Boletín UNAM-DGCS-0947
Pies de fotos al final del boletín
POR REVALORAR LA
REVOLUCIÓN MEXICANA EN SU JUSTA DIMENSIÓN, SE PRONUNCIAN INVESTIGADORES DE LA
UNAM
·
Es inconcebible que no se pueda hacer un
juicio objetivo sobre la figura de Díaz: Felipe Ávila Espinosa
·
La Revolución fue un movimiento provocado
por las ambiciones de poder: Mario Ramírez Rancaño
·
Se utilizó en exceso el hecho histórico para
legitimar a los gobiernos posrevolucionarios: Enrique Plascencia
Al celebrarse el XCII
aniversario de la Revolución Mexicana, historiadores de la UNAM coincidieron en
la necesidad de replantear la imagen idealizada y maniqueísta; es decir,
desmitificar a sus principales personajes, así como revalorar a este movimiento
en su justo término.
Sin duda -opinaron los expertos-
la Revolución Mexicana, que inició el 20 de noviembre de 1910 con el llamado de
Francisco I. Madero a las armas, es el acontecimiento histórico más importante
del país a lo largo del siglo XX. Sin embargo, apuntaron, la historia oficial
ha manipulado los hechos y su interpretación en favor de causas políticas.
Los investigadores Felipe
Ávila, Enrique Plasencia de la Parra y Mario Ramírez Rancaño señalaron que el
acontecimiento histórico no puede considerarse como proceso único, homogéneo o
proyecto nacional. Hubo, en realidad, varias revoluciones mexicanas: la
maderista, la zapatista, la villista, la constitucionalista. Además, en vida
algunos de sus personajes principales fueron rivales a muerte.
Las consecuencias que trajo
dicho movimiento cambiaron la vida del país; se calcula que de 1910 a 1921 la
población se redujo en un millón de personas, al descender la población de 15
millones de mexicanos a 14 millones en ese lapso. Sin embargo, coincidieron los
investigadores, la disminución también se explica, en parte, por la migración,
ya que en 1910 había 200 mil mexicanos en Estados Unidos y para 1930 un millón.
Además, se registró una peste de influenza española en 1918 que dio la vuelta
al mundo y mató a miles de mexicanos.
En cuanto a las pérdidas
económicas, las fuentes bibliográficas indican que casi todos los sectores
resultaron afectados. Los primeros cinco años casi ininterrumpidos de guerra
dañaron seriamente la economía del país.
Asimismo, las escisiones
revolucionarias agravaron los problemas, ya que cada facción emitió su propio
papel moneda de circulación forzosa, provocando inflación y caos. Las monedas
metálicas desaparecieron de la circulación por ocultamiento y exportación; hubo
fuga de capitales, paralización de las minas, cierre de fábricas y comercios,
abandono de los campos y desempleo.
Los pocos productos agrícolas
que se obtuvieron fueron acaparados y escondidos, agudizando la escasez y el
alza de precios; los ferrocarriles y las vías sufrieron cuantiosos daños, y los
que se salvaron o se pudieron reparar fueron destinados a fines militares,
dejando incomunicadas a muchas regiones.
Las reclamaciones por daños
causados durante la Revolución sumaban 100 millones de pesos en septiembre de
1919. Respecto a la deuda pública exterior, desde ese año México aplazó
indefinidamente su servicio, aunque en 1913 había sumado aproximadamente 427
millones de pesos, más los réditos caídos y pendientes de pago, que importaban
aproximadamente 75 millones.
A pesar de lo anterior, en el
análisis de los expertos prevalece la necesidad de “desatanizar” la figura de
Porfirio Díaz, para darle su lugar como “arquitecto de la modernización y del
crecimiento económico de México”.
En 1910, cuando Madero lanza
el Plan de San Luis Potosí con el lema “Sufragio Efectivo. No reelección”, Díaz
se había hecho reelegir por sexta vez consecutiva; es decir, llevaba casi 30
años en el poder.
Sin embargo, después de más de
50 años de caos y agitación, característicos de nuestro país en el siglo XIX,
el presidente Díaz logró la paz que México tenía perdida desde el día en que
los conquistadores españoles salieron de territorio nacional. La economía
industrial -apenas un sueño cuando el general Díaz subió al poder- en 1910 era
ya una realidad, indicaron los investigadores.
El ingreso nacional había
aumentado de menos de 20 a más de 100 millones de pesos anuales; la Tesorería
contaba con superávit de 75 millones. Las exportaciones se habían
quintuplicado. Las vías de ferrocarril se incrementaron de 600 kilómetros a 22 mil;
las instalaciones telegráficas se cuadruplicaron con creces, y se habían
construido puertos modernos en Tampico, Coatzacoalcos y Manzanillo.
Antes de que Díaz asumiera el
poder, México no contaba con crédito extranjero pero, hacia el final de su mandato,
el país estaba en condiciones de solicitar los préstamos que necesitara.
