Boletín UNAM-DGCS-925
Ciudad
Universitaria
Pies de fotos al final del boletín
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Laura Vargas Parada, del Hospital General
“Doctor Manuel Gea González”, aseguró que en los países pobres implica
denuncia, compromiso y transparencia
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Se realizó la mesa Bioética y ciencia para
la paz, organizada por Universum y la Comisión Nacional de Bioética, con motivo
del Día Mundial de la Ciencia para la Paz y el Desarrollo
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También participaron por la UNAM Ingrid
Brena, del IIJ; Graciela Rodríguez, de la FP; y Juan Garza Ramos, de la CoNaBio
Los médicos e investigadores están obligados a tomar conciencia de sus deberes y de los límites de su profesión y, en especial, deben encontrar vías para sembrar el humanismo en las carreras científicas, porque sin ello no puede haber desarrollo armónico, afirmó Laura Vargas Parada, de la Dirección de Investigación del Hospital General “Doctor Manuel Gea González”.
De hecho, añadió, la ética
médica en los países en donde prevalece la pobreza implica denuncia, compromiso
y transparencia hacia el paciente, la sociedad y para los propios
especialistas. Por ejemplo, hacer entender que en naciones como la nuestra, la
gente se enferma y muere por carencia de agua potable, es quehacer profesional
y deber axiológico.
Al participar en la mesa
redonda Bioética y ciencia para la paz, organizada por el Museo de las Ciencias
Universum y la Comisión Nacional de Bioética, con motivo del Día Mundial de la
Ciencia para la Paz y el Desarrollo que se celebra a propuesta de la UNESCO, la
experta expuso que se requieren recursos humanos preparados integralmente.
“Es necesaria la formación
científica y humanística que permita establecer un marco en donde no sólo se
cumplan los requerimientos tecnológicos, sino también los sociales”, recalcó.
Recordó que la medicina
contemporánea incorpora nuevos paradigmas, como son los trasplantes entre
distintas especies (xenotransplantes), fecundación in vitro, terapia génica,
posible clonación de individuos, el desciframiento del genoma y el impacto de
esta información en la vida individual, entre otras cuestiones.
A pesar de los avances, la riqueza técnica parece resultar antagónica. Por ejemplo, el conocimiento no alcanza para todos y al proveer al que sí puede pagarlo, se empobrece a la mayoría de la población. Así sucede con los trasplantes de órganos, con los diagnósticos tempranos de males congénitos en útero o el tratamiento de ciertas afecciones.
El asunto del Sida es un caso:
90 por ciento de los enfermos habitan en el tercer mundo; sin embargo, esa
misma proporción del dinero destinado a su prevención y tratamiento se halla en
los países desarrollados. Incluso, ser pobre dentro de una nación rica implica
desventajas. En 1986, en Estados Unidos, el 60 por ciento de los casos se daban
entre individuos blancos y 40 por ciento entre negros e hispanos; diez años
después el porcentaje se invirtió.
El Código de Nuremberg de
1946, además de señalar que la experimentación en humanos sólo se justifica
cuando es para una mejora en el conocimiento de la enfermedad y cuando no
existe otra alternativa para el tratamiento, introdujo el concepto de
consentimiento informado. Es decir, cuando un individuo participe en una
investigación debe saber en qué consistirá, para qué y cuáles son los riesgos.
Dicho ordenamiento ha dado lugar a documentos como la Ley General de Salud de
nuestro país.
Según un estudio reciente realizado en el Hospital General “Doctor Manuel Gea González”, refirió la experta, se comprobó que 65 por ciento de los médicos que participaron dicen no haber llevado durante su formación una materia de ética; sin embargo, 96 por ciento (un solo médico lo negó) considera que es muy importante en su profesión y que si hubieran recibido entrenamiento les sería más fácil llevar a cabo su trabajo.
A su vez, Ingrid Brena, del
Instituto de Investigaciones Jurídicas, refirió que los avances científicos han
propiciado que las estructuras clásicas del derecho no se puedan adaptar a esos
nuevos acontecimientos.
Mencionó que si bien la norma
tiene flexibilidad para interpretarse a la luz de los nuevos hechos, hay
conceptos recientes que implican la modificación de principios jurídicos
fundamentales, por ejemplo, qué es una persona y cuándo comienza a serlo.
Es difícil regular estos temas
porque el propósito de una legislación es ser eficaz, que se adapte a la
realidad social y se acepte. Ante el avance tecnológico se advierte un atraso
en este campo, una falta de regulación; por ello “es necesario que toda la
sociedad reflexione y que se alcance la mayor aceptación social”.
Así ocurre en torno de temas
como la clonación reproductiva, ingeniería genética, fertilización asistida,
pero también en el fin de la vida, los problemas éticos de la eutanasia o la
posibilidad que tiene una persona para decidir cuándo dejar de vivir.
Tanto la bioética como el
derecho tienden al bien individual, y los legisladores deben conocer más de la
primera para realizar su trabajo con más elementos; los jueces y tribunales
deben incorporar dichos conocimientos para resolver casos concretos, agregó.
Por otra parte, Graciela
Rodríguez, de la Facultad de Psicología, señaló que debe construirse un
consenso internacional que incluya nuevos principios que respondan a los retos
y dilemas emergentes, relativos a los valores.
Empero, el crecimiento de la
comercialización de muchas esferas previamente consideradas como bienes
públicos, tales como educación, cultura e información, reducen esa posibilidad.
Afirmó que hay un entramado
axiológico inherente en la praxis de las ciencias sociales que debe estar
relacionado con los de otras ciencias. Tales son la universalidad, diversidad,
dignidad, justicia, solidaridad, tolerancia, equidad, respeto por los derechos
humanos y democracia. “Pero esto no se puede dar si no hay educación y ciencia”,
sentenció.
Finalmente, durante la
presentación de la Comisión Nacional de Bioética, organismo dependiente de la
Secretaría de Salud, Juan Garza Ramos aseguró que la paz no debe ser únicamente
la ausencia de guerra, sino la armonía que permita el crecimiento integral, con
equidad, para todos los sujetos.
Los científicos, sostuvo, son
gente activa, insatisfecha, unida a valores de racionalidad, conscientes de la
riqueza del trabajo en equipo y de la sinergia que éste produce. Tienen
inquietudes, inconformidades y combaten con argumentos, con razones.
Participan en la generación de
nuevas ideas y las desarrollan. Una vez concretadas, su responsabilidad es la
difusión y la enseñanza del nuevo conocimiento. Pero ahí no se cierra el
círculo: “Aún falta mucho por crecer como comunidad, dándole mayor amplitud y
reconocimiento a la ciencia”, reconoció el funcionario.
El conocimiento para la paz y
el desarrollo no sólo se convierte en responsable de generar novedades, sino de
aplicarlo, difundirlo y enseñarlo, que además debe complementarse con la
solución de problemas, pues es necesario asegurar un beneficio comunitario.
Aquí se incluye el concepto de equidad: ninguna porción de la población debe
quedar ajena a la posibilidad de prosperar debido a los logros científicos,
finalizó.
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