06:00 hrs. Junio 7 de 2003

 

Boletín UNAM-DGCS-440

Ciudad Universitaria

 

 

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MÉXICO PIERDE CADA AÑO 700 MIL HECTÁREAS DE BOSQUES Y SELVAS: RODOLFO DIRZO MINJAREZ

 

·        El investigador del Instituto de Ecología de la UNAM advirtió también sobre la nueva amenaza para las selvas tropicales: la pérdida de la fauna

·        Las selvas tropicales se pierden a una tasa promedio de 2 por ciento anual, reveló el especialista en temas sobre ecología y conservación de las selvas de América

·        Existen tres zonas del país que sufren deterioro en sus ecosistemas y fauna: la Huasteca Potosina, Los Tuxtlas y la Selva Lacandona

 

Cada año se pierden en promedio 700 mil hectáreas  de bosques y selvas, cifra que varía de acuerdo con la región y tipo de vegetación, señaló Rodolfo Dirzo Minjarez, investigador del Instituto de Ecología (IE) de la UNAM.

 

Además, Dirzo Minjarez, quien recién obtuvo el Premio Nacional al Mérito Ecológico 2003 que otorga la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), aseveró que además de la pérdida de selvas tropicales a una tasa promedio de 2 por ciento anual, México sufre una “amenaza invisible” por la  “defaunación” –o pérdida de la fauna–, en particular de animales medianos y grandes.

 

El problema, señaló, podría tener graves efectos. “Hemos encontrado lo que llamamos ‘cascadas de consecuencias ecológicas’. Perder a los animales propicia que se modifiquen procesos naturales que, a su vez, provocan la pérdida de otros componentes de la riqueza de especies, por ejemplo, las plantas”, explicó.

 

Recordó que México es un país reconocido en el mundo por su biodiversidad. Se calcula que dentro de nuestras fronteras existe alrededor de 10 por ciento de la riqueza de especies de todo el planeta, cifra “verdaderamente importante”, además de que contamos con la mayoría de los ecosistemas presentes en la Tierra.

 

Dirzo Minjarez reconoció que aunque en México existe una tradición bien establecida en el estudio de las selvas tropicales, sus formas de vida son tantas que “aún nos falta mucho por conocer”. Perderlas significaría desperdiciar recursos que potencialmente pudieran ser benéficos, como nuevos fármacos, alimentos o fibras, entre otros usos.

 

El desafío radica, entonces, en encontrar el punto intermedio entre las posturas extremas de “no tocar” la selva o destruirla, para que se combine la preservación de los hábitats con actividades productivas para la población local.

 

Sin embargo, el investigador dijo “sentirse optimista” porque hay decretos para las diversas áreas naturales protegidas; el reto es que sean operativos, que se continúe con la investigación y se incorpore a las comunidades en las acciones a emprender. En el mantenimiento de los recursos naturales deben involucrarse todos los sectores de la sociedad,

 

El doctor Dirzo, especialista en temas sobre ecología y conservación de las selvas de América, uno de los ecosistemas más amenazado del mundo, afirmó que los daños a las especies animales ahí existentes, son incalculables. Venados, jabalíes, jaguares y hasta los tapires han ido desapareciendo a consecuencia de la reducción del tamaño de su hábitat, la cacería y el tráfico ilegal de especies.

 

 “Últimamente he investigado las consecuencias ecológicas de este hecho. El asunto es fascinante desde el punto de vista biológico, pero lleva implícito un mensaje serio: la disminución de la capacidad reproductiva de las plantas, por ejemplo”, expresó.

 

Un venado, al comer el follaje y pisotear algunos vegetales permite que otros, no tan buenos competidores, puedan coexistir. Sin los animales medianos y grandes se reduce la riqueza biológica de las plantas.

Este fenómeno se presenta en zonas donde hay un gradiente o variación de amenaza para las selvas, pues de acuerdo con análisis de imágenes satelitales y estudios de campo, existe una tendencia de pérdida de esos ecosistemas en el país, que va de norte a sur, específicamente en la Huasteca Potosina, Los Tuxtlas y la Selva Lacandona.

 

En el norte, la Huasteca Potosina presenta tasas de deforestación “bestialmente altas”: del 7 por ciento anual. En Los Tuxtlas hasta hace poco, el porcentaje de pérdida era de 4 por ciento, aunque ahora disminuye gradualmente debido a que queda poco por talar o se encuentra inaccesible. Cabe destacar que en esta área, la UNAM conserva 620 hectáreas de reserva.

 

Por último, en la selva Lacandona, la extensión selvática más grande del país, la deforestación es variable, pero en promedio alcanza el 1.6 por ciento cada año. Ese gradiente también se observa en relación con la riqueza de especies, porque en esta última área se registra un mayor avance de deterioro, incluso superior a Veracruz y la Huasteca.

 

“Entender los cambios en la distribución espacial, el grado de amenaza y el de riqueza biológica, da una perspectiva de cómo planear y diseñar estrategias de conservación”, abundó Dirzo.

 

En opinión de Rodolfo Dirzo, la defaunación en estas zonas es un problema grave: “Tengo esa impresión, pero es muy difícil de documentar porque algunas de sus causas directas, la cacería y el tráfico ilegal, son actividades clandestinas”.

 

Uno de los pocos sitios sobre el que se tiene mayor información es Los Tuxtlas, donde la situación es complicada. El experto y sus estudiantes han notado la ausencia prácticamente total de las especies de mamíferos medianos y grandes como el mono araña, los jabalíes, los jaguares y los venados cola blanca, así como de aves de gran tamaño, entre ellas, el águila arpía.

 

Respecto a la posibilidad de “refaunar”, explicó que es factible, pero muy complejo por razones técnicas y sociales. Se necesitaría esencialmente, de educación ambiental, grandes extensiones de selva y una selección cuidadosa de los ejemplares a proteger.

En una reserva, los programa de educación ambiental deben ser intensos, para convencer a las comunidades locales de no cazar los animales. Además, se necesita una gran extensión de selva para que la fauna pueda vivir.

 

“Puedo asegurar las hectáreas bajo el cuidado de la UNAM, pero no alcanzarían para los jaguares. Tendríamos que reconectar los ‘manchones’ de vegetación que quedan y hacer un hábitat más extenso”, expresó.

 

Incluso se enfrentarían dificultades técnicas particulares: de dónde traer los ejemplares, con qué nivel de variación genética y de cuidados para evitar la propagación de enfermedades entre la fauna que aún sobreviva.

 

El reto, expuso el investigador, consiste en pasar de una ecología contemplativa a una curativa, de restauración, y “tengo la esperanza de que la UNAM se vuelva líder en ese campo”, finalizó.

 

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Cada año se pierden en promedio 700 mil hectáreas  de bosques y selvas, cifra que varía de acuerdo con la región y tipo de vegetación, señaló Rodolfo Dirzo Minjarez, investigador del Instituto de Ecología de la UNAM y Premio Nacional al Mérito Ecológico 2003, que otorga la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales.