06:00 hrs. Agosto 3 de 2003

 

Boletín UNAM-DGCS-592

Ciudad Universitaria

 

Pies de fotos al final del boletín

 

 

MÉXICO ESTÁ EN RIESGO DE PERDER SU LAICISMO: ALFREDO LÓPEZ AUSTIN

 

·        El investigador emérito de la UNAM dijo que se puede retroceder de forma peligrosa hacia la intolerancia y el enfrentamiento grave e innecesario entre los mexicanos

·        Señaló que el laicismo es uno de los grandes triunfos de la civilización contemporánea

·        Una religión vigorosa es la que no necesita del apoyo estatal y menos de la fuerza pública, para instaurar sus verdades

 

México está en riesgo de perder su laicismo y de retroceder, de manera peligrosa, hacia la intolerancia y el enfrentamiento grave e innecesario entre los mexicanos, después de que por más de un siglo el meollo del problema religioso se había resuelto en nuestra vida ciudadana, aseguró el investigador emérito de la UNAM, Alfredo López Austin.

 

Señaló que el Poder Ejecutivo durante el periodo 1988-1994 promovió el retroceso de la civilidad republicana, al dar pie para el debilitamiento del laicismo. Hubo muchos que, en su tiempo, advirtieron sobre los nocivos efectos de contaminar lo religioso con lo político.

 

Así, los acontecimientos demuestran la razón de aquellos críticos y ponen en guardia en contra de una acelerada intervención de la jerarquía religiosa en la vida pública, que puede conducir a resultados sumamente negativos.

 

“La integridad religiosa puede dañarse, al ser transformada en un simple medio para el logro de objetivos diferentes a aquellos para los cuales afirman las iglesias estar instituidas”, aseveró.

 

“No deberá permitirse en un régimen laico –afirmó- que la Iglesia ejerza presión política para que se cumplan sus postulados sobre toda la población, pretendiendo sustituir con la fuerza pública su incapacidad de persuasión moral”, abundó el historiador de la religión.

 

Este uso de la religión atenta contra la dignidad de las creencias de los fieles: el crucifijo en las manos del Poder Ejecutivo al tomar posesión de su cargo o su participación pública en actos litúrgicos, no son ejercicios de fe, sino argucias publicitarias con fines políticos; son construcciones de imagen personal a través de los medios de comunicación, y una burla a la sinceridad de los creyentes.

 

Alfredo López sostuvo que mientras la defensa de una visión particular del mundo es respetable, la imposición de dicha visión resulta intolerable. Se puede resguardar el derecho de cualquier iglesia a la prédica entre sus fieles de su moral particular, o al debate que resalte sus valores frente a los ajenos; pero no admitir la identificación de moral con la religión.

 

Refirió que existen muchos sistemas éticos, y las formas de ejercicio moral son diversas. Para vivir moralmente no es indispensable creer en el infierno, pues la moralidad puede descansar en un convencimiento racional, independiente de todo sentido religioso. Negarlo es un acto de intolerancia, un atentado, una falta de respeto en contra de quienes no pertenecen a la fe de los detractores.

 

Por otro lado, ser religioso no es sinónimo de poseer una moral elevada. Si así lo fuera, serían reconocidos universalmente por su alta moralidad George Bush, Osama Bin Laden, Condolezza Rice, Ariel Sharon y tantos otros personajes que manchan de horror y sangre el siglo veintiuno. “Ética y religión son sistemas que pueden existir tanto unidos como separados”.

 

Afirmó que en una sociedad plural, el respeto a la diversidad exige que no haya imposición de un sistema ético particular sobre los demás. Esto es aplicable al caso concreto de la penalización del aborto en México, donde un sector de los jerarcas católicos considera inmoral la práctica del aborto bajo cualquier circunstancia.

No obstante, otro sector de la sociedad acepta casos graves donde pueda excluirse la penalización estatal. El sector eclesiástico, que no admite excepciones, debe quedar en plena libertad no sólo de condenar toda práctica del aborto y punirla en el ámbito y con los medios religiosos a su alcance; también es libre de defender en público su posición.

