06:00 hrs. Diciembre 17 de 2003

 

Boletín UNAM-DGCS-952

Ciudad Universitaria

Pies de fotos al final del boletín

 

DEFORESTADAS POR CAMINOS MÁS DE 660 HECTÁREAS DE LA RESERVA DE LA MARIPOSA MONARCA

 

·        Isabel Ramírez, del Instituto de Geografía, manifestó que casi 80 hectáreas corresponden a vías pavimentadas, 90 a terracerías y 491 a brechas y veredas

·        Con el aumento de carreteras, el bosque es más vulnerable a la perturbación y a la extracción maderera

·        “La organización social influye directamente en la conservación o perturbación del bosque”, advirtió

 

En la reserva de la biosfera de la Mariposa Monarca, en los estados de México y Michoacán, existen tantas hectáreas de caminos –660 en el 70 por ciento de la reserva, cuantificada en más de 56 mil– como bosques de oyamel perturbados, afirmó la doctora Isabel Ramírez Ramírez, del Instituto de Geografía de la UNAM.

 

La investigadora, junto con un equipo de colaboradores, ha cuantificado, por primera vez y considerando sólo el lecho o ancho de las vías, que los caminos pavimentados ocupan casi 80 hectáreas, las terracerías 90 y las brechas y veredas 491, dedicadas exclusivamente al aprovechamiento forestal.

 

Precisó que la red de comunicación terrestre dentro de la zona es caótica y se han detectado hasta ahora –falta por definir 30 por ciento de la reserva– 98 kilómetros de autovías asfaltadas, 178 de arena, 808 de brechas y mil 123 atajos.

 

Ramírez explicó que la totalidad de los caminos pavimentados son federales; la principal de ellas comunica a Zitácuaro con Toluca; la otra a Angangeo con Tlalpujahua y El Oro. En tanto, las terracerías son construidas en su gran mayoría por los municipios y se utilizan para transporte de personas y materias primas, por lo tanto, unen poblados con alguna carretera principal.

 

Asimismo, la totalidad de las últimas, que en algún momento se abren para la extracción de recursos, no se restauran nunca, incluso pueden adquirir mayor potencial, lo que representa un serio problema para la conservación de esos bosques.

 

En el caso de las brechas, cuyo número es mucho mayor que las anteriores, son sólo para la explotación forestal y muchas de ellas son creadas por extractores ilegales de madera. A eso se debe que el trazado en la zona sea tan irregular, denso y desorganizado, precisó.

 

Ante ese panorama, la experta alertó sobre la necesidad de planificar los caminos, en principio, con base en los ya construidos, pero sugiriendo “recuperar” los inconvenientes para la reserva. En especial, brechas y veredas que con la ayuda del clima y el suelo propios de la región podrían ser restaurados con facilidad.

 

Calificó de "lógico" que con el aumento del número de vías, el bosque sea más vulnerable a la perturbación y a la extracción de madera y otros recursos. Incluso, hay zonas donde en apariencia el ecosistema está conservado, pero se registran daños que no pueden ser percibidos por las fotografías aéreas.

 

Al respecto, aclaró que el bosque no sólo se conforma de árboles grandes, sino que su estructura básica debe incluir renuevo arbóreo, arbustos, hierbas y musgos, los cuales se dañan con el paso de personas, bestias o vehículos, y "como en una sociedad, es necesario cuidar la base: oyameles y pinos jóvenes que crezcan y reemplacen a los adultos que van muriendo".

 

Con relación al proyecto de la red de acceso, la universitaria señaló que “hay muchas comunidades interesadas en participar en la preservación; se informan y aprecian la posibilidad y utilidad de contar con un mapa de sus caminos”.

En cuanto a la perturbación del bosque, de 1971 al 2000 se contabilizó una pérdida de cubierta forestal del 10 por ciento dentro del área protegida por un decreto de 1986. “Es una cifra alta y además estuvo muy concentrada en algunos sitios”, justo por la reacción negativa de algunos ejidatarios ante el decreto, explicó.