Felipe Ávila Espinosa, miembro
del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM y sociólogo por la
Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, consideró que Díaz fue derrotado por
un movimiento revolucionario que lo satanizó; pero a la distancia -dijo- es
inconcebible que no se pueda hacer un juicio objetivo sobre su figura.
Precisó que se nos ha
trasmitido, una versión idealizada de la Revolución como el acontecimiento fundador
que acabó con más de 30 años de dictadura e instauró un país de instituciones
modernas, libertades políticas y derechos sociales plasmados en la
Constitución.
Los logros del movimiento
El historiador reconoció los
logros “inobjetables, indudables” que son legado de la Revolución Mexicana,
como los contratos colectivos, la existencia de los sindicatos que ejercen el
derecho de huelga y paro; también se refirió a la libertad de expresión. Agregó
que el acceso a la tierra y la figura del ejido como una institución básica,
fundadora y central en el territorio agrario mexicano son, entre otros, logros
que tampoco pueden explicarse sin ese movimiento.
Sin embargo, expuso, hay
saldos pendientes porque muchos de los postulados, aspiraciones y deseos de los
grupos mayoritarios de la población, no han sido ni son tomados en cuenta.
En el panteón de la Revolución
Mexicana, insistió, la historia oficial ha metido en el mismo cajón a Francisco
I. Madero, Francisco Villa, Emiliano Zapata, Venustiano Carranza y Alvaro
Obregón, pero “la verdad es que muchos de ellos fueron enemigos mortales”.
El Plan de Ayala de Zapata,
abundó, es la manifestación más profundamente antimaderista. Pero también es
curioso y absurdo que se ponga en el mismo nivel a Emiliano Zapata y a
Venustiano Carranza, cuando sus posiciones eran irreconciliables.
Diferencias y rivalidades de
los héroes
De acuerdo con los recuentos
bibliográficos, ante la muerte de Madero, la revolución contra Victoriano
Huerta se empezó a dividir antes de que llegara al triunfo final, tanto por las
diferencias y rivalidades personales de los tres principales jefes que quedaron
entonces -Carranza, Villa y Zapata-, como por sus distintos enfoques de los
problemas nacionales e internacionales.
Francisco Villa y Venustiano
Carranza, que eran norteños, militaron en el maderismo y después en el
constitucionalismo. El primero fue pobre y tenía carácter explosivo con
arrebatos de furia y llanto; el segundo gozaba de buena posición económica, era
seguro de sí mismo, obstinado y se crecía ante las adversidades. Había llegado
a los 55 años, mientras que Villa y Zapata apenas rondaban los 35, además de
que estos últimos eran ingenuos en política, y por lo tanto incapaces de
consolidar la lucha armada: concebían al país como una prolongación de sus
regiones. Sin embargo, sus movimientos fueron populares, y ellos unos caudillos
que despertaron fanatismo entre las masas.
Ante esto, “es muy curioso ver
cómo el desarrollo posterior de mitificación de la historia hace una sola pasta
y amalgama procesos sociales, grupos políticos, líderes que, si se observan de
cerca, es evidente que no tenían muchas cosas en común”, subrayó Ávila.
Madero, añadió, evidentemente
cometió muchísimos errores, que le costaron a él, a la Revolución y al país;
Villa, por su lado, casi se autoderrotó militarmente, a pesar de tener el
Ejército más poderoso entre los revolucionarios.
En cuanto a Carranza, su
conservadurismo, parsimonia, necedad y gran ambición, no se pueden ocultar, y
explican buena parte de su trayectoria exitosa, pero también de su destino
final trágico, porque no aceptaba que
lo contradijeran.
También, agregó, hay que poner
en sus justos términos al personaje histórico y humano Francisco I. Madero:
“Creo que tampoco se puede seguir sosteniendo esa imagen inmaculada del apóstol
de la democracia. Tuvo comportamientos que no reflejaban a un demócrata
auténtico, y sin embargo esto se ha omitido”.
Francisco Villa y Emiliano
Zapata, reiteró, también cometieron errores que dieron al traste con su
movimiento, los cuales le costaron al país el no haber podido constituirse en
una verdadera opción popular.
Ambiciones de poder, tras la
Revolución
Por su parte, Mario Ramírez
Rancaño, historiador del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, opinó
que la Revolución fue un movimiento provocado por las ambiciones de poder.
Desde su óptica, la Revolución no significó nada novedoso y trastocó el esquema
de crecimiento económico
Más aún, sostuvo, de haber
continuado el porfiriato, se habrían obtenido todo tipo de milagros como los
que decimos fueron producto de la Revolución. Los cambios, insistió, ya estaban
planteados con anticipación en México y en el mundo, pues se anunciaban ya
transformaciones en la cuestión social, como la reducción de la jornada de
trabajo, la modificación del salario mínimo, el derecho al voto, así como el
surgimiento de partidos políticos y sindicatos.
Esas luchas sociales, dijo,
aparecen retomadas por los carrancistas e inscritas en la Constitución de 1917
“pero la historia oficial nos las ha consignado como obra de ellos, de su
inteligencia, de su capacidad transformadora”.
