06:00 hrs. Agosto 5 de 2003

 

Boletín UNAM-DGCS-595

Ciudad Universitaria

 

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SEVEROS PROBLEMAS DE NIÑOS CON TRASTORNO POR DÉFICIT DE ATENCIÓN

 

·        El padecimiento tiene correlación con una transmisión de tipo genético y una disfunción bioquímica, indicó Silvia Ortiz, psiquiatra de la UNAM

·        Alertó contra campañas equivocadas en torno al tratamiento farmacológico del padecimiento.

 

En México, alrededor de un millón de niños en edad escolar padecen el Trastorno por Déficit de Atención (TDA), situación que tiene un serio impacto social, porque provoca bajo aprovechamiento escolar, mínimo control de los impulsos, baja autoestima, estrés, conflictos escolares y en el núcleo familiar, debido al “mal comportamiento de los menores”, afirmó la psiquiatra Silvia Ortiz León.

 

De los aproximadamente 20 millones de infantes en edad escolar que registra la Secretaría de Educación Pública para el año 2002, de un 3 a 5 por ciento lo padece, y de ese total, entre el 20 y 50 por ciento continúa presentando síntomas en la vida adulta, dijo.

 

La coordinadora del Programa de Salud Mental del Departamento de Psicología Médica, Psiquiatría y Salud Mental de la Facultad de Medicina de la UNAM, consideró que frente a esta problemática es importante un diagnóstico clínico temprano y un tratamiento farmacológico, así como rechazar las visiones ignorantes en torno al trastorno.

 

El TDA, explicó, se clasifica actualmente en tres subtipos: el de inatención, el hiperactivo-impulsivo y el mixto. El diagnóstico del trastorno utiliza criterios de la Organización Mundial de la Salud y del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos  Mentales, donde se especifica que el menor puede presentar seis o más  síntomas de desatención e igual número de síntomas de hiperactividad-impulsividad, en los últimos seis meses de manera persistente.

 

Los síntomas, agregó, en el grupo de falta de atención son los siguientes: el niño o adulto no atiende los detalles y comete errores por falta de esmero en las tareas escolares, en el trabajo o en otras actividades; le cuesta mucho trabajo mantener la atención en el ámbito laboral o en las actividades lúdicas; parece no escuchar cuando se le habla o nunca sigue las instrucciones que se le dan, deja inconclusas sus tareas y no cumple con sus deberes en la escuela o trabajo.

 

Asimismo, se le dificulta organizar y comprometerse en actividades que requieran un esfuerzo mental continuado –como las tareas escolares– y las evita o rehuye; pierde cosas necesarias para sus actividades –como juguetes, libretas, cuadernos escolares, lapiceros o libros–; lo distraen fácilmente estímulos externos y es olvidadizo.

 

El grupo de hiperactividad e impulsividad, añadió, se distingue por las siguientes características: agita nerviosamente las manos o los pies o se retuerce en el asiento; se levanta en clase a cada momento o en otras situaciones donde debería permanecer sentado; corretea incesantemente o trata de subirse a cualquier lugar cuando resulta inapropiado hacerlo, y si se trata de adolescentes y adultos tienen sentimientos subjetivos de no poder estar quietos.

 

También le es difícil jugar o participar en pasatiempos tranquilamente; está siempre a toda marcha, como si fuese en moto; parlotea en exceso; se precipita y responde antes de que hayan acabado las preguntas; le es complicado esperar su turno, e interrumpe o avasalla a los demás, agregó.

 

Estos síntomas, dijo, comienzan a presentarse antes de los siete años de edad y requieren desarrollarse en por lo menos dos ambientes distintos, como la escuela, el hogar, el trabajo, o socializando con los amigos, entre otros.

El padecimiento, considerado crónico e incapacitante, debe ser tratado de manera conjunta por especialistas en psiquiatría infantil, pedagogos, neuropsicólogos, maestros y padres de familia, lo que también representa un impacto social y económico elevado, consideró.