 

El académico del Instituto de Investigaciones Antropológicas, quien ha dedicado más de cuatro décadas al estudio de la religión en Mesoamérica, señaló que el laicismo es uno de los grandes triunfos de la civilización contemporánea.

 

“El laicismo –dijo el investigador– otorga al ciudadano común la igualdad plena, con total independencia de su pertenencia a un credo o de la ausencia de credo en su concepción del mundo. Todo individuo debe ser libre de la imposición basada en las diferentes creencias”.

 

Además, el laicismo garantiza al creyente la libertad, la tolerancia y el respeto a su fe, pues lo hace quedar a salvo de las obligaciones que, ya desde su propia iglesia o de las ajenas, pretendan interferir en su sano arbitrio y en su criterio personales, bienes indispensables para el recto ejercicio de cualquier credo. Una religión vigorosa es la que no necesita del apoyo estatal –y mucho menos de la fuerza pública– para instaurar sus verdades.

 

Para las iglesias, el laicismo significa la independencia en un mundo complejo, en el cual no puede preverse el encumbramiento de cualquiera de ellas, que en un momento dado pretenda imponer su hegemonía a las demás, auxiliándose del Estado.

 

El investigador comentó que para la iglesia mayoritaria en un país, el laicismo implica el robustecimiento de su autoridad moral, ya que no puede sustituirse por la fuerza pública.

 

Consideró que el laicismo también garantiza a las iglesias un mayor ejercicio en el ámbito espiritual, sin la distracción de una lucha por el poder externo e interno entre individuos o grupos en pugna, lo cual ha corrompido y dividido la institucionalidad eclesial durante siglos.

 

Asimismo, aparta al gobierno y a las fuerzas políticas de la tentación de manipular las creencias populares y de interferir en sectores de la jerarquía eclesiástica para satisfacer propósitos nada edificantes.

Hasta donde existen registros documentales, puede constatarse que las ideas religiosas se han usado en todo el mundo y a lo largo de la historia con fines políticos. “Mesoamérica no fue la excepción. Por ejemplo, en los siglos XV y XVI los mexicas se proclamaron hijos predilectos de Huitzilopochtli y se dieron como misión conquistar a los pueblos vecinos para alimentar a su dios con la sangre y los corazones de sus cautivos”.

 

Su propósito, no manifiesto, era crear un vasto dominio dirigido al expolio tributario, régimen basado en la violencia. Otro tanto hicieron en la misma época los tarascos en sus campañas militares, formando un dilatado dominio con el pretexto de obedecer las órdenes divinas de Curicaueri.

 

Pero en este siglo, recalcó, se masacra al pueblo de Irak con el pueril argumento de que George W. Bush es el brazo armado de una divinidad que no puede obrar en el mundo si no es con el auxilio de tan distinguido representante.

 

Lo más grave del caso no es lo fútil del argumento, sino la aceptación acrítica del mismo por un pueblo que en otros tiempos se distinguió por una oposición intelectual, vigorosa y eficaz, a la carrera belicista de su propio país.

 

“Por otra parte, la fe y la moral de los hombres religiosos no pueden ser juzgadas por la inmoralidad de quienes manipulan políticamente las costumbres y la religión. Un Estado laico implica una ausencia de coerción de conciencia. Por tanto, favorece la libertad de juicio en todo ciudadano, posibilita la asunción de una actitud crítica, la adquisición de una conciencia clara, que lleva a un credo o a una falta de credo más plenos y humanos”, concluyó López Austin.

 

 

 

 

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PIES DE FOTO

 

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Alfredo López Austin, investigador emérito de la UNAM, aseveró que el laicismo garantiza al creyente la libertad, la tolerancia y el respeto a su fe, pues lo hace quedar a salvo de las obligaciones que, ya desde su propia iglesia o de la ajenas, pretendan interferir en su sano arbitrio y en su criterio personales.

 

 

FOTO 2

 

Para la iglesia mayoritaria en un país, el laicismo implica el robustecimiento de su autoridad moral, que no puede sustituirse por la fuerza pública, consideró Alfredo López Austin, investigador del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM.