13:00 hrs. Julio 17 de 2003

 

Boletín UNAM-DGCS-558

Ciudad Universitaria

Pies de fotos al final del boletín

INMERECIDAMENTE OLVIDADO BENITO JUÁREZ, PESE A SER EL FORJADOR DE MÉXICO

·        El Benemérito fue el primero en darle una estructura, un marco y una legislación, afirma Alejandro Tomasini

·        Para el jurista Jorge Adame, Juárez fue un hombre de gran austeridad republicana, sobrio y que vivió de forma modesta

·        Silvestre Villegas señala que la concentración de poder en México inició con él, lo consolidó Porfirio Díaz y se institucionalizó con la Revolución Mexicana

 

Pese a ser el auténtico forjador de México, Benito Juárez es un hombre inmerecidamente olvidado. Cuando se convierte en actor político nuestro país está en formación, y es el primero en darle una estructura, un marco, una legislación y por ello debía ser considerado como el verdadero “padre de nuestra patria”, afirma Alejandro Tomasini Bassols.

 

Al cumplirse 131 años de la muerte del Benemérito de las Américas, el integrante del Instituto de Investigaciones Filosófica (IIF) de la UNAM asegura que Juárez fue partidario de un México moderno, actualizado, en donde se superase el rezago cultural e indígena que aún hoy persiste en el país.

 

Sin embargo, el historiador Silvestre Villegas Revueltas opina que en México debe terminar la historia oficial sobre Benito Juárez y sacar a la luz aspectos desconocidos, como su papel en la manipulación de las elecciones y su búsqueda de la reelección presidencial. Incluso puede afirmarse que con Juárez empieza el proceso de concentración de poder, que “nos llevará al presidencialismo del siglo XX”.

El integrante del Instituto de Investigaciones Históricas (IIH) es enfático al señalar que este proceso inició con el Benemérito de las Américas, se consolidó con Porfirio Díaz, y se institucionalizó con la presidencia tras la Revolución Mexicana.

 

No obstante, Jorge Adame Goddard, del Instituto de Investigaciones Jurídicas (IIJ), considera que a Juárez debe recordársele por su perseverancia. Él fue presidente constitucional durante la invasión francesa, mantuvo un gobierno en el exilio durante años y no cejó en su empeño. Con esfuerzo y tenacidad logró restablecer el orden republicano y la Constitución de 1857.

 

También es muy alabada su famosa austeridad republicana. “Fue un hombre que no se enriqueció. Vivió de forma modesta y sobria, a veces de manera excesiva. Siempre está presente la imagen de un hombre serio, a veces como enojado. No era una persona que sonriera”, señaló.

 

Tomasini Bassols afirma que era un hombre conocedor del medio indígena, decidido a superar la situación de este sector. “Lamentablemente su legado no ha sido apreciado en los últimos tiempos, quizá bajo la influencia de gente como Octavio Paz, que desprestigiaron su labor”.

 

Juárez no peleó por él, por empresas o industrias, sino por México; para forjar una nación unificada, sacarla de su atraso económico y su ignominia social; esos eran los ideales del juarismo. Poseía ideas claras y decisión. Su pensamiento podría hoy llamarse de izquierda, una izquierda enmarcada en pensamientos nacionalistas.

 

Una de sus principales características, que lo distingue de los demás políticos de la época, es su tenacidad. Antonio López de Santa Ana, quien ocupó once veces la presidencia, salía y regresaba del poder; mientras Juárez decía: “soy la autoridad legítima y debo luchar por este orden legal”. Esa fue su bandera desde enero de 1858 hasta su muerte en 1872, comenta Villegas Revueltas.

 

Fue un político tenaz, necio y testarudo para sus oponentes; eso lo hizo distinto. En un ambiente sin disciplina, en donde los ministros renunciaban a la primera amenaza, él estaba convencido del proyecto liberal que enarbolaba la libertad de expresión y de pensamiento.

 

Conocido en el mundo por su apotegma: Entre los hombres como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz, Jorge Adame aclara que si esta regla se hubiera aplicado con las Leyes de Reforma y la Constitución de 1857, “nos hubiéramos ahorrado varias guerras”.

