06:00 hrs. Mayo 24 de 2003

 

Boletín UNAM-DGCS-402

Ciudad Universitaria

 Pies de fotos al final del boletín

 A 93 AÑOS DE REINSTALADA, LA UNIVERSIDAD SIGUE SIENDO PILAR DEL DESARROLLO DE MÉXICO

 

·        “Lo que en la Edad Media se llamó universidad ha llegado hoy a ser una palabra sin sentido”: Maximiliano de Habsburgo

·        Luego de permanecer suprimida durante más de cuatro décadas, se reinstaló el 22 de septiembre de 1910

·        A pesar de los momentos difíciles que ha vivido, esta institución ha cumplido los objetivos que se planteó Justo Sierra: María de Lourdes Alvarado, investigadora del CESU

 

“Lo que en la edad media se llamó la universidad ha llegado hoy a ser una palabra sin sentido”, por lo que es conveniente suprimirla de manera “definitiva” de México.

 

Esta lamentable decisión tomada por Maximiliano de Habsburgo y apoyada en un decreto emitido por él, pasó a una más de las muchas agresiones y de los momentos más lamentables de los 452 años de historia de la Universidad Nacional.

 

Fue también el antecedente obligado para que Justo Sierra tiempo después la reinstalara, mediante la Ley constitutiva correspondiente, emitida, el 26 de mayo de 1910, donde se determinó: “la Universidad Nacional, integrada por las escuelas de, Preparatoria, de Jurisprudencia, de Ingenieros, de Medicina, de Bellas Artes (en lo concerniente a la enseñanza de la arquitectura) y de Altos Estudios”.

 

 

De tal forma que el entonces secretario de Instrucción Pública, Justo Sierra, encabezó la ceremonia solemne con la cual quedo reinstalada formalmente el 22 de septiembre, unos meses antes de que comenzara la revolución, la Universidad abría nuevamente sus puertas.

 

Al cumplirse 93 años de la expedición de la Ley Constitutiva, sustento de tan significativo acontecimiento, María de Lourdes Alvarado Martínez, investigadora del Centro de Estudios sobre la Universidad (CESU), reconoció que la UNAM, a pesar de los momentos difíciles que ha vivido, ha cumplido con los objetivos que se planteó Justo Sierra; “se ha hecho mucho, aunque todos desearíamos que se hiciera mucho más”, recalcó.

 

Reinstalada con motivo de las festividades del centenario de la independencia de nuestro país, la Universidad Nacional de México inició actividades regida por una legislación que la hacia depender del Poder Ejecutivo y que además establecía que su jefatura recaería en el Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes. Su primer Rector, nombrado por el Presidente de la República, fue Joaquín Eguía.

 

A partir de entonces, señaló la investigadora del CESU, la Universidad ha tenido un camino ascendente y ha jugado un papel primordial en el desarrollo de México, y quienes han estado vinculados o han estudiado en ella, y tienen conciencia de su significado, desean que siga consolidándose, porque “es fundamental para el futuro de nuestro país”, expresó.

 

Esta casa de estudios todavía es reducto para todas las ideologías y aunque algunas “ya están pasadas de moda”, no por eso dejan de ser importantes y significativas. Es una institución generosa que “debemos cuidar no sólo los alumnos, sino también funcionarios, trabajadores y académicos. A veces le pedimos mucho y nos da mucho”, indicó.

 

Señaló que si la generación que apoyó el proyecto de la Universidad hiciera un balance de lo que en estos años de vida ha realizado esta casa de estudios, estaría satisfecha: ¡Qué cantidad y  de generaciones y con qué calidad se han formado en ella! La Universidad ha jugado y seguirá jugando un papel central en la vida cultural, económica y tecnológica de nuestra nación.

El inicio de esta etapa de la Universidad

 

El siglo XIX mexicano fue una centuria de inestabilidad, de constantes cambios, pero también una época en que las luchas política y armada cimbraron a la Universidad. La definición de la propia estructura del nuevo país, que surgía como una entidad libre y autónoma, significaba profundas alteraciones en su actividad política.

 

Las transformaciones en la vida educativa durante el siglo XIX, al igual que los cambios sociopolíticos, fueron intensas y profundas. Replantear la educación del nuevo país no fue tarea fácil y la Universidad fue probablemente el actor principal durante todo el proceso.

 

En esta etapa, la Universidad abrió y cerró sus puertas en repetidas ocasiones e incluso sus instalaciones llegaron a servir como cuartel del ejército realista, hasta que el 30 de noviembre de 1865 el emperador Maximiliano la “clausuró definitivamente”, bajo el argumento de que “lo que en la edad media se llamó universidad ha llegado a ser hoy una palabra sin sentido”.

 

Un simple decreto fue la causa por la cual la Real y Pontificia Universidad de México dio por concluido un periodo brillante de tres siglos. No obstante, si algunos de los estudios que impartía desaparecieron por completo, los básicos se mantuvieron en diversas escuelas, unas dependientes del gobierno republicano y otras de la iglesia.

 

María de Lourdes Alvarado explicó que en esos años de la vida nacional, la Universidad fue vista como símbolo del antiguo régimen, por lo que tuvo ese ciclo de aperturas y clausuras a partir de 1833, hasta que llegan a su momento culminante en 1865. A partir de entonces, incluso con el apoyo de los liberales las condiciones del país impidieron durante casi 45 años el funcionamiento que la había distinguido durante trescientos años.

 

La investigadora agregó que a lo largo de ese siglo hubo un enorme prejuicio no sólo contra la Universidad, que fue Real y luego Nacional, sino contra todas las universidades. “Se consideraba que eran focos retrógrados donde se enseñaba un conocimiento absoluto, que no era acorde con los avances de la ciencia moderna. Por eso la mejor opción de esa época eran las escuelas independientes y nacionales”, reveló.

En México se vivía un periodo de auge y avance económico. Desde el momento en que se estableció la república se enarbolaron la paz y el progreso como las banderas fundamentales. De cierta manera, Porfirio Díaz consolidó ese reto que tenía el país, después de un período muy prolongado de luchas civiles, inestabilidad, crisis y déficit económico y financiero.

 

El principal problema de esa etapa fue que si bien se consolidaba la paz, se descuidaban los avances democráticos. Desde el punto de vista político no se acataron los principios de la Constitución de 1857, y se postergan los intereses sociales del pueblo mexicano, entre ellos la educación.

 

En 1901, recordó Alvarado Martínez, Justo Sierra asumió la Subsecretaría de Instrucción Pública y cuatro años más tarde la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes. Era “un hombre con un gran compromiso con la educación de los mexicanos y el futuro del país. Desde sus años de juventud tenía una serie de preocupaciones, las cuales se vieron reflejadas en sus planteamientos de 1910”, reconoció.

 

Indicó que en diversos sentidos, Justo Sierra se adelantó a su época. Veía con mucha claridad, por ejemplo, algo que hoy está presente: el gran desarrollo de Estados Unidos, frente a quien México se rezagaba.

 

De hecho, “una de sus preocupaciones principales fue crear una universidad nacional con el firme propósito de darle formación al pueblo, porque la educación era la única manera para desarrollar las capacidades y la fuerza de nuestro país, para que se opusiera al creciente poderío estadounidense”.

 

La investigadora del CESU comentó que la idea de crear una Universidad Nacional no fue un capricho que Justo Sierra concibió de un día para otro, sino una idea que fue elaborando desde 1875, cuando se dio el movimiento estudiantil conocido como “La universidad libre”. Si bien no había tal institución, lo que buscaban los jóvenes era independizar la ciencia y el saber del gobierno.

 

En el ámbito discursivo la idea sonaba interesante. Fue entonces cuando Justo Sierra comenzó a plantear sus ideas en la prensa sobre cómo concebía a la universidad: de carácter libre en lo académico, en la que tuvieran cabida todas las ideas, opiniones e, incluso, “hasta los caprichos de los hombres”.

Sierra, añadió la investigadora, continuó con esa idea a lo largo de su trayectoria. Formó y redondeó su perfil como político, periodista, intelectual, historiador y llegó a la última década del porfirismo como una figura fuerte, con mucha influencia en materia educativa, y desde que tomó posesión de la Subsecretaría de Instrucción Pública, dibujó en su discurso a la futura Universidad.

 

En 1881, Sierra emitió su primer proyecto de creación de esa institución, en el cual preestablecíó lo que más tarde sería la Universidad Nacional. Planteaba que ésta debería conformarse por las distintas escuelas nacionales.

 

En aquel entonces el Consejo Superior de Educación Pública era el órgano en el que se discutía todo lo relacionado con la educación, la pertinencia y características de la Universidad. Empero hubo algunas voces disonantes: no todos los consejeros estaban de acuerdo en reabrir esta casa de estudios.

 

En ese órgano se discutieron temas controvertidos, por ejemplo, que la Escuela Nacional Preparatoria formara parte de la Universidad e, incluso, las cuotas y planes de estudio; es decir, se estaban “calentando motores" para cuando se abriera la universidad.

 

El renacimiento de la Universidad Nacional fue un largo proceso en el que Justo Sierra no navegó sólo; si bien era la figura política principal, había otros intelectuales que lo apoyaron con este proyecto, como Alfonso Pruneda, Enrique Ruiz, Manuel Flores y Porfirio Parra.

 

Empero, uno de sus principales acompañantes fue Ezequiel A. Chávez, quien viajó a distintas universidades estadounidenses para ver cómo funcionaban y conocer sus características; es, en gran medida, a quien se debe el proyecto de universidad de 1910. Se dice, incluso, que Sierra tomó muchas de las ideas de Ezequiel A. Chávez, considerado su lugarteniente, refirió Alvarado Martínez.

 

Finalmente, pocos días antes del inicio de la gesta revolucionaria de 1910 se reinstaló la Universidad, con toda la ceremonia y contraste que debió significar para la gente sin recursos, que veía desfilar por las calles de la ciudad de México a doctores vestidos con togas y a lo más destacado de la intelectualidad nacional.

 

“Todas esas festividades tenían un fin, no sólo era pan y circo para el pueblo mexicano, había un propósito político, tanto al interior como al exterior, muy importante. Se pretendía mostrar la riqueza, la opulencia y el avance de un país que ya estaba dentro de la modernidad. Lamentablemente pocos días después inicia la revolución y todo se viene abajo”, acotó.

 

La institución agrupó a las escuelas nacionales: Preparatoria, de Jurisprudencia, de Medicina, de Ingenieros, de Bellas Artes y de Altos Estudios.

 

El 25 de mayo de 1911, el Presidente Porfirio Díaz presentó su renuncia a consecuencia de las revueltas en la capital y los primeros combates de la Revolución Mexicana, dejando como Presidente Interino, a Joaquín León de la Barra. A pesar de ello, Joaquín Eguía, continuó como Rector de la Universidad.

 

María de Lourdes Alvarado reconoció que la herencia del porfirismo fue una universidad, la cual se enfrentaría a las críticas de los diputados en las siguientes legislaturas, porque la consideraban producto del antiguo régimen, e incluso, decían que “tener una escuela de altos estudios era como vestir al indio con frac y huaraches o descalzo”.

 

No obstante, poco a poco se encauzó el trabajo de esta casa de estudios. Fue en la década de los años 20 cuando empezó a tomar su rumbo, y pasa de un origen porfirista a ser la Universidad Nacional, la máxima casa de estudios del país, que en 1929 habría de conseguir su autonomía.

 

 

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PIES DE FOTO

 

FOTO 1

María de Lourdes Alvarado, investigadora del Centro de Estudios sobre la Universidad, aseguró que a 93 años de ser reinstalada esta casa de estudios todavía es reducto para todas las ideologías y aunque algunas “ya están pasadas de moda”, no por eso dejan de ser importantes y significativas.

 

FOTO 2

La Universidad Nacional es una institución generosa que “debemos cuidar no sólo los alumnos sino también funcionarios, trabajadores y académicos. A veces le pedimos mucho y nos da mucho”, reconoció la investigadora universitaria María de Lourdes Alvarado.