06:00 hrs. Noviembre 17 de 2002


Boletín UNAM-DGCS-0947

Ciudad Universitaria

 

Pies de fotos al final del boletín

 

POR REVALORAR LA REVOLUCIÓN MEXICANA EN SU JUSTA DIMENSIÓN, SE PRONUNCIAN INVESTIGADORES DE LA UNAM

 

·        Es inconcebible que no se pueda hacer un juicio objetivo sobre la figura de Díaz: Felipe Ávila Espinosa

·        La Revolución fue un movimiento provocado por las ambiciones de poder: Mario Ramírez Rancaño

·        Se utilizó en exceso el hecho histórico para legitimar a los gobiernos posrevolucionarios: Enrique Plascencia

 

Al celebrarse el XCII aniversario de la Revolución Mexicana, historiadores de la UNAM coincidieron en la necesidad de replantear la imagen idealizada y maniqueísta; es decir, desmitificar a sus principales personajes, así como revalorar a este movimiento en su justo término.

 

Sin duda -opinaron los expertos- la Revolución Mexicana, que inició el 20 de noviembre de 1910 con el llamado de Francisco I. Madero a las armas, es el acontecimiento histórico más importante del país a lo largo del siglo XX. Sin embargo, apuntaron, la historia oficial ha manipulado los hechos y su interpretación en favor de causas políticas.

 

Los investigadores Felipe Ávila, Enrique Plasencia de la Parra y Mario Ramírez Rancaño señalaron que el acontecimiento histórico no puede considerarse como proceso único, homogéneo o proyecto nacional. Hubo, en realidad, varias revoluciones mexicanas: la maderista, la zapatista, la villista, la constitucionalista. Además, en vida algunos de sus personajes principales fueron rivales a muerte.

 

Las consecuencias que trajo dicho movimiento cambiaron la vida del país; se calcula que de 1910 a 1921 la población se redujo en un millón de personas, al descender la población de 15 millones de mexicanos a 14 millones en ese lapso. Sin embargo, coincidieron los investigadores, la disminución también se explica, en parte, por la migración, ya que en 1910 había 200 mil mexicanos en Estados Unidos y para 1930 un millón. Además, se registró una peste de influenza española en 1918 que dio la vuelta al mundo y mató a miles de mexicanos.

 

En cuanto a las pérdidas económicas, las fuentes bibliográficas indican que casi todos los sectores resultaron afectados. Los primeros cinco años casi ininterrumpidos de guerra dañaron seriamente la economía del país.

 

Asimismo, las escisiones revolucionarias agravaron los problemas, ya que cada facción emitió su propio papel moneda de circulación forzosa, provocando inflación y caos. Las monedas metálicas desaparecieron de la circulación por ocultamiento y exportación; hubo fuga de capitales, paralización de las minas, cierre de fábricas y comercios, abandono de los campos y desempleo.

 

Los pocos productos agrícolas que se obtuvieron fueron acaparados y escondidos, agudizando la escasez y el alza de precios; los ferrocarriles y las vías sufrieron cuantiosos daños, y los que se salvaron o se pudieron reparar fueron destinados a fines militares, dejando incomunicadas a muchas regiones.

 

Las reclamaciones por daños causados durante la Revolución sumaban 100 millones de pesos en septiembre de 1919. Respecto a la deuda pública exterior, desde ese año México aplazó indefinidamente su servicio, aunque en 1913 había sumado aproximadamente 427 millones de pesos, más los réditos caídos y pendientes de pago, que importaban aproximadamente 75 millones.

 

A pesar de lo anterior, en el análisis de los expertos prevalece la necesidad de “desatanizar” la figura de Porfirio Díaz, para darle su lugar como “arquitecto de la modernización y del crecimiento económico de México”.

 

En 1910, cuando Madero lanza el Plan de San Luis Potosí con el lema “Sufragio Efectivo. No reelección”, Díaz se había hecho reelegir por sexta vez consecutiva; es decir, llevaba casi 30 años en el poder.

 

Sin embargo, después de más de 50 años de caos y agitación, característicos de nuestro país en el siglo XIX, el presidente Díaz logró la paz que México tenía perdida desde el día en que los conquistadores españoles salieron de territorio nacional. La economía industrial -apenas un sueño cuando el general Díaz subió al poder- en 1910 era ya una realidad, indicaron los investigadores.

 

El ingreso nacional había aumentado de menos de 20 a más de 100 millones de pesos anuales; la Tesorería contaba con superávit de 75 millones. Las exportaciones se habían quintuplicado. Las vías de ferrocarril se incrementaron de 600 kilómetros a 22 mil; las instalaciones telegráficas se cuadruplicaron con creces, y se habían construido puertos modernos en Tampico, Coatzacoalcos y Manzanillo.

 

Antes de que Díaz asumiera el poder, México no contaba con crédito extranjero pero, hacia el final de su mandato, el país estaba en condiciones de solicitar los préstamos que necesitara.

 

Felipe Ávila Espinosa, miembro del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM y sociólogo por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, consideró que Díaz fue derrotado por un movimiento revolucionario que lo satanizó; pero a la distancia -dijo- es inconcebible que no se pueda hacer un juicio objetivo sobre su figura.

 

Precisó que se nos ha trasmitido, una versión idealizada de la Revolución como el acontecimiento fundador que acabó con más de 30 años de dictadura e instauró un país de instituciones modernas, libertades políticas y derechos sociales plasmados en la Constitución.

 

Los logros del movimiento

 

El historiador reconoció los logros “inobjetables, indudables” que son legado de la Revolución Mexicana, como los contratos colectivos, la existencia de los sindicatos que ejercen el derecho de huelga y paro; también se refirió a la libertad de expresión. Agregó que el acceso a la tierra y la figura del ejido como una institución básica, fundadora y central en el territorio agrario mexicano son, entre otros, logros que tampoco pueden explicarse sin ese movimiento.

