12:30 hrs. Enero 30 de 2004

 

Boletín UNAM-DGCS-072

Ciudad Universitaria

 

Pies de foto al final de boletín

 

DE UN MÉXICO FRAGMENTADO SURGIÓ EL TRATADO DE GUADALUPE HIDALGO: UNIVERSITARIOS

 

·        Al quedar signado, nuestro país perdió la mitad de su territorio y el optimismo nacional

·        Juan Manuel Vega y José Luis Soberanes, del IIJ, opinaron que es una de las páginas más ominosas de nuestra historia

·        No obstante, el historiador Miguel Soto sostuvo que de no haberse firmado, el país se hubiera desintegrado

·        Fue signado el 2 de febrero de 1848

 

La firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo el 2 de febrero de 1848, en donde México cedió más de la mitad de su territorio a Estados Unidos (EU), fue producto de una sociedad fragmentada y muestra “que la desunión entre los mexicanos nos puede llevar a ésta o a peores calamidades”, consideraron Juan Manuel Vega Gómez y José Luis Soberanes Fernández, del Instituto de Investigaciones Jurídicas (IIJ) de la UNAM.

 

Los autores de la obra El Tratado de Guadalupe Hidalgo en su sesquicentenario, recordaron que su suscripción le significó a nuestro país desprenderse de cerca de 2 millones 300 mil kilómetros cuadrados de terreno, equivalente a la superficie de España, Francia, Alemania, Italia, Reino Unido, Portugal, Suiza, Bélgica, Holanda, Dinamarca, Hungría y Croacia juntas.

 

En una acción calificada como “una vergüenza y deshonra para los mexicanos”, se perdió una extensión que hoy comprende los estados de California, Nuevo México, Arizona, Texas, Nevada, Utah, y parte de Colorado y Wyoming. Como indemnización, la Unión Americana pagó 15 millones de dólares a nuestro país.

 

Sin embargo, el historiador Miguel Soto Estrada, secretario general de la Facultad de Filosofía y Letras (FFL), opinó que de no haberse suscrito, “el país pudo haberse desintegrado y varios estados se habrían independizado. Pero se mantuvo, y a partir de ahí se conformó la idea de nación, por lo que es indispensable situarnos en el momento histórico en que ocurrió tal hecho”.

 

Así, Juan Manuel Vega y José Luis Soberanes advirtieron sobre la necesidad de no alejar de la memoria este suceso: “El gobierno no se puede improvisar y menos ejercer con frivolidad. Parte de la culpa de nuestros desastres de hace 150 años fue la apatía de la sociedad en los asuntos trascendentes de la nación”.

 

A 156 años

 

La imagen debió ser contundente: aquella mañana nublada del 2 de febrero de 1848 llegó a la localidad de Guadalupe Hidalgo, hoy parte de la delegación Gustavo A. Madero, en la Ciudad de México, Nicolás Trist, comisionado de Paz de EU y encargado de firmar el tratado con la delegación mexicana.

 

No cedió un ápice en las demandas de su gobierno ante los representantes Bernardo Couto, Miguel Atristáin y Luis Cuevas, quienes no tuvieron más alternativa que signar el documento redactado por la administración estadounidense. Con su rúbrica estampada en las decenas de hojas que conforman el Tratado de Guadalupe Hidalgo se puso fin a la guerra entre ambos países y quedó delimitada la nueva frontera que los dividía.

 

Al respecto, Miguel Soto dijo que de no haberse suscrito y prolongado la guerra, las consecuencias hubiesen sido peores, como la pérdida de Baja California y el Istmo de Tehuantepec, ambos en la mira anglosajona. “Si no se incluyó este último fue porque en ese momento estaba concesionado a los ingleses”, remató.

 

Incluso Yucatán pudo haberse separado, ya que con la guerra de castas de los mayas las clases sociales pudientes ofrecieron su soberanía a Francia, Estados Unidos, Inglaterra y España en busca de ayuda. Sólo se reincorporaron a la Federación cuando nadie los tomó en cuenta, pero bajo una situación de desintegración desesperada, añadió.