Al respaldar su posición, el
investigador agregó: “Le niego terminantemente a los constitucionalistas el
mérito de haber acuñado por primera vez el contenido del artículo 123: son
temas que se discutían por todos lados, y ellos solamente los retomaron.
Incluso, la jornada de descanso
dominical obligatorio es obra de Victoriano Huerta”,
Ramírez Rancaño agregó que el
ministro de Relaciones Exteriores de Huerta, Querido Moheno, planteó desde esa
época la expropiación de la industria petrolera. Y abundó: “Jorge Vera Estañol,
ministro de Instrucción Pública de Huerta, propuso a su vez un plan de
educación para niños y adultos en las poblaciones rurales”.
El investigador se refirió al
tema de los perdedores de la Revolución Mexicana y a la magnitud de la cantidad
de mexicanos que salieron durante este periodo, a causa de su perfil porfirista
y huertista.
La lista, que comprende a unas
500 personas, incluye a expresidentes, miembros del clero y del Ejército,
gobernadores, funcionarios del gabinete y a varios intelectuales, así como a
personas vinculadas al medio artístico.
Una gran parte se fue a La
Habana, Cuba, quizá por la cercanía; otros
a San Antonio, Texas, en Estados Unidos, y los más adinerados a Europa,
principalmente a Francia y España.
De ocho Arzobispos que había
en el país se fueron siete y se quedó uno, el de Puebla, por enfermedad. México
contaba con 22 obispos entonces, y más o menos la mitad huyó.
Los expresidentes de la República se fueron casi todos: Porfirio Díaz a París,
al igual que Francisco León de la Barra. También salieron de territorio
nacional Pedro Lascuráin, Roque González Garza, Francisco Lagos Cházaro y
Victoriano Huerta.
Entre los intelectuales que
salieron de México destaca Salvador Díaz Mirón, Federico Gamboa, Nemesio García
Naranjo, Manuel M. Poce, Ezequiel A. Chávez, Miguel Othón de Mendizábal, Amado
Nervo, Victoriano Salado Alvarez, Carlos Pereyra, Rafael de Zayas, Olegario
Molina, Julián Carrillo, José Juan Tablada y Luis G. Urbina.
Por su postura anticarrancista
salieron de México Martín Luis Guzmán, José Vasconcelos, Gerardo Murillo y
Octavio Paz.
“La reivindicación de algunos
de estos intelectuales, etiquetados de reaccionarios, la iniciaron los propios
gobiernos emanados de la revolución. Salvador Díaz Mirón, Luis G. Urbina, Amado
Nervo, José Juan Tablada, Julián Carrillo y Manuel M. Poce, están sepultados en
la Rotonda de los Hombres Ilustres. Y aún faltan otros más…”, opinó.
En su oportunidad, el
historiador de la UNAM, Enrique Plascencia explicó que debe revitalizarse la
historia de la Revolución Mexicana, pues fue excesivo el uso del movimiento
para la legitimación de los gobiernos posrevolucionarios.
Coincidió en que se ha creado
una historia maniquea, donde los buenos son los revolucionarios y los malos los
porfiristas. Este afán de presentar las cosas en blanco y negro ha provocado la
negación de toda una época y lo positivo del Porfiriato.
Es necesario, recalcó,
presentar a los personajes de una manera más humana, a través de la cual la
juventud mexicana pueda darse cuenta de que “no son los que les habían descrito
en las estampitas de la escuela”. Con ello se puede contribuir a darle una
dimensión más justa a todo el pasado histórico de México.
Otro de los motivos por el que
se ha convertido en mito a estos personajes, expuso, es que hayan sido
asesinados, lo que contribuyó a convertirlos en héroes. El símbolo inequívoco
de ello está en el Monumento a la Revolución, donde permanecen los restos de
Madero, Carranza, Villa, Cárdenas y Calles.
En un principio, abundó, el
Monumento quiso simbolizar que la Revolución estaba por encima de sus
protagonistas para, en consecuencia, justificar la perpetuidad de la misma.
Al reunir los restos de sus
protagonistas más conspicuos, que fueron enemigos en vida, el monumento se
convierte también en mausoleo donde se rinde culto a estas figuras, las cuales
se convierten en banderas políticas.
Diez años después de iniciada
la Revolución, Madero, Zapata y Carranza, tres de las figuras más renombradas
de su primera etapa, ya no existían, concluyó.
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Foto 1
Felipe Ávila, miembro del Instituto de Investigaciones
Históricas de la UNAM, dijo que Porfirio Díaz fue derrotado por un movimiento
revolucionario que lo satanizó, pero a la distancia es inconcebible que no se
pueda hacer un juicio objetivo sobre su figura. Habló sobre la Revolución
Mexicana.
Foto 2
El historiador de la UNAM, Enrique Plascencia, consideró
que debe revitalizarse la historia de la Revolución Mexicana, pues hubo un
exceso en el uso del movimiento para la legitimación de los gobiernos
posrevolucionarios.