En el caso específico de los programas de entretenimiento el vocabulario es escueto, más bien ligero, para no cansar al usuario.

 

 

 

Este tipo de técnicas, apuntó, se utiliza también en el material impreso y la literatura. En algunos casos las revistas son copia de algunos contenidos de televisión, con mucha imagen y poco texto, como es “Casos de la vida real”. Así, el esfuerzo intelectual y el capital lingüístico es poco y hasta pobre.

 

Ramírez Leyva consideró que pese a que tanto en México como en el extranjero se ha criticado que la lectura escolarizada y destinada a la educación es obligatoria, en realidad se trata de una actividad utilitaria, pues se lee para el momento, para cuestiones específicas concretas, y la población lo que menos quiere es desarrollar esta actividad.

 

Si las personas tienen que hacerlo por obligación, como con los textos escolares, no obtienen placer y las “letras adquieren pies de plomo, pues la gente no entiende”.

 

En estos casos, reflexionó, está ligada a otra situación: al gusto por el saber y por el conocer. Si al joven no le genera curiosidad investigar más allá de lo que se le pide, tampoco le encontrará interés.

 

Otra de las situaciones que desaniman esta práctica, abundó, es el desconocimiento respecto a la función de las bibliotecas. De acuerdo con encuestas realizadas por Elsa Ramírez, en este tipo de recintos públicos, ante la pregunta específica dicen que no acuden a estos lugares porque son para estudiar.

 

La gente carece de una perspectiva más amplia sobre la función de esos acervos, donde hay periódicos y literatura, además no es exclusivo para estudiantes. Ello muestra que su imagen se ha desvirtuado.

 

La investigadora del CUIB externó que en la actualidad se aplica el programa nacional “Hacia un país de lectores”, iniciado en 2002. Se invierte en bibliotecas escolares, porque no existían, y las que hay son colecciones cerradas o sirven para castigar al niño. Asimismo, se fomenta la edición de una gran variedad de libros a precios económicos.

 

 

Hay cuatro mil 500 bibliotecas escolares, pero completas ni siquiera mil. Son simples colecciones que se colocan en una habitación. Tampoco hay una liga de actividad bibliotecaria con los profesores para que en conjunto lleven a cabo programas que impulsen el gusto por la lectura.

 

En la actualidad, informó, hay talleres donde se enseña a los papás a leer a los bebés, porque desde ahí se debe empezar. Pero, además, deben verlos con un texto en las manos. El profesor debe ser instruido sobre ciertas técnicas. Hay algunas interesantes y divertidas que se pueden aplicar, incluso en los programas de las asignaturas.

 

También manifestó la necesidad de incrementar la producción de textos o literatura adecuadas a las personas, jóvenes o adultos, recién alfabetizados. Esto significa proporcionarles literatura idónea a sus edades e intereses, lo que resultaría una cuestión integral.

 

Ramírez Leyva advirtió sobre el uso excesivo de la Internet, la introducción de discos compactos donde se incluyen libros condensados o abreviados para que la gente no se preocupe por leer; los audiolibros para personas con discapacidad, pero que usan personas sanas. El problema, dijo, es que reducen el interés del usuario por el texto.

 

 

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FOTO 1

La investigadora del Centro Universitario de Investigaciones Bibliotecológicas de la UNAM, Elsa Ramírez Leyva, dijo que al año el mexicano no lee más de 2.5 libros.

 

 

FOTO 2

La académica del Centro de Investigaciones Bibliotecológicas de la UNAM, Elsa Ramírez Leyva, dijo que en el país no se tiene el hábito de la lectura porque no se inculca desde el nivel básico, debido a la complejidad de muchos libros, y la accesibilidad, facilidad y lo económico que resulta cierto tipo de textos como revistas o comics.