Boletín UNAM-DGCS-0977
Ciudad Universitaria
Pies de fotos al final del boletín
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José Sarukhán Kérmez y Ana de Ita señalaron
que esta nueva tecnología debe ser conocida y entendida para poder usarse
inteligentemente en nuestro beneficio
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Sin ventaja agronómica para el campo, los
cultivos transgénicos, mencionó Ernesto Ladrón de Guevara
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México importa, al menos, cinco millones de
toneladas de maíz al año sin identificar: Amanda Gálvez Mariscal, de la
Facultad de Química
Los conocimientos actuales son insuficientes para evaluar los riesgos
de los organismos genéticamente modificados. Esta nueva tecnología debe ser
conocida y entendida para poder usarse inteligentemente en nuestro beneficio y
satisfacer nuestras necesidades, coincidieron en señalar José Sarukhán Kérmez,
del Instituto de Ecología de la UNAM, y Ana de Ita, del Centro de Estudios para
el Cambio en el Campo Mexicano.
Al participar en las jornadas Alimentos
Transgénicos: un problema y una solución desde la interdisciplina, organizadas
por el Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades
de la UNAM, el ex rector de esta casa de estudios mencionó que ante el asunto
de los transgénicos no se puede caer en extremos.
Es absurdo, opinó, colocarse en la postura de la “emotividad”, o bien,
de la voracidad económica. No se puede satanizar a una tecnología tan nueva,
con potenciales importantes, pero a la vez con grandes riesgos.
No
son aceptables, dijo, posiciones basadas en datos no reales ni verificados,
pero tampoco la posición de la industria, que es tratar de obtener la mayor
cantidad de ganancias y beneficios sin importar el tiempo requerido para
evaluar, medir y conocer los efectos de los transgénicos.
Por ello, señaló el ecólogo, la evaluación de los organismos
genéticamente modificados debe hacerse caso por caso y no sólo introducirlos,
porque funcionan en otras partes del mundo, o sea, debe considerarse que los
ambientes ecológico, biológico y cultural de cada región tienen tanta
importancia como el mismo cambio transgénico.
El planeta está ante un daño ambiental severo generado por la forma de
producción agrícola dominante en el mundo, y el asunto de los transgénicos debe
analizarse en este contexto para entender sus ventajas o desventajas.
Este tipo de organismos, finalizó, deben diseñarse con base en las
necesidades de la gente, de modo que traigan consigo un beneficio
verdaderamente tangible.
En
su oportunidad, Ana de Ita aseguró que la siembra de variedades comerciales de
maíz transgénico no atacarán los verdaderos problemas que enfrentan los
campesinos mexicanos: falta de rentabilidad, precios bajos y competencia con
las importaciones y subsidios de Estados Unidos.
En cambio, el uso de maíz transgénico aumentará la dependencia
campesina a las empresas transnacionales, cuya participación y presencia en
México se ha fortalecido a raíz de la firma del Tratado de Libre Comercio
(TLC). Incluso, a partir de su puesta en marcha los productores nacionales enfrentan
una reducción de alrededor de 45% en el precio del grano.
La socióloga señaló que en México está prohibida la siembra de maíz
transgénico desde 1998, empero, las importaciones del vecino país del norte que
contienen mezclado grano genéticamente modificado, ingresan al territorio
nacional sin ninguna regulación, etiquetado o requisito de segregación.
Refirió que para muchos científicos, el caso de contaminación
transgénica del maíz nativo es el peor en el mundo, pues ocurrió en el centro
de origen del cultivo: México.
La asesora de organizaciones campesinas indicó que ese grano es el
segundo cultivo transgénico de importancia mundial, después de la soya, con 19%
de la superficie plantada para ese tipo de cultivos. En el planeta se siembran
140 millones de hectáreas de maíz, de las cuales en el 2000 el 10.3% fueron de
transgénico, y 9.8% en el 2001.
El maíz transgénico fue liberado en 1996; a partir de entonces su
siembra creció de manera exponencial hasta llegar a su punto más alto en 1999;
luego se redujo, entre otros factores, por la falta de confianza de los
consumidores y los bajos precios de los granos.
En Estados Unidos se siembran 32 millones de hectáreas, de las cuales 8
millones son transgénicas. En tanto, en México se cultivan 8.5 millones de
hectáreas de maíz convencional donde se producen 18 millones de toneladas por
parte de aproximadamente 3.2 millones de campesinos, 90% de los cuales tienen
parcelas menores a cinco hectáreas y quienes no se verían beneficiados por esta
tecnología.
La contaminación de variedades nativas que se registra en sitios como
Oaxaca y Puebla fue provocada por la siembra de maíz transgénico importado de
EU. Pero esto podría ser un hecho generalizado, según estudios del Instituto
Nacional de Ecología y la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la
Biodiversidad (Conabio) ya que incluso en Diconsa, la empresa distribuidora de
granos en el medio rural, hay contaminación por transgénicos.
Para Ernesto Ladrón de Guevara, de la Comisión de Recursos Naturales y
Desarrollo Rural del Distrito Federal, los cultivos transgénicos no representan
ninguna ventaja agronómica para el campo mexicano, como podrían ser mayores
rendimientos. En cambio, con la adopción de este tipo de siembra sí puede
incrementarse la dependencia tecnológica y económica con el exterior.
Advirtió que México no cuenta con un marco legal sólido que rija a los
transgénicos como se requiere, ya que nuestro país es centro de origen del
maíz, tomate, calabaza y otras plantas en las cuales se han hecho más trabajos
de modificación genética.
Ante tal situación, es necesaria una legislación de bioseguridad que
permita asegurar nuestra biodiversidad y la salud de los consumidores. “México
debe mantener una política que busque la soberanía alimentaria, entendida ésta
como el derecho a disponer de alimentos sanos y suficientes”, precisó.
El funcionario recordó que la balanza comercial en alimentos de nuestro
país es deficitaria. Incluso, en los tres primeros trimestres de este año las
importaciones fueron del doble que en el mismo período del año anterior.
Tal situación no es novedad si se observan los últimos 10 o 15 años.
Hace cinco décadas “teníamos la posibilidad de ser exportadores de alimentos;
hoy hemos caído en la dependencia alimentaria”.
Ladrón de Guevara explicó que el sistema alimentario mexicano es
altamente concentrado y monopolizado, donde las marcas internacionales (que son
las que consumimos) acaparan la mercancía de los pequeños productores. Pero
también es “escandaloso”, porque se han
registrado casos de contaminación de alimentos, como ocurrió con la leche
contaminada por radiación”.
Ante tal panorama, es importante tener en cuenta la “contaminación
genética”, que antes se veía lejana pero que ahora es una realidad en el maíz
transgénico identificado en Oaxaca.
Por su parte, Amanda Gálvez Mariscal, del Departamento de Alimentos y
Biotecnología de la Facultad de Química de la UNAM, mencionó que México
importa, al menos, cinco millones de toneladas de maíz al año.
Para los mexicanos, el 40% de las proteínas que consume diariamente
proviene del maíz, al ingerir entre 285 y 480 gramos en cualquiera de sus
formas.
Gálvez aseguró que México importa granos sin identificar. Por ello, es
urgente la certificación de análisis en laboratorios para detectar las
secuencias transgénicas de los mismos; de otro modo, “nos vamos a meter en
problemas, sobre todo si queremos exportar a Europa, Japón u otro país que
decida legislar para saber exactamente qué es lo que su gente come”.
Es decir, abundo, por una lado nos invaden de transgénicos y por otro
le cierran las puertas a nuestras exportaciones por no tener laboratorios de
certificación de los productos.
La científica aclaró que no está en contra de la biotecnología, porque
la ingeniería genética es una “excelente herramienta”; empero, “deberíamos
producir papas resistentes a los hongos nacionales, frijol capaz de resistir la
sequía, etcétera. Esos problemas son mexicanos y deberíamos resolverlos”,
concluyó.
León Olivé Morett, del Instituto de Investigaciones Filosóficas,
aseguró por su parte que es indispensable la participación de todos los
sectores en la evaluación de las consecuencias de la investigación, producción,
comercialización y consumo de alimentos transgénicos, así como en el diseño y
aplicación de mecanismos para identificar, evaluar y medir sus riesgos.
Ello, agregó, se apoya en que las consecuencias que traerían los
transgénicos no pueden identificarse de una sola manera, ya que dependen
siempre de los valores y los intereses de quienes los juzgan, y el riesgo que
pueden provocar, su determinación, identificación, evaluación y gestión
requieren de acuerdos entre los diferentes sectores sociales que son afectados.
Asimismo, añadió hay que aceptar que en torno a la biotecnología y a
sus aplicaciones se congregan intereses económicos, sociales, culturales y
ambientales que en la mayor parte de las ocasiones son incompatibles.
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FOTO 1
Los transgénicos
son una nueva tecnología que debe ser conocida y entendida para poder usarse
inteligentemente en nuestro beneficio y satisfacer nuestras necesidades, señaló
José Sarukhán, ex rector de la UNAM.
FOTO 2
Es necesaria la
participación de todos los sectores en la evaluación de las consecuencias de la
investigación, la producción, la comercialización y el consumo de alimentos
transgénicos, señaló León Olivé Morett, del Instituto de Investigaciones
Filosóficas de la UNAM.
FOTO 3
El uso de maíz
transgénico por campesinos mexicanos aumentará su dependencia hacia las
empresas transnacionales, señaló Ana de Ita, investigadora del Centro de
Estudios para el Cambio en el Campo Mexicano, durante las Jornadas Alimentos
transgénicos: un problema y una solución desde la interdisciplina, realizadas
en la UNAM