 

Pero faltó respeto y hubo agresiones, lo que produjo guerras civiles y heridas profundas en el pueblo mexicano. La más intensa –y quizá de mayor trascendencia que la Cristera– fue la de Reforma, pues supuso una fuerte división en la población, entre quienes confirmaban ser católicos y fieles al Papa, y aquellos liberales apegados al gobierno.

 

Ello produjo una visión radical donde se excluían ambas posturas: no se podía ser católico y mexicano al mismo tiempo, o se era uno u otro. Lo cual era absurdo y daba lugar a polémicas innecesarias.

 

Se requería entonces, no sólo establecer el respeto al derecho ajeno como fundamento de la paz, sino que de manera efectiva el Estado reconociera el derecho de la Iglesia y viceversa. Lo cual no sucedió.

 

El historiador Villegas recordó que las primeras Leyes de Reforma se promulgaron entre julio y diciembre de 1859. La más conocida es aquella que nacionalizaba los bienes eclesiásticos, sin embargo, incluía leyes sobre matrimonio civil, supresión del fuero eclesiástico, establecimiento de los jueces del Registro Civil y secularización de los cementerios.

 

De acuerdo con esas leyes, el clero debía cesar su intervención en los asuntos administrativos de los cementerios. Por lo general los entierros se realizaban en las iglesias o en el Campo Santo, alrededor de ellas. Pero si alguien no era católico –protestante o hereje– sus restos no se depositaban ahí.

 

Posteriormente se secularizan los hospitales e instituciones de beneficencia, se extinguen las comunidades religiosas y se establece la separación total de la Iglesia y el Estado, retirando la delegación mexicana ante el Papa.

 

Adame Goddard reconoce que se ha exagerado el poder del clero en aquella época, aunque era cierta su gran influencia entre la población, mayor incluso que la actual. Aprovechando esta circunstancia, obispos, sacerdotes o laicos realizaban actividades contrarias al Estado, en nombre de la Iglesia.

 

Tales leyes se pudieron haber impulsado de otra forma, recalcó. La que nacionalizaba los bienes de corporaciones eclesiásticas y civiles, por ejemplo, era un abuso. Es como si hoy el gobierno decidiera confiscar los bienes de una empresa transnacional o los recursos de varias comunidades indígenas. Sería una agresión.

 

La Ley de Tolerancia de Cultos tampoco era indispensable porque la mayoría de la sociedad era católica, y esta norma restringía los derechos de la iglesia como si fuera una religión minoritaria que debía ser controlada por el Estado. Se establecía la desaparición de las comunidades religiosas y el cierre de los conventos. “Hubo excesos. Si se hubiera cumplido el apotegma del ‘respeto al derecho ajeno es la paz’ se habrían evitado muchos problemas”.

 

Jorge Adame propone reconsiderar el papel que le corresponde al gobierno en torno de la religión. Se afirma que debe ser laico, como marca el principio juarista, sin embargo, “el Estado no es una estructura conformada por gobernantes, políticos, diputados y senadores, sino también por el pueblo, a quien debe servir. Si no cumple con tal función es un ente desnaturalizado”.

 

El pueblo mexicano es religioso, y el gobierno no debe imponer el laicismo, sino promover –con sus propios medios y sin invadir el campo de las iglesias– tales creencias. Si la gente piensa que tal fe  es un bien para ella, el gobierno debe respetarla.

 

El Estado laico de Juárez, que no se interesa por la religión de la sociedad, debe cambiarse por otro que procure el bien del pueblo como éste quiere y entiende. Ello no significa el abandono de las funciones estatales a favor de las eclesiásticas, ni permitirle a esta institución inmiscuirse en asuntos de gobierno.

 

Tomasini Bassols recuerda que en aquella época la mitad del país pertenecía a la iglesia católica. Empero, no hay nación que pueda funcionar como Estado religioso, ni siquiera Israel, definido como Estado judío, donde los partidos religiosos dominan el parlamento y desempeñan funciones administrativas en el gobierno.

 

Después de la independencia, y de las convulsiones y turbulencias consecuentes, México quedó a la deriva, y la Iglesia católica se aprovechó de esa situación. Empero, con las Leyes de Reforma se le marcó el alto.

Intelectuales del siglo XIX, como José María Luis Mora, Valentín Gómez Farías y Melchor Ocampo, coincidían con el pensamiento de Juárez. Era gente que caminaba en la misma dirección. “La confrontación con la Iglesia era ineludible, porque nadie renuncia a sus intereses, a sus diezmos, a sus prebendas tan fácilmente”, recalca Bassols.

