Boletín UNAM-DGCS-106
Ciudad Universitaria
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final del boletín
LIMITAN EL
CRECIMIENTO PROFESIONAL DE LA MUJER BARRERAS CULTURALES Y SUBJETIVAS
·
La carrera laboral de ellas se ha visto
frenada por una superficie no visible o techo de cristal, que les impide seguir
avanzando: Mabel Burin, de la UCES
·
La limitante se gesta en la infancia
temprana y adquiere una dimensión más relevante a partir de la pubertad en las
niñas
·
Las féminas que desean ocupar puestos
caracterizados como típicamente masculinos deben enfrentar el doble de
exigencias que los hombres
La carrera laboral de las mujeres se ha
visto detenida por una barrera superior invisible que les imposibilita seguir
avanzando; el género femenino ha encontrado un freno cultural y subjetivo en su
ascenso a posiciones jerárquicas, señaló Mabel Burin, directora del Programa de
Género y Subjetividad de la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales
(UCES) en Buenos Aires, Argentina.
Aseguró que, en un
determinado momento de su desarrollo profesional, las mujeres de mediana edad
se encuentran con una superficie no perceptible, difícil de traspasar, a la que
se ha llamado techo de cristal. Éste les obstaculiza seguir creciendo
laboralmente; es un impedimento que se caracteriza por la falta de leyes y
dispositivos sociales visibles que impongan semejante restricción.
En su ponencia “El techo
de cristal en la carrera laboral de las mujeres. Obstáculos subjetivos y
objetivos” llevada a cabo en el auditorio del Centro de Investigaciones
Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades (CEIICH), indicó que el concepto
de techo de cristal fue descrito en los años 80 por algunas sociólogas, y
referido al trabajo femenino, particularmente en los países anglosajones.
El término fue
utilizado originariamente para analizar la carrera laboral de mujeres que en
alguna época de su vida encontraron
esta barrera, la cual les impidió crecer como profesionistas.
A partir de dicha
situación y de investigaciones realizadas desde la perspectiva de género que
muestran cómo nuestra cultura patriarcal confecciona esta traba, precisó, “me
he preocupado por estudiar cuáles son las condiciones de construcción cultural
y de la subjetividad femenina que hacen posible tal limitación social”.
Con base en algunas
hipótesis psicoanalíticas y de género, la psicóloga puntualizó varias
problemáticas que inciden en la creación del techo de cristal, el cual se gesta
en la temprana infancia y adquiere una dimensión más relevante a partir de la
pubertad en las niñas.
Retomando este
supuesto, Mabel Burin realizó un análisis en Argentina (1991-1992), en el que
estudió a tres grupos de mujeres profesionistas de mediana edad entre 48 y 55
años. Las dividió en tradicionales, transicionales e innovadoras.
El primero encuentra más dificultades
para traspasar este freno invisible porque ejerce roles tradicionales
(maternal, conyugal y de ama de casa); el segundo y el tercero lo enfrentan con
otros recursos que les permiten lograr mayor movilidad, debido a sus roles no
tradicionales (de trabajadora extradoméstica remunerada, de trabajo en la
comunidad y vida sexual extraconyugal).
El objetivo inicial
de esta investigación, dijo, fue analizar cómo afectan a cada grupo los rasgos
que nuestra cultura ha fabricado para configurar ese techo de cristal. De
acuerdo a la psicóloga, entre los elementos que constituyen su superficie
invisible están “las responsabilidades domésticas y de crianza de los niños”,
que se atribuyen principalmente a la mujer, las cuales derivan en la falta de
tiempo para atender a los hijos y/o marido, ya que la mayoría de los empleos
están diseñados dentro de un universo laboral masculino que incluye jornadas de
trabajo extensas.
Apuntó que otro
factor importante es el “nivel de exigencias”. En su profesión se le demanda el
doble de competencia que a los hombres para mostrar su valía. En su mayoría
perciben que en tanto a ellas se les exhorta a un nivel de excelencia, a sus
pares varones se les acepta uno mediano o bueno a la hora de evaluar sus
desempeños.
Los “estereotipos
sociales” que configuran el techo de cristal se formulan, agregó, de la
siguiente manera: “las mujeres temen ocupar posiciones de mando”; “no les
interesan los puestos de responsabilidad”; “no pueden afrontar situaciones
difíciles que requieren actitudes de autoridad”. Estas ideas, aceptadas por la
sociedad, inciden en su carrera laboral al hacerlas inelegibles para puestos
que requieren el ejercicio del poder.
La investigadora
explicó que la “percepción que tienen de sí mismas las mujeres” se basa en la
falta de modelos femeninos con los cuales identificarse, lo cual las lleva a
sentir inseguridad y temor por su eficacia cuando acceden a lugares de trabajo
tradicionalmente ocupados por varones.