 

La psiquiatra infantil advirtió que este padecimiento afecta la autoestima del menor, sus relaciones interpersonales y la convivencia  con sus padres, pues son rechazados o subestimados al no alcanzar las expectativas de un grupo de iguales o de los adultos; con frecuencia presentan trastornos afectivos y de conducta durante la infancia y adolescencia, así como riesgo para abusar de sustancias prohibidas, entre otros.

 

Sin embargo, abundó la especialista, con un tratamiento farmacológico, el 70 por ciento de los afectados puede alcanzar una modificación extraordinaria de todas sus conductas, disminuyendo la severidad de los síntomas y mejorando el funcionamiento social y académico. Aunque este padecimiento es tratable, no se cura.

 

Sin embargo, hay personas que desconocen los avances científicos para tratar el trastorno y realizan campañas en contra de la medicación, resaltando los riesgos adictivos de los psicofármacos, lo cual perjudica a los pacientes, pues con un diagnóstico bien elaborado y manejado por especialistas da resultados benéficos.

 

Frente a ello, recomendó a los padres de familia recabar información sobre el diagnóstico y tratamiento farmacológico, además de atender los déficit infantiles con terapias especializadas para el aprendizaje, psicomotricidad, rehabilitación, lecto-escritura y apoyo pedagógico.

 

El trastorno fundamentalmente, tiene una correlación con elementos de tipo genético y bioquímico, abundó. Incluso algunos estudios implican en concreto a los genes que codifican a los receptores y transportadores de dopamina; éstos son muy activos en el cortex prefrontal y en los ganglios basales.

 

Este neurotransmisor es segregado por neuronas de ciertas zonas del cerebro para inhibir o modular la actividad de otras neuronas que intervienen en las emociones y movimientos.

 

Advirtió que también se han identificado aspectos hereditarios, donde los hijos de un progenitor con la enfermedad tienen hasta un cincuenta por ciento de posibilidades para reproducir las mismas dificultades.

 

A este respecto, continuó, el tratamiento farmacológico debe ser administrado por paidopsiquiatras, psiquiatras o neuropediatras con experiencia en el manejo de psicofármacos.

 

Los fármacos de primera elección para el manejo del TDA son los estimulantes del sistema nervioso central y el prototipo de psicofármaco es el metilfenidato, sentenció.

 

En la mayoría de los niños hay una respuesta positiva, pues disminuyen sus conductas hiperactivas, su impulsividad y mejoran la atención. Los efectos secundarios de todos los estimulantes son decremento del apetito, insomnio, problemas digestivos, dolor de cabeza e irritabilidad, aunque desaparecen con el tiempo.

 

Otras alternativas farmacológicas para tratar este trastorno son los antidepresivos: los tricíclicos como la imipramina o desimipramina, que producen mejoría hasta en un 70 por ciento de los niños con déficit de atención e hiperactividad.

 

Concluyó que la mejoría en la conducta es más prominente que en la atención. Los antidepresivos tricíclicos mejoran el humor, la impulsividad y la tolerancia a la frustración, y los efectos secundarios incluyen boca seca, constipación y adormecimiento.

 

 

 

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PIES DE FOTO

 

FOTO 1

 

Aproximadamente, de un tres a cinco por ciento de los infantes en edad escolar padece el trastorno por déficit de atención, y de ese total, entre el 20 y 50 por ciento presentará síntomas en la vida adulta, aseguró la psiquiatra Silvia Ortiz León, de la Facultad de Medicina de la UNAM.

 

FOTO 2

 

Con tratamiento farmacológico, el 70 por ciento de los niños afectados por el trastorno de déficit de atención podrá alcanzar una modificación extraordinaria de todas sus conductas, indicó Silvia Ortiz, coordinadora del Programa de Salud Mental del Departamento de Psicología Médica, Psiquiatría y Salud Mental de la Facultad de Medicina de la UNAM.