13:00 hrs. Noviembre 19 de 2002


Boletín UNAM-DGCS-0954

Ciudad Universitaria

 

 

FOTO 1
FOTO 2
FOTO 3
FOTO 4
FOTO 5
FOTO 6
FOTO 7
FOTO 8
FOTO 9
FOTO 10

 

Pies de foto al final del boletín

EL ESTADIO OLÍMPICO UNIVERSITARIO, DE LAS GRANDES OBRAS ARQUITECTÓNICAS DEL MÉXICO MODERNO

 

 

·        A 50 años de su inauguración, el 20 de noviembre de 1952, el inmueble es ejemplar por su valor plástico y escultórico

·        Es una obra notable debido a su creatividad, innovaciones y formas que se adaptan a su entorno

·        Ha sido testigo de infinidad de eventos deportivos como Juegos Centroamericanos y del Caribe, Juegos Panamericanos, los Juegos Olímpicos en 1968, el Campeonato Mundial de futbol y la Universiada Mundial, entre otros

 

El Estadio Olímpico Universitario es una de las grandes obras arquitectónicas del México moderno, único por su belleza y por retomar la profunda herencia de nuestros antepasados prehispánicos al relacionar la arquitectura con el espacio abierto y el paisaje.

 

A 50 años de su inauguración, esta obra universitaria sigue siendo ejemplar por su valor plástico y escultórico. Es notable por la creatividad plasmada en sus innovaciones y formas que se adaptan a su entorno, coinciden en señalar Felipe Leal y José Manuel Covarrubias, director de la Facultad de Arquitectura (FA) y Tesorero de la UNAM, respectivamente.

 

El Estadio fue el primer edificio de Ciudad Universitaria que se terminó de construir. Se inauguró -Día de la dedicación- el 20 de noviembre de 1952, en un ambiente de "indescriptible emoción y entusiasmo", con el comienzo de los II Juegos Juveniles Nacionales. En esa fecha fue entregado a la juventud mexicana, y a la comunidad universitaria unos días después, el 29 de noviembre, para la celebración del clásico estudiantil de fútbol americano Pumas-Poli en la UNAM, evento que es considerado por muchos como el acto inaugural, el cual por cierto se efectuó con el estadio lleno, a tal grado que hubo gente en las bardas y en las bandas del campo.

 

De ese modo, afirma Felipe Leal, la UNAM comenzó sus  actividades en las instalaciones de Ciudad Universitaria (CU): con el deporte.

 

La primera piedra de este espacio, imaginado como una gran boca volcánica compuesta por dos valvas unidas por cabeceras de altura descendente, fue colocada el 7 de agosto de 1950. Sus autores fueron los arquitectos Augusto Pérez Palacios, Raúl Salinas Moro y Jorge Bravo Jiménez.

 

Espacio libre

 

La CU, sede del Estadio, se ubica en los "mismos terrenos donde las inmigraciones nahoas y olmecas se encontraron en el Valle de México, en la pirámide de Cuicuilco; donde una de las más antiguas culturas indígenas del continente surgió de la contemplación de este paisaje y de este cielo", expresó el arquitecto Carlos Lazo Barreiro, gerente general del proyecto de construcción de este campus universitario, con motivo de la colocación de la primera piedra.

 

El Estadio es, en opinión del arquitecto Leal, uno de los lugares más espectaculares de la ciudad de México, el cual rescata la arquitectura del México antiguo: taludes, planos inclinados y rampas en un ángulo de reposo dan la idea de estabilidad, seguridad y solidez.

 

"Es como si fuera un centro ceremonial que por fortuna no tiene edificios colindantes en sus proximidades, lo cual le da aire. Además, gracias a la circulación vehicular se puede recorrer en su entorno y así homenajearlo", añade.

 

¿Qué aportes introdujo inicialmente el estadio? Fue uno de los primeros en contar con instalaciones adecuadas en los vestidores, así como baños y todos los servicios para los deportistas. Por otra parte el Olímpico Universitario, que hoy cuenta con una capacidad para 68 mil 954 espectadores, fue también pionero a escala mundial en el uso de un nuevo material para la pista: el tartán.

