Boletín UNAM-DGCS-595
Ciudad Universitaria
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SEVEROS PROBLEMAS DE NIÑOS CON TRASTORNO POR DÉFICIT
DE ATENCIÓN
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El padecimiento tiene correlación con una
transmisión de tipo genético y una disfunción bioquímica, indicó Silvia Ortiz,
psiquiatra de la UNAM
·
Alertó contra campañas equivocadas en torno
al tratamiento farmacológico del padecimiento.
En México, alrededor de un
millón de niños en edad escolar padecen el Trastorno por Déficit de Atención
(TDA), situación que tiene un serio impacto social, porque provoca bajo
aprovechamiento escolar, mínimo control de los impulsos, baja autoestima,
estrés, conflictos escolares y en el núcleo familiar, debido al “mal
comportamiento de los menores”, afirmó la psiquiatra Silvia Ortiz León.
De los aproximadamente 20
millones de infantes en edad escolar que registra la Secretaría de Educación
Pública para el año 2002, de un 3 a 5 por ciento lo padece, y de ese total,
entre el 20 y 50 por ciento continúa presentando síntomas en la vida adulta,
dijo.
La coordinadora del Programa
de Salud Mental del Departamento de Psicología Médica, Psiquiatría y Salud
Mental de la Facultad de Medicina de la UNAM, consideró que frente a esta
problemática es importante un diagnóstico clínico temprano y un tratamiento
farmacológico, así como rechazar las visiones ignorantes en torno al trastorno.
El TDA, explicó, se clasifica
actualmente en tres subtipos: el de inatención, el hiperactivo-impulsivo y el
mixto. El diagnóstico del trastorno utiliza criterios de la Organización
Mundial de la Salud y del Manual
Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos
Mentales, donde se especifica que el menor puede presentar seis o
más síntomas de desatención e igual
número de síntomas de hiperactividad-impulsividad, en los últimos seis meses de
manera persistente.
Los síntomas, agregó, en el
grupo de falta de atención son los siguientes: el niño o adulto no atiende los
detalles y comete errores por falta de esmero en las tareas escolares, en el
trabajo o en otras actividades; le cuesta mucho trabajo mantener la atención en
el ámbito laboral o en las actividades lúdicas; parece no escuchar cuando se le
habla o nunca sigue las instrucciones que se le dan, deja inconclusas sus
tareas y no cumple con sus deberes en la escuela o trabajo.
Asimismo, se le dificulta
organizar y comprometerse en actividades que requieran un esfuerzo mental
continuado –como las tareas escolares– y las evita o rehuye; pierde cosas
necesarias para sus actividades –como juguetes, libretas, cuadernos escolares,
lapiceros o libros–; lo distraen fácilmente estímulos externos y es olvidadizo.
El grupo de hiperactividad e
impulsividad, añadió, se distingue por las siguientes características: agita
nerviosamente las manos o los pies o se retuerce en el asiento; se levanta en
clase a cada momento o en otras situaciones donde debería permanecer sentado;
corretea incesantemente o trata de subirse a cualquier lugar cuando resulta
inapropiado hacerlo, y si se trata de adolescentes y adultos tienen sentimientos
subjetivos de no poder estar quietos.
También le es difícil jugar o
participar en pasatiempos tranquilamente; está siempre a toda marcha, como si
fuese en moto; parlotea en exceso; se precipita y responde antes de que hayan
acabado las preguntas; le es complicado esperar su turno, e interrumpe o
avasalla a los demás, agregó.
Estos síntomas, dijo,
comienzan a presentarse antes de los siete años de edad y requieren
desarrollarse en por lo menos dos ambientes distintos, como la escuela, el
hogar, el trabajo, o socializando con los amigos, entre otros.
El padecimiento, considerado
crónico e incapacitante, debe ser tratado de manera conjunta por especialistas
en psiquiatría infantil, pedagogos, neuropsicólogos, maestros y padres de
familia, lo que también representa un impacto social y económico elevado,
consideró.
La psiquiatra infantil
advirtió que este padecimiento afecta la autoestima del menor, sus relaciones
interpersonales y la convivencia con
sus padres, pues son rechazados o subestimados al no alcanzar las expectativas
de un grupo de iguales o de los adultos; con frecuencia presentan trastornos
afectivos y de conducta durante la infancia y adolescencia, así como riesgo
para abusar de sustancias prohibidas, entre otros.
Sin embargo, abundó la especialista,
con un tratamiento farmacológico, el 70 por ciento de los afectados puede
alcanzar una modificación extraordinaria de todas sus conductas, disminuyendo
la severidad de los síntomas y mejorando el funcionamiento social y académico.
Aunque este padecimiento es tratable, no se cura.
Sin embargo, hay personas que
desconocen los avances científicos para tratar el trastorno y realizan campañas
en contra de la medicación, resaltando los riesgos adictivos de los
psicofármacos, lo cual perjudica a los pacientes, pues con un diagnóstico bien
elaborado y manejado por especialistas da resultados benéficos.
Frente a ello, recomendó a los
padres de familia recabar información sobre el diagnóstico y tratamiento
farmacológico, además de atender los déficit infantiles con terapias
especializadas para el aprendizaje, psicomotricidad, rehabilitación,
lecto-escritura y apoyo pedagógico.
El trastorno fundamentalmente,
tiene una correlación con elementos de tipo genético y bioquímico, abundó.
Incluso algunos estudios implican en concreto a los genes que codifican a los
receptores y transportadores de dopamina; éstos son muy activos en el cortex
prefrontal y en los ganglios basales.
Este neurotransmisor es
segregado por neuronas de ciertas zonas del cerebro para inhibir o modular la
actividad de otras neuronas que intervienen en las emociones y movimientos.
Advirtió que también se han
identificado aspectos hereditarios, donde los hijos de un progenitor con la
enfermedad tienen hasta un cincuenta por ciento de posibilidades para
reproducir las mismas dificultades.
A este respecto, continuó, el
tratamiento farmacológico debe ser administrado por paidopsiquiatras,
psiquiatras o neuropediatras con experiencia en el manejo de psicofármacos.
Los fármacos de primera
elección para el manejo del TDA son los estimulantes del sistema nervioso
central y el prototipo de psicofármaco es el metilfenidato, sentenció.
En la mayoría de los niños hay
una respuesta positiva, pues disminuyen sus conductas hiperactivas, su
impulsividad y mejoran la atención. Los efectos secundarios de todos los
estimulantes son decremento del apetito, insomnio, problemas digestivos, dolor
de cabeza e irritabilidad, aunque desaparecen con el tiempo.
Otras alternativas farmacológicas
para tratar este trastorno son los antidepresivos: los tricíclicos como la
imipramina o desimipramina, que producen mejoría hasta en un 70 por ciento de
los niños con déficit de atención e hiperactividad.
Concluyó que la mejoría en la conducta es
más prominente que en la atención. Los antidepresivos tricíclicos mejoran el
humor, la impulsividad y la tolerancia a la frustración, y los efectos
secundarios incluyen boca seca, constipación y adormecimiento.
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PIES DE FOTO
FOTO 1
Aproximadamente,
de un tres a cinco por ciento de los infantes en edad escolar padece el
trastorno por déficit de atención, y de ese total, entre el 20 y 50 por ciento
presentará síntomas en la vida adulta, aseguró la psiquiatra Silvia Ortiz León,
de la Facultad de Medicina de la UNAM.
FOTO 2
Con tratamiento
farmacológico, el 70 por ciento de los niños afectados por el trastorno de
déficit de atención podrá alcanzar una modificación extraordinaria de todas sus
conductas, indicó Silvia Ortiz, coordinadora del Programa de Salud Mental del
Departamento de Psicología Médica, Psiquiatría y Salud Mental de la Facultad de
Medicina de la UNAM.