Boletín UNAM-DGCS-072
Ciudad Universitaria
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final de boletín
DE UN MÉXICO FRAGMENTADO SURGIÓ EL TRATADO DE GUADALUPE HIDALGO:
UNIVERSITARIOS
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Al quedar signado,
nuestro país perdió la mitad de su territorio y el optimismo nacional
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Juan Manuel Vega y José
Luis Soberanes, del IIJ, opinaron que es una de las páginas más ominosas de
nuestra historia
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No obstante, el
historiador Miguel Soto sostuvo que de no haberse firmado, el país se hubiera
desintegrado
·
Fue signado el 2 de
febrero de 1848
La firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo el 2
de febrero de 1848, en donde México cedió más de la mitad de su territorio a
Estados Unidos (EU), fue producto de una sociedad fragmentada y muestra “que la
desunión entre los mexicanos nos puede llevar a ésta o a peores calamidades”, consideraron
Juan Manuel Vega Gómez y José Luis Soberanes Fernández, del Instituto de
Investigaciones Jurídicas (IIJ) de la UNAM.
Los autores de la obra El Tratado de Guadalupe
Hidalgo en su sesquicentenario, recordaron que su suscripción le significó a nuestro
país desprenderse de cerca de 2 millones 300 mil kilómetros cuadrados de
terreno, equivalente a la superficie de España, Francia, Alemania, Italia,
Reino Unido, Portugal, Suiza, Bélgica, Holanda, Dinamarca, Hungría y Croacia
juntas.
En una acción calificada como “una vergüenza y
deshonra para los mexicanos”, se perdió una extensión que hoy comprende los
estados de California, Nuevo México, Arizona, Texas, Nevada, Utah, y parte de
Colorado y Wyoming. Como indemnización, la Unión Americana pagó 15 millones de
dólares a nuestro país.
Sin embargo, el historiador Miguel
Soto Estrada, secretario general de la Facultad de Filosofía y Letras (FFL),
opinó que de no haberse suscrito, “el país pudo haberse desintegrado y varios
estados se habrían independizado. Pero se mantuvo, y a partir de ahí se
conformó la idea de nación, por lo que es indispensable situarnos en el momento
histórico en que ocurrió tal hecho”.
Así, Juan Manuel Vega y José Luis Soberanes
advirtieron sobre la necesidad de no alejar de la memoria este suceso: “El
gobierno no se puede improvisar y menos ejercer con frivolidad. Parte de la
culpa de nuestros desastres de hace 150 años fue la apatía de la sociedad en
los asuntos trascendentes de la nación”.
La imagen debió ser contundente: aquella mañana
nublada del 2 de febrero de 1848 llegó a la localidad de Guadalupe Hidalgo, hoy
parte de la delegación Gustavo A. Madero, en la Ciudad de México, Nicolás
Trist, comisionado de Paz de EU y encargado de firmar el tratado con la delegación
mexicana.
No cedió un ápice en las demandas de su
gobierno ante los representantes Bernardo Couto, Miguel Atristáin y Luis
Cuevas, quienes no tuvieron más alternativa que signar el documento redactado
por la administración estadounidense. Con su rúbrica estampada en las decenas
de hojas que conforman el Tratado de Guadalupe Hidalgo se puso fin a la guerra
entre ambos países y quedó delimitada la nueva frontera que los dividía.
Al respecto, Miguel Soto dijo que de no haberse
suscrito y prolongado la guerra, las consecuencias hubiesen sido peores, como
la pérdida de Baja California y el Istmo de Tehuantepec, ambos en la mira
anglosajona. “Si no se incluyó este último fue porque en ese momento estaba
concesionado a los ingleses”, remató.
Incluso Yucatán pudo haberse separado, ya que
con la guerra de castas de los mayas las clases sociales pudientes ofrecieron
su soberanía a Francia, Estados Unidos, Inglaterra y España en busca de ayuda.
Sólo se reincorporaron a la Federación cuando nadie los tomó en cuenta, pero
bajo una situación de desintegración desesperada, añadió.
A estas condiciones debe agregarse el
expansionismo norteamericano, basado en el “Destino Manifiesto”. En el congreso
norteamericano no se discutió si se iba a adquirir territorio sino en qué
cantidad. Para eso hacían la guerra.
Agregó que en ciertos sectores de la Unión
Americana persistía la idea de que si tenían tomada la capital y los puertos
debían quedarse con todo el país. Pero se optó por un acuerdo que no agudizara
las diferencias entre los estados de norte y sur, que luego desembocaron en la
Guerra Civil norteamericana.
Juan Manuel Vega reconoció que México no tuvo
más salida que confirmar la cesión. Con la capital tomada por el ejército del
general Winfield Scott y con las banderas yanquis ondeando por todo el
territorio, no había otra opción más que aceptar.
El historiador Miguel Soto afirmó que la
mutilación tras la guerra contra los Estados Unidos (1846-1848), tuvo origen en
las concesiones de tierra que otorgaron diversas autoridades al final del
imperio español, comenzando por el gobierno de Agustín de Iturbide.
Estos permisos –que facultaban a extranjeros
para ocupar los territorios despoblados, siempre y cuando fueran agricultores
católicos– pretendieron contener la expansión de las nacientes Trece Colonias;
sin embargo, fueron contraproducentes, y se agravaron por la inexperiencia con
que surgían las naciones en toda Hispanoamérica.
Los nuevos colonos se comprometieron a defender
la soberanía nacional, pero cuando las autoridades quisieron restringir la
distribución de extensiones cultivables y la esclavitud, se rebelaron y
proclamaron la república independiente de Texas.