 

Además, para evitar encharcamientos por las lluvias, se le dotó de un eficiente sistema de drenaje. Aportó también el espacio dedicado a la prensa, “El palomar”, desde donde se domina -más allá de la vista de la cancha- la Ciudad Universitaria.

 

El Estadio Olímpico Universitario tiene asimismo salidas por medio de túneles en plano inclinado y rampas que facilitan el acceso y la evacuación, y evitan accidentes.

 

Este bello lugar cuenta con un valor adicional "maravilloso y único", menciona Felipe Leal. Posee una dualidad que ningún otro espacio deportivo tiene: permite estar dentro y fuera a la vez. Esto es porque, estando en la tribuna, si el espectador observa las gradas o la cancha está dentro; pero si levanta la vista "sale" y mira la Rectoría, la sierra del Ajusco, los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl, eternos vigilantes del Valle de México, u otra parte de la ciudad. Es también un "mirador urbano".

 

Algo similar ocurre estando fuera del estadio, porque desde la avenida de los Insurgentes se observan sus formas exteriores, pero también se ve la tribuna. "Eso le da un dinamismo absolutamente particular".

 

Carrera contra reloj

 

Desde el principio, el Estadio Olímpico se incluyó en el proyecto de CU. "Es símbolo de la importancia que se le dio al deporte como parte de la formación integral de los estudiantes", explica José Manuel Covarrubias, quien participó como ayudante de ingeniero en las obras de construcción del campus, cuando era estudiante.

 

No hay que olvidar que antes de la construcción de CU, las escuelas de la UNAM ocupaban antiguos edificios, como los palacios de Minería, de Medicina y la Academia de San Carlos, donde no había grandes espacios para que los alumnos practicaran alguna actividad deportiva.

 

La edificación del campus, incluido el estadio, marcó un hito en la historia de la edificación en México. Se demostró la capacidad de los ingenieros, arquitectos y trabajadores mexicanos para hacer obras ambiciosas, en tiempos cortos y a costos económicos, menciona el ingeniero.

 

Se aprovechó el hundimiento del terreno para colocar ahí la cancha y parte de las graderías, apoyando las restantes en terraplenes de tepetate recubiertos por el exterior con piedra volcánica que se extrajo del propio terreno.

 

Sólo se usó el concreto armado para el palomar (en lo alto de la valva poniente) y para la estructura del balcón perimetral con un volado de nueve metros, bajo el cual se albergaron los palcos y graderías de sombra.

 

A unos meses de la inauguración, en agosto de 1952, el arquitecto Carlos Lazo calificó al Estadio Olímpico como "…una de las obras de más categoría; funcionalmente el proyecto es extraordinario, sus equipos, sus instalaciones, su trazo, su visibilidad, lo hacen quizá el más adelantado del mundo".

 

Una de las características que lo hacen peculiar, decía, es su sistema de construcción, pues se utilizó la tierra de la excavación de la propia CU colocada, mediante un control muy cuidadoso de laboratorio, con la humedad y el equipo necesarios, recubierta en su interior por graderías de concreto y en su exterior por piedra.

 

Se edificó con la técnica que los ingenieros mexicanos habían hecho famosa: las presas de tierra. "Fue un trabajo muy interesante -asevera el director de la FA- en el cual, mediante placas de concreto se impidió que la tierra que soporta las gradas se derramara; pero no sólo eso, también se fueron moldeando los túneles que dan acceso al estadio".

 

Desde el punto de vista de la ingeniería -añade Covarrubias- esto representó un reto, ya que dichos rellenos de tierra tenían que ser bien compactados para poder levantar la gradería. "Era impresionante ver la cantidad de máquinas que trabajaban: escrepas, motoconformadoras y aplanadoras, tanto en el estadio como en los ocho estacionamientos".

 

La obra civil "se construyó en sólo ocho meses, habiéndose trabajado en ocasiones las 24 horas del día", mencionaba el propio Lazo. El costo (28 millones de pesos) no fue excesivo, según el actual Tesorero, gracias a que se abatieron los montos mediante los procedimientos constructivos y los materiales.

 

Respecto a éstos últimos, asevera Leal, fueron económicos, nada ostentosos: piedra volcánica y concreto, ambos de mantenimiento menor, "por eso lo vemos en tan buen estado después de 50 años".