 

Adame Goddard estima que con las reformas constitucionales impulsadas por el presidente Carlos Salinas de Gortari, el Estado reconoció el derecho del pueblo a asociarse en comunidades religiosas, a respetar su libertad de credo y otorgó personalidad jurídica a dichas asociaciones. Fue un gran paso, pero pasaron 170 años –desde la Independencia hasta 1992– para hacerlo.

 

Hoy la relación Iglesia-Estado goza de buena salud. “La alharaca que se hizo con motivo de las elecciones no tenía sentido, porque la Constitución sólo prohibe que los obispos o los ministros de culto hagan propaganda a favor o en contra de algún partido político o de un candidato específico”, comenta.

 

Los límites al clero, de no hacer proselitismo a favor o en contra de un partido o candidato están determinados en la legislación. “Si entendemos la política no sólo como la colaboración en las elecciones, sino como la preocupación por el bien del pueblo, todos tenemos que ser políticos, incluidos obispos y sacerdotes”.

 

En ese sentido, Silvestre Villegas dice que desde la Guerra Cristera y los arreglos que pusieron fin a la misma, hasta el gobierno de Carlos Salinas, Iglesia y Estado habían vivido de manera civilizada. El clero católico construyó escuelas y universidades. Vivían de forma tranquila, mientras la clase política mexicana “hizo de las suyas durante 40 o 50 años”.

 

“Si queremos llegar a una democracia plena debemos contar con la libertad para que todos se expresen, incluido el clero”. Los jerarcas de la Iglesia no deben actuar infringiendo la ley. Hay un marco jurídico que deben seguir, aseveró Villegas.

 

 

Para el filósofo Alejandro Tomasini, México vive un retroceso respecto de las ideas de Juárez. Sus síntomas son la proliferación de sectas y grupos religiosos radicalizados, mientras las grandes instituciones       –como las iglesias católica y protestantes históricas–, son cada vez más voraces, tienen mayor participación en la educación y se entrometen en la vida de las personas, en temas como aborto y divorcio.

 

Para Tomasini, el presidente Carlos Salinas de Gortari fue el artífice de una de las grandes traiciones al juarismo, al restablecer los vínculos diplomáticos con el Vaticano. México no tenía por qué hacerlo; la Iglesia funcionaba de manera adecuada, no tenía motivo para cederle terrenos políticos y abrirle las puertas para su difusión en muchos ámbitos.

 

Desde el punto de vista de la Iglesia, su relación con el Estado es estupenda, opinan sobre política y educación, en donde radican sus intereses. No se trata de afirmaciones temerarias, basta revisar los libros gratuitos de texto, y cómo la educación está siendo remoldeada, una vez más, por intereses ajenos al conocimiento serio, puro, objetivo e imparcial. “En ese sentido vamos para atrás”.

 

Villegas Revueltas apunta que Juárez es un personaje que, por sus orígenes familiares y económicos, rompió con la figura de los gobernantes del país en el siglo XIX. Salvo Vicente Guerrero, que era mulato, todos los demás políticos eran criollos. Que el Benemérito fuera indígena de cuna, lo hace distinto.

 

Pero Tomasini Bassols advierte que México comete un gran error al olvidarse de sus patriarcas, porque forman parte de la columna vertebral de la ideología y la mentalidad nacionales. “Juárez es una figura que debemos reivindicar en todo momento, un personaje que no debe ser olvidado porque nuestro país brota de él”, concluyó.

 

 

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PIES DE FOTO

 

Foto 1

A Benito Juárez hay que recordarlo por su perseverancia y su famosa austeridad republicana, consideró Jorge Adame Goddard, del IIJ de la UNAM.

 

Foto 2

México debe terminar la historia oficial sobre Benito Juárez y sacar a luz los aspectos desconocidos, como su búsqueda de la reelección electoral, subrayó Silvestre Villegas Revueltas, del IIH de la UNAM.

 

Foto 3

Pese a ser el auténtico forjador de México, Benito Juárez es un hombre inmerecidamente olvidado, aseveró Alejandro Tomasini Bassols, del IIF de la UNAM.

 

Foto 4

Máscara mortuoria de Benito Juárez.

 

Foto 5

Mural Benito Juárez.