06:00 hrs. Febrero 11 de 2003


Boletín UNAM-DGCS-106

Ciudad Universitaria

 

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LIMITAN EL CRECIMIENTO PROFESIONAL DE LA MUJER BARRERAS CULTURALES Y SUBJETIVAS

 

·        La carrera laboral de ellas se ha visto frenada por una superficie no visible o techo de cristal, que les impide seguir avanzando: Mabel Burin, de la UCES

·        La limitante se gesta en la infancia temprana y adquiere una dimensión más relevante a partir de la pubertad en las niñas

·        Las féminas que desean ocupar puestos caracterizados como típicamente masculinos deben enfrentar el doble de exigencias que los hombres

 

La carrera laboral de las mujeres se ha visto detenida por una barrera superior invisible que les imposibilita seguir avanzando; el género femenino ha encontrado un freno cultural y subjetivo en su ascenso a posiciones jerárquicas, señaló Mabel Burin, directora del Programa de Género y Subjetividad de la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES) en Buenos Aires, Argentina.

 

Aseguró que, en un determinado momento de su desarrollo profesional, las mujeres de mediana edad se encuentran con una superficie no perceptible, difícil de traspasar, a la que se ha llamado techo de cristal. Éste les obstaculiza seguir creciendo laboralmente; es un impedimento que se caracteriza por la falta de leyes y dispositivos sociales visibles que impongan semejante restricción.

 

En su ponencia “El techo de cristal en la carrera laboral de las mujeres. Obstáculos subjetivos y objetivos” llevada a cabo en el auditorio del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades (CEIICH), indicó que el concepto de techo de cristal fue descrito en los años 80 por algunas sociólogas, y referido al trabajo femenino, particularmente en los países anglosajones.

 

El término fue utilizado originariamente para analizar la carrera laboral de mujeres que en alguna época de su vida  encontraron esta barrera, la cual les impidió crecer como profesionistas. 

 

A partir de dicha situación y de investigaciones realizadas desde la perspectiva de género que muestran cómo nuestra cultura patriarcal confecciona esta traba, precisó, “me he preocupado por estudiar cuáles son las condiciones de construcción cultural y de la subjetividad femenina que hacen posible tal limitación social”.

 

Con base en algunas hipótesis psicoanalíticas y de género, la psicóloga puntualizó varias problemáticas que inciden en la creación del techo de cristal, el cual se gesta en la temprana infancia y adquiere una dimensión más relevante a partir de la pubertad en las niñas.

 

Retomando este supuesto, Mabel Burin realizó un análisis en Argentina (1991-1992), en el que estudió a tres grupos de mujeres profesionistas de mediana edad entre 48 y 55 años. Las dividió en tradicionales, transicionales  e innovadoras.

 

El primero encuentra más dificultades para traspasar este freno invisible porque ejerce roles tradicionales (maternal, conyugal y de ama de casa); el segundo y el tercero lo enfrentan con otros recursos que les permiten lograr mayor movilidad, debido a sus roles no tradicionales (de trabajadora extradoméstica remunerada, de trabajo en la comunidad y vida sexual extraconyugal).

 

El objetivo inicial de esta investigación, dijo, fue analizar cómo afectan a cada grupo los rasgos que nuestra cultura ha fabricado para configurar ese techo de cristal. De acuerdo a la psicóloga, entre los elementos que constituyen su superficie invisible están “las responsabilidades domésticas y de crianza de los niños”, que se atribuyen principalmente a la mujer, las cuales derivan en la falta de tiempo para atender a los hijos y/o marido, ya que la mayoría de los empleos están diseñados dentro de un universo laboral masculino que incluye jornadas de trabajo extensas. 

 

Apuntó que otro factor importante es el “nivel de exigencias”. En su profesión se le demanda el doble de competencia que a los hombres para mostrar su valía. En su mayoría perciben que en tanto a ellas se les exhorta a un nivel de excelencia, a sus pares varones se les acepta uno mediano o bueno a la hora de evaluar sus desempeños.

 

Los “estereotipos sociales” que configuran el techo de cristal se formulan, agregó, de la siguiente manera: “las mujeres temen ocupar posiciones de mando”; “no les interesan los puestos de responsabilidad”; “no pueden afrontar situaciones difíciles que requieren actitudes de autoridad”. Estas ideas, aceptadas por la sociedad, inciden en su carrera laboral al hacerlas inelegibles para puestos que requieren el ejercicio del poder.

 

La investigadora explicó que la “percepción que tienen de sí mismas las mujeres” se basa en la falta de modelos femeninos con los cuales identificarse, lo cual las lleva a sentir inseguridad y temor por su eficacia cuando acceden a lugares de trabajo tradicionalmente ocupados por varones.