 

Los atletas y las marcas

 

En el anfiteatro Simón Bolívar del Colegio de San Ildefonso, el estudiante Juan Sansores recibió del doctor Samuel García, decano de los maestros universitarios, una antorcha apagada. Ahí se inició el recorrido de la Ruta simbólica de la Universidad Nacional aquel 20 de noviembre de 1952, en cuyo trayecto participaron otros alumnos más, que condujeron el símbolo por diversas calles hasta llegar a CU.

 

A las 17:30 horas principió la ceremonia inaugural del majestuoso Estadio Olímpico. Estuvieron presentes, entre otras autoridades del país, el entonces rector de esta casa de estudios, Luis Garrido, y el licenciado Carlos Novoa, presidente del Patronato Universitario.

 

Una crónica del periódico Esto reseñó “…hicieron su entrada al estadio las seis antorchas que traían el fuego simbólico”. El atleta olímpico Javier Sauza encendió la antorcha, tomando el fuego de las que portaban los deportistas provenientes de distintos rumbos de la ciudad.

 

El clavadista Joaquín Capilla, quien en las dos anteriores Olimpiadas había obtenido preseas de plata y bronce, pronunció el juramento de los deportistas al pie de la bandera. Luego, los jóvenes participantes en los II Juegos Juveniles Nacionales desalojaron la cancha y se instalaron en las tribunas para ser testigos de la primera victoria que, en la carrera de 100 metros planos, obtuvo la velocista Esther Villalón.

 

El segundo gran acto deportivo ocurrió el 29 de noviembre, con el clásico Universidad-Politécnico. “Fue un juego para cardiacos”, recuerda Covarrubias. Cuando restaban 30 segundos del tiempo reglamentario y los universitarios estaban abajo en el marcador 19 a 14, una jugada salvadora de Juanito Romero, quien completó un pase de Gustavo “Pato” Patiño, le dio la vuelta al partido. El marcador terminó a favor de la UNAM 20-19.

 

Del lado oriente del estadio, en la tribuna del Poli, “ya habían encendido las antorchas para celebrar el triunfo. Fue un acontecimiento que recordamos todos los que asistimos, muy emocionante y bonito”, publicó el mismo diario.

 

Dos años después, en 1954, concluidos ya los edificios e instalaciones de Ciudad Universitaria y cuando estaba a punto el traslado de las escuelas, facultades, rectoría y demás dependencias universitarias hacia el Pedregal, el Estadio Universitario fue el escenario de los VII Juegos Deportivos Centroamericanos y del Caribe, los cuales se constituyeron en la primera gran competencia deportiva celebrada en México.

 

Amador Terán, campeón centroamericano de Decatlón, fue el encargado de encender el pebetero con el fuego nuevo; Joaquín Capilla fue el abanderado de la delegación mexicana.

 

El majestuoso estadio ha sido después testigo de infinidad de eventos, incluida la máxima justa deportiva: los Juegos Olímpicos, en 1968. “Cuando se construyó, a pesar de tener las dimensiones adecuadas, nunca se pensó que albergaría una olimpiada”, comenta Covarrubias.

 

En tal evento, Enriqueta Basilio Sotelo, la mejor atleta mexicana en aquel momento, se convirtió en la primera mujer en toda la historia en llevar la antorcha y encender la llama olímpica.

 

El tartán naranja del Estadio de Ciudad Universitaria –que ese año obtuvo el rango de Estadio Olímpico Universitario– recibió a aquel aguerrido soldado mexicano de tez morena, José Pedraza, que se colgó la medalla de plata en la prueba de caminata de 20 kilómetros, abriendo así una rica tradición de “andarines aztecas”.

 

Para la Olimpiada el inmueble requirió intervenciones importantes: se agregó el marcador, se elevaron las torres de iluminación (las actuales no son las originales)  y se le hizo la entrada del maratón, lo cual requirió quitar parte de la gradería inferior del lado sur. Esos ajustes, por fortuna, dice Felipe Leal, fueron coordinados por el propio arquitecto Pérez Palacios. Es por ello que “no se nota un parche o un agregado”.

 

Gilberto Vega, actual administrador del Estadio, recuerda que ahí se efectuaron los Juegos Centroamericanos y del Caribe (1954 y 1990), los Juegos Panamericanos (1955 y 1975), los Campeonatos Mundiales de Futbol (1970 y 1986) y la Universiada Mundial (1979).

