Boletín UNAM-DGCS-047
Ciudad Universitaria
Pies de fotos al
final del boletín
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Se tendrían consecuencias no sólo en las
poblaciones, sino en el abasto de alimentos, advirtió María Luisa Machaín, del
Instituto de Ciencias del Mar y Limnología
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Explicó que la modificación del clima
depende de la conexión entre océano y atmósfera
De incrementarse en cinco grados o más la
temperatura oceánica actual –debido a los gases de “efecto invernadero”–, el
nivel del mar se elevaría 100 metros y prácticamente afectaría todo el estado
de Veracruz y la plataforma de Yucatán, desde Progreso hasta Chetumal, alertó
María Luisa Machaín, del Instituto de Ciencias del Mar y Limnología (ICMyL) de
la UNAM.
La investigadora aseguró que las
consecuencias de ese hecho podrían ser drásticas no sólo para las poblaciones
que se desarrollan en las zonas bajas del mundo, sino para el abasto de
alimentos, porque esas áreas son de cultivos frutales: “La vegetación sufriría
porque muchas plantas no toleran la salinidad del agua del mar”.
Recordó que desde el inicio de la
Revolución Industrial y la quema de combustibles fósiles, las concentraciones
de bióxido de carbono han aumentado así como las magnitudes de calor, al grado
de provocar el deshielo de los casquetes polares.
Machaín afirmó que el cambio climático
también se asocia con las lluvias, pues su modificación “depende del
acoplamiento, de las conexiones entre océano y atmósfera”. Tal es el caso de El
Niño, que consiste en un calentamiento inusual de las aguas oceánicas y la
muerte de peces por inanición, pues los organismos microscópicos de los cuales
se alimentan desaparecen o se desplazan a otras partes.
Este fenómeno se da por el cambio en la
dirección de los vientos, principalmente los alisios, que mueven la masa de
agua cálida del Pacífico tropical. “Cuando el mar se calienta se expande y se
mueve a sitios de menor elevación, desde las costas de Indochina a las de
América”, puntualizó la investigadora.
En la actualidad los días se sienten más
gélidos o calurosos de lo habitual, dijo, y por lo general acaecen en ciclos
diurnos: en las madrugadas y amaneceres hace frío; en la mañana y tarde la
temperatura se eleva para volver a bajar. Para los humanos esas diferencias de
hasta 10 grados, por ejemplo, no causan daño, “basta con ponernos el suéter o
una chamarra”. Sin embargo, para muchos organismos acuáticos un cambio mínimo
–de hasta dos grados– puede provocar su migración o muerte.
La última glaciación en el planeta
terminó hace 11 mil años. Durante el máximo de ese período, cuando el casquete
polar cubría todo el territorio que actualmente ocupa Canadá y hasta el norte
de Estados Unidos y Europa, la temperatura de los océanos era, en promedio,
entre 4 y 5 grados centígrados más baja que la actual.
En esa época, el nivel del mar era 120
metros más bajo de cómo lo conocemos hoy día, porque toda el agua estaba
concentrada en las formaciones de hielo y en las altas montañas. Por eso se
calcula que si el líquido oceánico ascendiera en más de cinco grados en
promedio, su nivel retomaría esa altura.
La especialista explicó que los períodos
glaciares e interglaciares ocurren en lapsos de entre 40 mil y 100 mil años. A
ese patrón se suman transformaciones más cortas como los anuales, estacionales
(de primavera a invierno) y decadales, entre otras.
Por ello, es necesario saber cómo fueron
los ciclos en el pasado, su parecido con los actuales, el influjo de estos
cambios en las actividades humanas, y su duración.
Con ese propósito se emplean registros
instrumentales e históricos. Los primeros utilizan mediciones sobre
precipitaciones y características del mar a través de aparatos especializados,
aunque esos datos no se remonten más allá de 100 años.
Los registros históricos aprovechan información
de los fósiles, procedentes de las partes duras de los organismos, como los
huesos o los caparazones, que se preservan en forma de sedimentaciones,
formando capas que pueden ser estudiadas. Cada una de ellas revela cómo era el
clima cuando esos seres murieron.
Así, de muchas partes del océano se
obtienen columnas de sedimentos, incluso de kilómetros de longitud, con las
cuales se pueden conocer las condiciones ambientales de hace millones de años.
Por otra parte, en el ICMyL se realizó un
estudio de El Niño de 1982, para determinar hasta dónde llegó la masa de agua
caliente. Antes de su ocurrencia, la línea de temperatura de los 20 grados se
localizaba en la Bahía de la Paz, a la entrada del Golfo de California, la cual
se desplazó 500 kilómetros al norte, hasta la mitad del Mar de Cortés. Con ella
se trasladaron también los cardúmenes.
Asimismo, con base en el análisis de un
núcleo de sedimentos de metro y medio, correspondiente al periodo comprendido
entre 1800 y 1947, se estudiaron diversos organismos y su distribución.
“Encontramos que la mayor parte del tiempo predominaron especies de aguas frías
relacionadas con la corriente de California. Durante el lapso, cada vez
comenzaron a llegar las asociadas con aguas cálidas”, reveló.
Sin embargo, no se tienen referencias de
los últimos años para determinar si la tendencia continúa o qué se experimenta,
reconoció Machaín. Por ello, las investigaciones continúan.
Finalmente, aclaró que El Niño no es
completamente negativo. Los especímenes que gustan del agua caliente se
reproducen mejor y ciertos cultivos, como el de camarón por ejemplo, se ven
favorecidos.
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María Luisa Machaín, del ICMyL de la
UNAM, alertó que de incrementarse la temperatura oceánica, la vegetación se
vería afectada por su intolerancia a la salinidad marina
FOTO 2
El cambio climático se asocia con las lluvias, pues su modificación depende de las conexiones entre océano y atmósfera, reconoció la investigadora universitaria María Luisa Machaín