 

Fuera de esa área, la dinámica continuó de forma similar: aumento constante del uso de recursos y de ocupación de áreas para vivienda. Esto último provocó un cambio en el uso de suelo de mil 100 hectáreas y casi dos mil de bosques cortados, sólo en las zonas montañosas de la Sierra de Angangueo, porción principal de la actual reserva.

 

A esos daños se suman los producidos por la actividad turística, únicamente en donde hay colonias de mariposas abiertas al público    –dos en Michoacán y dos en el Estado de México–. Así, se trata de afectaciones muy localizadas que perjudican, en todo caso, a los lepidópteros: “Los visitantes acuden a partir de diciembre y hasta marzo de forma masiva, hasta cinco mil en un fin de semana por colonia, y tiran mucha basura”, abundó.

 

Cuando una parte del bosque es dañada, las Monarcas se mueven a mejores sitios, de forma que, al parecer, su población estimada no ha decrecido de forma considerable. Algunos años ha habido importantes mortandades, en especial, por factores climáticos, que pueden agudizarse por la perturbación del bosque.

 

Isabel Ramírez recordó que la reserva, creada por decreto a finales del 2000, consta de más de 56 mil hectáreas e involucra a 10 municipios. El núcleo principal de población de la región es Zitácuaro, que tiene –según el censo del 2000– más de 70 mil habitantes; a ellos se suman las demás cabeceras municipales, con un promedio de 5 mil habitantes cada una y decenas de pequeñas localidades con menos de 100 personas. Se estima que alrededor de la reserva viven más de 300 mil personas, que ejercen presión constante sobre los bosques.

 

A pesar de estar definida como área natural protegida desde 1980, "no se han visto resultados efectivos". En aquel entonces el resguardo era impreciso, de hecho no se habían especificado límites. Por ello, en 1986 se emitió un segundo, el cual abarcaba 16 mil 110 hectáreas, pertenecientes a 37 ejidos y comunidades indígenas.

 

Sin embargo, el resultado de la orden de protección tuvo un efecto contrario al esperado. Algunas comunidades erróneamente entendieron que sus tierras serían expropiadas y arrasaron con los bosques, incluso, sin tener mercado para la madera que extrajeron.

 

Hoy, con base en el decreto del 2000, participan más de 100 comunidades indígenas y ejidos. Tal número incrementa los problemas de gestión de la reserva, abundó Isabel Ramírez. Empero, debido al interés y participación en el cuidado que tienen algunos poblados, se reafirma la hipótesis de que “la organización social influye directamente en la conservación o perturbación del bosque”.

 

Por otra parte, para la sustentabilidad de los bosques destacan los programas que actualmente tiene la dirección de la reserva y el pago por servicios de conservación que realiza el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, por sus siglas en inglés), así como la mayor vigilancia de la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente.

 

En el cuidado de la reserva de la biosfera de la Mariposa Monarca se avanza a pasos lentos, pero constantes. “Espero que dentro de algunos años, cuando analicemos los efectos del decreto del 2000, no digamos que no funcionó y que para entonces, la recuperación y regeneración haya sido beneficiosas no sólo para el ecosistema, sino para sus pobladores”, finalizó.

 

 

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PIES DE FOTO

 FOTO 1

La caótica red de comunicación terrestre dentro de la reserva de la biosfera de la Mariposa Monarca abarca 98 kilómetros de carreteras pavimentadas, 178 de terracerías, 808 de brechas y mil 123 de veredas, según estudios de especialistas del Instituto de Geografía de la UNAM.

 

 

FOTO 2

Con el aumento de caminos, el bosque de la reserva de la biosfera de la Mariposa Monarca es más vulnerable a la perturbación y a la extracción de madera y otros recursos, explicó Isabel Ramírez Ramírez, del Instituto de Geografía.