Boletín UNAM-DGCS-012
Ciudad Universitaria
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NECESARIO,
EVALUAR EL IMPACTO HUMANO EN EL AMBIENTE
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Beatriz Ortega, del Instituto de
Geofísica, afirmó que los estudios de sedimentación arrojan información sobre
cómo fue el clima en el pasado y podrían extrapolarse para establecer
tendencias futuras
El clima y el ambiente son dinámicos y, por lo tanto, han
tenido cambios en el tiempo. Conocer cómo varía de manera natural el sistema
terrestre posibilitará la evaluación de las consecuencias que la actividad
humana ha tenido sobre el medio natural, afirmó Beatriz Ortega, del Instituto
de Geofísica (IGF) de la UNAM.
En la conferencia Lagos cráter: casos de estudio sobre
cambio climático, organizada por esa dependencia, aseguró que las
investigaciones de sedimentación arrojan información sobre las condiciones del
pasado, además podrían extrapolarse para establecer tendencias futuras. “Se
pretende que la modelación del cambio climático, una vez probada hacia el
pasado, sea útil para la predicción”, dijo.
Estos depósitos hídricos
continentales poseen, explicó, diferentes orígenes y “contribuyen a la
comprensión de las transformaciones del clima, pues contienen un registro
relativamente continuo de sedimentos, en muchas ocasiones más alto que el de
las cuencas oceánicas”.
Ortega precisó que
diversos factores influyen en esas fluctuaciones del ambiente, como las
variaciones de la actividad solar, desde un día y hasta miles de años; los
gases invernadero, no sólo de origen antropogénico, sino debidos a la actividad
volcánica, entre otros.
También se presentan una
serie de procesos superficiales que determinan las características de los
sedimentos lacustres, como los ciclos biológicos, geológicos y geoquímicos, y
la actividad de las aguas subterráneas. La interacción de estos fenómenos les
confieren características particulares, puntualizó.
En la materia del fondo de
esos cuerpos de agua se analizan los restos de organismos o de minerales;
aquellos que pudiesen revelar algún cambio en las condiciones reciben el nombre
de “registros proxy” y cada uno corresponde a una variable específica. Las que
comúnmente se interpretan son la precipitación y la temperatura.
Otras son los restos de
plantas, terrestres o acuáticas y, en especial, el polen –indicador de la flora
que crece no sólo en el lecho acuático, sino de la vegetación en la cuenca–.
También, restos de algas llamadas diatomeas, que producen una parte dura de
sílice que se preserva con el tiempo; y los ostrácodos, un tipo de crustáceos.
Entre los minerales analizados
están los magnéticos (más sencillos de identificar y cuantificar), como la
magnetita y la vivianita (o fosfato de hierro).
La especialista refirió
que existen diferentes tipos de lagos, como los tectónicos –por ejemplo el
Baikal, en Rusia–; los asociados a actividad volcánica –como el del Nevado de
Toluca–; por obstrucción de drenaje –como el de Zirahuen, Michoacán–; por
disolución de rocas o calizas que origina depresiones –como los cenotes de
Yucatán–; o por impacto de meteoro.
Refirió que el Baikal, en
el centro-sur del territorio ruso, es la masa de agua más grande y profundo del
mundo, con un poco más de una milla (mil 620 metros). Ahí, el espesor de los depósitos alcanza 7.5 kilómetros,
acumulados desde hace 35 o 40 millones de años y “se siguen juntando”.
Beatriz Ortega, miembro de
un grupo de investigación del IGF y de los institutos de Geología y Geografía,
así como de la Facultad de Estudios Superiores Iztacala y la Universidad
Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, comentó que en el país no hay registros
tan largos.
Uno de los más extensos
proviene del lago de Texcoco, que ocupó la parte central de la cuenca del
Anáhuac, y del cual queda un remanente artificial. En el de Chalco, el más
próximo, se estableció un registro de 26 metros de profundidad. En él se nota
un cambio en el tipo de sedimentos, desde los blancos por diatomeas, hasta
depósitos volcánicos y orgánicos.
Por radiocarbono se sabe
que tal muestra abarca más de 45 mil años. En el transcurso se notan
variaciones en su nivel y otros fenómenos, como una violenta destrucción de la
parte superior del cono del Popocatépetl.
La mayor parte
de esas concentraciones hidrológicas del país, abundó, se ubican en la parte
central de la República, en la Faja Volcánica Transmexicana. En esa zona, la
científica ha estudiado lagos como el de Santa María del Oro, Nayarit, en donde
la secuencia de estudio abarca los últimos 2 mil 500 años, en un diámetro de
dos kilómetros y una profundidad de 60 metros.
El análisis de los sedimentos lacustres puede
proporcionar información útil para conocer no sólo las características del
clima o el ambiente pasados, sino para otras áreas del conocimiento. “Los datos
generados por estudios de cambio climático son útiles a la arqueología, la
paleontología y a la investigación de paleoclimas y paleoambientes”, finalizó.
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Beatriz Ortega, del Instituto de
Geofísica de la UNAM, afirmó que los estudios de sedimentación arrojan
información sobre cómo fue el clima en el pasado y podrían extrapolarse para
establecer tendencias futuras.
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La investigadora universitaria Beatriz Ortega apuntó que las variaciones de la actividad solar y los gases invernadero, entre otros factores, influyen en las fluctuaciones del ambiente.