 

Asentó que uno de los temores que suele surgir en estos grupos generacionales es el miedo a perder su identidad sexual. La necesidad de identificarse con modelos masculinos las lleva al fenómeno del “travestismo”, en este caso vestir ropas que las asemejen al género opuesto, preferentemente camisas y faldas largas, y a usar maletín o portafolios; también intentan cambiar su timbre de voz y hablan más fuerte de lo habitual.

 

Las mujeres que en su ejercicio laboral desean ocupar puestos hasta ahora caracterizados como típicamente de hombres, recalcó,  deben enfrentar el doble de exigencias que estos últimos, afrontar más riesgos –por ejemplo de acoso sexual–, soportar un mayor escrutinio de sus vidas privadas, a la vez que se les perdonan menos equivocaciones.

 

Enfatizó en que “el principio de logro” es otro elemento que incide. Mujeres profesionalmente muy calificadas se ven orientadas sistemáticamente hacia ocupaciones menos atractivas, poco creativas y generalmente mal pagadas.

Precisó que éstas generalmente conciben su profesión como complementaria o secundaria a su carrera principal –la maternal y/o matrimonial–, por lo que cultivar rasgos de personalidad tales como demostrar intereses ambiciosos, parecería contrario a la configuración de una subjetividad definida como femenina.

 

 

Subrayó que no es accidental que muchas de ellas se sientan en un “callejón sin salida” cuando se refieren a sus carreras laborales y a su inserción en instituciones. Se les hace evidente que el talento, la capacidad y la dedicación a sus trabajos –incluso con una legislación orientada en contra de diversas formas de discriminación directa– no les garantiza una posición laboral equitativa.

 

“Los ideales juveniles”, cultivados por estas mujeres mientras se  forjaban una carrera, también operan en la configuración del techo de cristal.  Especificó que la noción imperante de que el valor supremo de su empleo sería ganar mucho dinero, entra en contradicción con los ideales con los que iniciaron su desarrollo laboral.

 

Para los grupos analizados, dijo, “los medios importan tanto como los fines; por ello, la consideración por el otro, el respeto mutuo, el peso dado a los vínculos afectivos, así como la confianza en el prójimo, constituyen valores irrenunciables y forman parte de los ideales con los cuales construyeron su subjetividad femenina”.

 

Anotó que sus anhelos generacionales y de género son cuestionados: sienten decepción por la ineficacia actual de aquellos valores y, junto con necesidades económicas crecientes, se ven sumidas en dudas, replanteamientos y cuestionamientos.

 

Mabel Burin afirmó que en el campo psicoanalítico, la identidad del género femenino se fundamenta en el reconocimiento temprano de la niña con su madre. Dicho proceso concentrado en este único objeto de amor  determina en la mujer una mayor dependencia del mismo, un vínculo intenso que dificulta posteriormente los movimientos de separación.

 

De acuerdo con las hipótesis freudianas, continuó, las primeras relaciones de la niña con su madre son intensas. Esta fusión se construye de modo diferente con hijas mujeres y con hijos varones: en tanto la madre mira a la niña como una igual  –percibe en ella un mismo cuerpo–, la mirada que brinda al niño registra una diferencia sexual anatómica.

 

Esto hace que en tanto los vínculos de la madre con su heredera mujer se construyen sobre la base de la cercanía y de la fusión, los lazos con su descendiente varón propician las tendencias a la separación, al abandono de su identificación primaria con la madre, y a la construcción de su personalidad sobre la base del modelo paterno.

 

Las formas de creación de la “subjetividad femenina” han configurado buena parte de la superficie del techo de cristal que impide el desarrollo laboral de las mujeres. Sin embargo, si ésta se pone en marcha de manera diferente –a través de la ampliación de deseos como el de saber y el de poder– podría contribuir a que el género femenino cuente con mejores herramientas, desde su propia subjetividad, para oponer resistencia y resquebrajar esa barrera invisible.

 

Romper el techo supone una puesta en crisis de los paradigmas tradicionales sobre los cuales hemos construido los discursos acerca de la femineidad.

 

Concluyó que se debe insistir en la necesidad de entrecruzamientos interdisciplinarios para enriquecer la perspectiva sobre la construcción de la subjetividad femenina. Aquella afirmación de que "ser mujer es ser madre" parecería requerir nuevos cuestionamientos, junto con el actual debate modernidad-postmodernidad acerca de dicha subjetividad.

 

 

 

 

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Foto 1

En un determinado momento de su desarrollo profesional, las mujeres de mediana edad se encuentran con una superficie invisible, difícil de traspasar, a la que se ha llamado techo de cristal; éste les obstaculiza seguir creciendo laboralmente, señaló Mabel Burin, directora del Programa de Género y Subjetividad de la UCES.

 

Foto 2

Mabel Burin destacó que las mujeres que en su ejercicio laboral desean ocupar puestos hasta ahora caracterizados como típicamente masculinos, deben enfrentar el doble de exigencias que los hombres, a la vez que se les perdonan menos equivocaciones.