 

Ha sido sede de campeonatos nacionales estudiantiles de atletismo de nivel infantil, juvenil y de educación media superior y superior. Además, es escenario de torneos de fútbol soccer de la Primera División y de fútbol americano.

 

Como parte de las celebraciones por su 50 aniversario, el Estadio albergó el pasado 22 de octubre la inauguración de los I Juegos Puma 2002, en la que desfilaron alrededor de seis mil 500 deportistas de 70 contingentes, 31 de las escuelas del Sistema Incorporado y el resto de escuelas, facultades y unidades multidisciplinarias de la UNAM.

 

Una de las hazañas deportivas más importantes en la vida de este majestuoso inmueble, agrega Vega, es la marca mundial de salto de longitud de 8.90 metros establecida por el estadounidense Robert Beamon, durante los Juegos Olímpicos de 1968, la cual duró 23 años sin ser superada.

 

Asimismo, Jim Hines, también de Estados Unidos, rompió la barrera de los 10 segundos en los 100 metros planos, al parar los cronómetros con tiempo de 9.95; marca superada 20 años después (1988) por Carl Lewis, con 9.92.

 

La integración plástica

 

En el proyecto de la CU (en cuya construcción participaron alrededor de 10 mil trabajadores) era notoria la influencia de la escuela de arquitectura Bauhaus y, en forma particular, la de Le Corbusier, uno de los grandes arquitectos del siglo XX. En los 40 se gestaba la idea de la integración plástica de la arquitectura, la pintura y la escultura, no como añadidos a un edificio, sino como elementos preconcebidos en una obra integral.

 

Tal fue el caso del Estadio Olímpico Universitario. Uno de los más destacados muralistas mexicanos, Diego Rivera, fue el encargado de decorar mediante altorrelieves policromados el talud oriente, sobre la avenida de los Insurgentes. Según el artista, el proyecto vincula el estadio “al espacio y tiempo totales de la vida del pueblo que lo ha levantado”.

 

En 1952, Rivera hizo los bocetos de la escultopintura que decoraría el talud en su totalidad con el tema El desarrollo del deporte en México desde la época prehispánica hasta la actual; sin embargo, otros compromisos y su enfermedad le impidieron completar el proyecto.

 

La obra que ahora se observa, iluminada desde hace unos meses con motivo del 450 aniversario de la fundación de la Universidad de México, es conocida como Escudo de la Universidad, mestizaje y deporte en México.

 

Dentro del palco de honor existe otro mural del artista decorando una mampara. La obra, monocromática en rojo, tiene en bajorelieve a un atleta de rasgos indígenas con una antorcha encendida. “Por lo sintético, es un trabajo artístico muy bello”, opina Leal Fernández.

 

Por lo que es y representa, por su relación con el paisaje y el cielo abierto, por su inspiración prehispánica y la conjugación de la textura de la piedra volcánica con la sutileza del arte, el Estadio Olímpico Universitario es, sin duda, una de las grandes obras de la arquitectura mexicana del siglo XX y orgullo de la Universidad Nacional Autónoma de México.

 

--o0o—

Foto 1

Durante los trabajos de la construcción del estadio (Foto CESU)

 

Foto 2

Un aspecto de los altorrelieves policromados que realizó el artista Diego Rivera, en el talud oriente (Foto CESU)

 

Foto 3

La gran inauguración del Estadio Olímpico Universitario (Foto CESU)

 

Foto 4

La flama ardió en el pebetero el 20 de noviembre de 1952 (Foto CESU)

 

Foto 5

Cartel y boleto del primer partido PUMAS-BURROS realizado en el Estadio Olímpico Universitario (Foto CESU)

 

Foto 6

Así lucía en 1953 (Foto CESU)

 

Foto 7

Lleno total en uno de los primeros partidos de los Juegos Panamericanos (Foto CESU)

 

Foto 8

Inauguración de las Olimpiadas México 1968 (Foto CESU)

 

Foto 9

En la inauguración de los “ Juegos Puma 2002”

 

Foto 10

Vista actual del Estadio Olímpico Universitario –con Rectoría y uno de los volcanes del Distrito Federal al fondo–