Asentó que uno de
los temores que suele surgir en estos grupos generacionales es el miedo a
perder su identidad sexual. La necesidad de identificarse con modelos
masculinos las lleva al fenómeno del “travestismo”, en este caso vestir ropas
que las asemejen al género opuesto, preferentemente camisas y faldas largas, y
a usar maletín o portafolios; también intentan cambiar su timbre de voz y
hablan más fuerte de lo habitual.
Las mujeres que en
su ejercicio laboral desean ocupar puestos hasta ahora caracterizados como
típicamente de hombres, recalcó, deben
enfrentar el doble de exigencias que estos últimos, afrontar más riesgos –por
ejemplo de acoso sexual–, soportar un mayor escrutinio de sus vidas privadas, a
la vez que se les perdonan menos equivocaciones.
Enfatizó en que “el
principio de logro” es otro elemento que incide. Mujeres profesionalmente muy
calificadas se ven orientadas sistemáticamente hacia ocupaciones menos
atractivas, poco creativas y generalmente mal pagadas.
Precisó que éstas
generalmente conciben su profesión como complementaria o secundaria a su
carrera principal –la maternal y/o matrimonial–, por lo que cultivar rasgos de
personalidad tales como demostrar intereses ambiciosos, parecería contrario a
la configuración de una subjetividad definida como femenina.
Subrayó que no es
accidental que muchas de ellas se sientan en un “callejón sin salida” cuando se
refieren a sus carreras laborales y a su inserción en instituciones. Se les
hace evidente que el talento, la capacidad y la dedicación a sus trabajos
–incluso con una legislación orientada en contra de diversas formas de
discriminación directa– no les garantiza una posición laboral equitativa.
“Los ideales
juveniles”, cultivados por estas mujeres mientras se forjaban una carrera, también operan en la configuración del techo
de cristal. Especificó que la noción
imperante de que el valor supremo de su empleo sería ganar mucho dinero, entra
en contradicción con los ideales con los que iniciaron su desarrollo laboral.
Para los grupos
analizados, dijo, “los medios importan tanto como los fines; por ello, la
consideración por el otro, el respeto mutuo, el peso dado a los vínculos
afectivos, así como la confianza en el prójimo, constituyen valores
irrenunciables y forman parte de los ideales con los cuales construyeron su
subjetividad femenina”.
Anotó que sus
anhelos generacionales y de género son cuestionados: sienten decepción por la
ineficacia actual de aquellos valores y, junto con necesidades económicas
crecientes, se ven sumidas en dudas, replanteamientos y cuestionamientos.
Mabel Burin afirmó
que en el campo psicoanalítico, la identidad del género femenino se fundamenta
en el reconocimiento temprano de la niña con su madre. Dicho proceso
concentrado en este único objeto de amor
determina en la mujer una mayor dependencia del mismo, un vínculo
intenso que dificulta posteriormente los movimientos de separación.
De acuerdo con las
hipótesis freudianas, continuó, las primeras relaciones de la niña con su madre
son intensas. Esta fusión se construye de modo diferente con hijas mujeres y
con hijos varones: en tanto la madre mira a la niña como una igual –percibe en ella un mismo cuerpo–, la mirada
que brinda al niño registra una diferencia sexual anatómica.
Esto hace que en
tanto los vínculos de la madre con su heredera mujer se construyen sobre la
base de la cercanía y de la fusión, los lazos con su descendiente varón
propician las tendencias a la separación, al abandono de su identificación
primaria con la madre, y a la construcción de su personalidad sobre la base del
modelo paterno.
Las formas de creación
de la “subjetividad femenina” han configurado buena parte de la superficie del techo
de cristal que impide el desarrollo laboral de las mujeres. Sin embargo, si
ésta se pone en marcha de manera diferente –a través de la ampliación de deseos
como el de saber y el de poder– podría contribuir a que el género femenino
cuente con mejores herramientas, desde su propia subjetividad, para oponer
resistencia y resquebrajar esa barrera invisible.
Romper el techo
supone una puesta en crisis de los paradigmas tradicionales sobre los cuales
hemos construido los discursos acerca de la femineidad.
Concluyó que se
debe insistir en la necesidad de entrecruzamientos interdisciplinarios para
enriquecer la perspectiva sobre la construcción de la subjetividad femenina. Aquella
afirmación de que "ser mujer es ser madre" parecería requerir nuevos
cuestionamientos, junto con el actual debate modernidad-postmodernidad acerca
de dicha subjetividad.
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Foto 1
En un determinado
momento de su desarrollo profesional, las mujeres de mediana edad se encuentran
con una superficie invisible, difícil de traspasar, a la que se ha llamado techo
de cristal; éste les obstaculiza seguir creciendo laboralmente, señaló Mabel
Burin, directora del Programa de Género y Subjetividad de la UCES.
Foto 2
Mabel Burin destacó que las mujeres que en su ejercicio laboral desean ocupar puestos hasta ahora caracterizados como típicamente masculinos, deben enfrentar el doble de exigencias que los hombres, a la vez que se les perdonan menos equivocaciones.