 

A estas condiciones debe agregarse el expansionismo norteamericano, basado en el “Destino Manifiesto”. En el congreso norteamericano no se discutió si se iba a adquirir territorio sino en qué cantidad. Para eso hacían  la guerra.

 

Agregó que en ciertos sectores de la Unión Americana persistía la idea de que si tenían tomada la capital y los puertos debían quedarse con todo el país. Pero se optó por un acuerdo que no agudizara las diferencias entre los estados de norte y sur, que luego desembocaron en la Guerra Civil norteamericana.

 

Juan Manuel Vega reconoció que México no tuvo más salida que confirmar la cesión. Con la capital tomada por el ejército del general Winfield Scott y con las banderas yanquis ondeando por todo el territorio, no había otra opción más que aceptar.

 

Un conflicto anunciado

 

El historiador Miguel Soto afirmó que la mutilación tras la guerra contra los Estados Unidos (1846-1848), tuvo origen en las concesiones de tierra que otorgaron diversas autoridades al final del imperio español, comenzando por el gobierno de Agustín de Iturbide.

 

Estos permisos –que facultaban a extranjeros para ocupar los territorios despoblados, siempre y cuando fueran agricultores católicos– pretendieron contener la expansión de las nacientes Trece Colonias; sin embargo, fueron contraproducentes, y se agravaron por la inexperiencia con que surgían las naciones en toda Hispanoamérica.

 

Los nuevos colonos se comprometieron a defender la soberanía nacional, pero cuando las autoridades quisieron restringir la distribución de extensiones cultivables y la esclavitud, se rebelaron y proclamaron la república independiente de Texas.

 

El entonces presidente Antonio López de Santa Anna, al frente del ejército mexicano, realizó una exitosa campaña en defensa de esos territorios. Tomó los fuertes Goliat y El Álamo, causando importantes bajas a los insurrectos. Pero en un descuido es tomado prisionero y llevado a Washington, donde firmó el "Convenio de Velasco" reconociendo la independencia de Texas.

 

 

México negó su capacidad de negociación y rechazó el convenio, sobre todo por las condiciones en que se dio. Durante nueve años, explica Soto Estrada, nuestro país y Texas se mantuvieron en guerra, que sólo concluyó con la incorporación de ese territorio a Estados Unidos, en donde había gran oposición de los estados del norte a esa medida. No obstante, al asumir la presidencia estadounidense, James Polk allana el camino. Este hecho da pie formalmente a la ruptura entre ambas naciones.

 

Por esa época, los habitantes de California también se pronunciaron en contra de las autoridades mexicanas, y de inmediato la administración de Polk vio la oportunidad de aprovecharse y llevar sus fronteras hasta el Océano Pacífico.

 

El pretexto

 

En los primeros días de abril de 1846, las tropas mexicanas, cansadas de las pullas que les lanzaba un pequeño destacamento del ejército de Estados Unidos en Matamoros, lo atacan. El presidente James Polk informa de ese suceso al Congreso de su país, quien declara las hostilidades contra su vecino del sur.

 

Juan Manuel Vega explicó que sólo esperaban un pretexto para ingresar a nuestro territorio. Así comienza la lucha armada entre ambas naciones. Las tropas extranjeras invaden México, bloquean los puertos y ganan las batallas de Padierna, Churubusco, Molino del Rey y la del Castillo de Chapultepec.

 

A pesar de la heroica defensa, la capital de la república cae en manos del invasor y Santa Anna renuncia a la presidencia. Asume el cargo Manuel de la Peña y Peña, presidente de la Suprema Corte, quien se dirige con el Congreso de la Unión a Querétaro.

 

Buscando evitar mayores problemas, el Legislativo mexicano aprueba la firma del Tratado Guadalupe Hidalgo con 52 votos a favor y 35 en contra. El documento establecía que la frontera norte quedaba marcada por los cauces de los ríos Gila y Bravo.

 

El historiador refiere que este conflicto devino en una serie de funestas derrotas para nuestro país. Al contrario del sistema político norteamericano –cuyas divisiones y conflictos ideológicas y estratégicos no influyeron en el desarrollo de la campaña militar–, en México los antagonismos entre generales y oficiales mexicanos afloraron en todo momento.

 

Ello se aprecia en la rebelión de los “polkos” en la Ciudad de México –un regimiento conformado por miembros de la aristocracia– que intenta derrocar al vicepresidente Valentín Gómez Farías cuando éste decreta la expropiación de los bienes eclesiásticos y la supresión de fueros.

 

“Estos cuerpos de la Guardia Nacional que se levantan en la capital en lugar de repeler la invasión del ejército norteamericano que acaba de desembarcar en Veracruz, se rebelan contra el gobierno federal. Lo que muestra la desintegración política que se vive”, indicó.

 

No obstante, admite que culpar a Santa Ana de lo sucedido en aquella época es buscar un chivo expiatorio. “Hizo muchos méritos para que la gente lo repudiara. Pero sólo es reflejo de una sociedad desarticulada. Le hubiese gustado firmar el acuerdo pero no pudo. Debió partir al extranjero para regresar cinco años después a gobernar una vez más, llamado por liberales y conservadores, disfrutando de las más amplias facultades que jamás tuvo”.

 

En ese sentido, Juan Manuel Vega señaló que algunos hechos siembran dudas sobre la conducta del ex presidente. Al ser un personaje controvertido no se puede negar una interpretación quizá viciada sobre su papel. Varios documentos revelan las propuestas del gobierno estadounidense para adquirir tierras. “No se puede afirmar que sea el culpable, pero estuvo en el poder cuando se perdió parte del país”, acierta.

 

Pero no sólo el territorio sufrió menoscabo, Miguel Soto comentó que tras la independencia surgió el optimismo criollo. “Se pensó que México, al tener paso interoceánico y riqueza minera, le faltaría poco para ser una potencia. Eso acabó con la guerra. De golpe se perdió la mitad del país y no se veía cómo llegar a una integración real de la nación para sacar un proyecto político adelante”.

Frente a Estados Unidos, México abandonó la confianza en sí mismo. Desde entonces se resignó a ser vecino de una potencia, hoy la más poderosa,  lo que le provocó una situación muy compleja. Por ello, se debe considerar esta relación de interdependencia recíproca, y mientras más rápido se reconozcan los problemas bilaterales se podrá trabajar en conjunto.

 

“Estamos ante la sustitución de una estructura de poder que duró décadas y la creación de un nuevo orden, del que apenas sabemos su costo, pues implica instaurar un nuevo régimen institucional compartido, nacional y representativo”, añadió.

 

Juan Manuel Vega consideró difícil que algo similar a lo ocurrido en 1848 se repita. Ningún país tiene hoy un territorio tan vasto como para venderlo sin problemas. Esos fenómenos ya no ocurren. En la actualidad se pretexta la defensa de la seguridad nacional y del terrorismo para ocupar otros pueblos.

 

Poco después de aquel 2 de febrero de 1848, Valentín Gómez Farías escribió a sus hijos: "La venta infame de nuestros hermanos está consumada. El Gobierno y nuestros representantes nos han cubierto de oprobio e ignominia". Así se cerraba uno de los capítulos más tristes y costosos en la historia de México.

 

 

 

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PIES DE FOTO

 

FOTO 1

 

El historiador Miguel Soto Estrada, secretario general de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, opinó que de no haberse suscrito el Tratado de Guadalupe Hidalgo, el país pudo haberse desintegrado y varios estados se habrían independizado

 

FOTO 2

 

La firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo el 2 de febrero de 1848, en donde México cedió más de la mitad de su territorio a Estados Unidos, fue producto de una sociedad fragmentada, señaló Juan Manuel Vega

 

FOTO 3

 

Se perdió una extensión que hoy comprende los estados de California, Nuevo México, Arizona, Texas, Nevada, Utah y parte de Colorado y Wyoming. Como indemnización, la Unión Americana pagó 15 millones de dólares a nuestro país