El entonces presidente Antonio López de Santa
Anna, al frente del ejército mexicano, realizó una exitosa campaña en defensa
de esos territorios. Tomó los fuertes Goliat y El Álamo, causando importantes
bajas a los insurrectos. Pero en un descuido es tomado prisionero y llevado a
Washington, donde firmó el "Convenio de Velasco" reconociendo la
independencia de Texas.
México negó su capacidad de negociación y
rechazó el convenio, sobre todo por las condiciones en que se dio. Durante
nueve años, explica Soto Estrada, nuestro país y Texas se mantuvieron en
guerra, que sólo concluyó con la incorporación de ese territorio a Estados
Unidos, en donde había gran oposición de los estados del norte a esa medida. No
obstante, al asumir la presidencia estadounidense, James Polk allana el camino.
Este hecho da pie formalmente a la ruptura entre ambas naciones.
Por esa época, los habitantes de California
también se pronunciaron en contra de las autoridades mexicanas, y de inmediato
la administración de Polk vio la oportunidad de aprovecharse y llevar sus
fronteras hasta el Océano Pacífico.
En los primeros días de abril de 1846, las
tropas mexicanas, cansadas de las pullas que les lanzaba un pequeño
destacamento del ejército de Estados Unidos en Matamoros, lo atacan. El
presidente James Polk informa de ese suceso al Congreso de su país, quien
declara las hostilidades contra su vecino del sur.
Juan Manuel Vega explicó que sólo esperaban un
pretexto para ingresar a nuestro territorio. Así comienza la lucha armada entre
ambas naciones. Las tropas extranjeras invaden México, bloquean los puertos y
ganan las batallas de Padierna, Churubusco, Molino del Rey y la del Castillo de
Chapultepec.
A pesar de la heroica defensa, la capital de la
república cae en manos del invasor y Santa Anna renuncia a la presidencia.
Asume el cargo Manuel de la Peña y Peña, presidente de la Suprema Corte, quien
se dirige con el Congreso de la Unión a Querétaro.
Buscando evitar mayores problemas, el
Legislativo mexicano aprueba la firma del Tratado Guadalupe Hidalgo con 52
votos a favor y 35 en contra. El documento establecía que la frontera norte
quedaba marcada por los cauces de los ríos Gila y Bravo.
El historiador refiere que este conflicto
devino en una serie de funestas derrotas para nuestro país. Al contrario del
sistema político norteamericano –cuyas divisiones y conflictos ideológicas y
estratégicos no influyeron en el desarrollo de la campaña militar–, en México
los antagonismos entre generales y oficiales mexicanos afloraron en todo
momento.
Ello se aprecia en la rebelión de los “polkos”
en la Ciudad de México –un regimiento conformado por miembros de la
aristocracia– que intenta derrocar al vicepresidente Valentín Gómez Farías
cuando éste decreta la expropiación de los bienes eclesiásticos y la supresión
de fueros.
“Estos cuerpos de la Guardia Nacional que se
levantan en la capital en lugar de repeler la invasión del ejército
norteamericano que acaba de desembarcar en Veracruz, se rebelan contra el
gobierno federal. Lo que muestra la desintegración política que se vive”,
indicó.
No obstante, admite que culpar a Santa Ana de
lo sucedido en aquella época es buscar un chivo expiatorio. “Hizo muchos
méritos para que la gente lo repudiara. Pero sólo es reflejo de una sociedad
desarticulada. Le hubiese gustado firmar el acuerdo pero no pudo. Debió partir al
extranjero para regresar cinco años después a gobernar una vez más, llamado por
liberales y conservadores, disfrutando de las más amplias facultades que jamás
tuvo”.
En ese sentido, Juan Manuel Vega señaló que
algunos hechos siembran dudas sobre la conducta del ex presidente. Al ser un
personaje controvertido no se puede negar una interpretación quizá viciada
sobre su papel. Varios documentos revelan las propuestas del gobierno
estadounidense para adquirir tierras. “No se puede afirmar que sea el culpable,
pero estuvo en el poder cuando se perdió parte del país”, acierta.
Pero no sólo el territorio sufrió menoscabo,
Miguel Soto comentó que tras la independencia surgió el optimismo criollo. “Se
pensó que México, al tener paso interoceánico y riqueza minera, le faltaría
poco para ser una potencia. Eso acabó con la guerra. De golpe se perdió la
mitad del país y no se veía cómo llegar a una integración real de la nación
para sacar un proyecto político adelante”.
Frente a Estados Unidos, México abandonó la
confianza en sí mismo. Desde entonces se resignó a ser vecino de una potencia,
hoy la más poderosa, lo que le provocó
una situación muy compleja. Por ello, se debe considerar esta relación de
interdependencia recíproca, y mientras más rápido se reconozcan los problemas
bilaterales se podrá trabajar en conjunto.
“Estamos ante la sustitución de una estructura
de poder que duró décadas y la creación de un nuevo orden, del que apenas
sabemos su costo, pues implica instaurar un nuevo régimen institucional
compartido, nacional y representativo”, añadió.
Juan Manuel Vega consideró difícil
que algo similar a lo ocurrido en 1848 se repita. Ningún país tiene hoy un
territorio tan vasto como para venderlo sin problemas. Esos fenómenos ya no
ocurren. En la actualidad se pretexta la defensa de la seguridad nacional y del
terrorismo para ocupar otros pueblos.
Poco después de aquel 2 de febrero de 1848,
Valentín Gómez Farías escribió a sus hijos: "La venta infame de nuestros
hermanos está consumada. El Gobierno y nuestros representantes nos han cubierto
de oprobio e ignominia". Así se cerraba uno de los capítulos más tristes y
costosos en la historia de México.
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