 

Sin embargo, expuso, hay saldos pendientes porque muchos de los postulados, aspiraciones y deseos de los grupos mayoritarios de la población, no han sido ni son tomados en cuenta.

 

En el panteón de la Revolución Mexicana, insistió, la historia oficial ha metido en el mismo cajón a Francisco I. Madero, Francisco Villa, Emiliano Zapata, Venustiano Carranza y Alvaro Obregón, pero “la verdad es que muchos de ellos  fueron enemigos mortales”.

 

El Plan de Ayala de Zapata, abundó, es la manifestación más profundamente antimaderista. Pero también es curioso y absurdo que se ponga en el mismo nivel a Emiliano Zapata y a Venustiano Carranza, cuando sus posiciones eran irreconciliables.

 

Diferencias y rivalidades de los héroes

 

De acuerdo con los recuentos bibliográficos, ante la muerte de Madero, la revolución contra Victoriano Huerta se empezó a dividir antes de que llegara al triunfo final, tanto por las diferencias y rivalidades personales de los tres principales jefes que quedaron entonces -Carranza, Villa y Zapata-, como por sus distintos enfoques de los problemas nacionales e internacionales.

 

Francisco Villa y Venustiano Carranza, que eran norteños, militaron en el maderismo y después en el constitucionalismo. El primero fue pobre y tenía carácter explosivo con arrebatos de furia y llanto; el segundo gozaba de buena posición económica, era seguro de sí mismo, obstinado y se crecía ante las adversidades. Había llegado a los 55 años, mientras que Villa y Zapata apenas rondaban los 35, además de que estos últimos eran ingenuos en política, y por lo tanto incapaces de consolidar la lucha armada: concebían al país como una prolongación de sus regiones. Sin embargo, sus movimientos fueron populares, y ellos unos caudillos que despertaron fanatismo entre las masas.

 

Ante esto, “es muy curioso ver cómo el desarrollo posterior de mitificación de la historia hace una sola pasta y amalgama procesos sociales, grupos políticos, líderes que, si se observan de cerca, es evidente que no tenían muchas cosas en común”, subrayó Ávila.

 

Madero, añadió, evidentemente cometió muchísimos errores, que le costaron a él, a la Revolución y al país; Villa, por su lado, casi se autoderrotó militarmente, a pesar de tener el Ejército más poderoso entre los revolucionarios.

 

En cuanto a Carranza, su conservadurismo, parsimonia, necedad y gran ambición, no se pueden ocultar, y explican buena parte de su trayectoria exitosa, pero también de su destino final trágico, porque  no aceptaba que lo contradijeran.

 

También, agregó, hay que poner en sus justos términos al personaje histórico y humano Francisco I. Madero: “Creo que tampoco se puede seguir sosteniendo esa imagen inmaculada del apóstol de la democracia. Tuvo comportamientos que no reflejaban a un demócrata auténtico, y sin embargo esto se ha omitido”.

 

Francisco Villa y Emiliano Zapata, reiteró, también cometieron errores que dieron al traste con su movimiento, los cuales le costaron al país el no haber podido constituirse en una verdadera opción popular.

 

Ambiciones de poder, tras la Revolución

 

Por su parte, Mario Ramírez Rancaño, historiador del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, opinó que la Revolución fue un movimiento provocado por las ambiciones de poder. Desde su óptica, la Revolución no significó nada novedoso y trastocó el esquema de crecimiento económico

 

Más aún, sostuvo, de haber continuado el porfiriato, se habrían obtenido todo tipo de milagros como los que decimos fueron producto de la Revolución. Los cambios, insistió, ya estaban planteados con anticipación en México y en el mundo, pues se anunciaban ya transformaciones en la cuestión social, como la reducción de la jornada de trabajo, la modificación del salario mínimo, el derecho al voto, así como el surgimiento de partidos políticos y sindicatos.

 

Esas luchas sociales, dijo, aparecen retomadas por los carrancistas e inscritas en la Constitución de 1917 “pero la historia oficial nos las ha consignado como obra de ellos, de su inteligencia, de su capacidad transformadora”.

 

Al respaldar su posición, el investigador agregó: “Le niego terminantemente a los constitucionalistas el mérito de haber acuñado por primera vez el contenido del artículo 123: son temas que se discutían por todos lados, y ellos solamente los retomaron. Incluso, la jornada de  descanso dominical obligatorio es obra de Victoriano Huerta”,

 

Ramírez Rancaño agregó que el ministro de Relaciones Exteriores de Huerta, Querido Moheno, planteó desde esa época la expropiación de la industria petrolera. Y abundó: “Jorge Vera Estañol, ministro de Instrucción Pública de Huerta, propuso a su vez un plan de educación para niños y adultos en las poblaciones rurales”.

 

El investigador se refirió al tema de los perdedores de la Revolución Mexicana y a la magnitud de la cantidad de mexicanos que salieron durante este periodo, a causa de su perfil porfirista y huertista.

 

La lista, que comprende a unas 500 personas, incluye a expresidentes, miembros del clero y del Ejército, gobernadores, funcionarios del gabinete y a varios intelectuales, así como a personas vinculadas al medio artístico.

 

Una gran parte se fue a La Habana, Cuba, quizá por la cercanía; otros  a San Antonio, Texas, en Estados Unidos, y los más adinerados a Europa, principalmente a Francia y España.

 

De ocho Arzobispos que había en el país se fueron siete y se quedó uno, el de Puebla, por enfermedad. México contaba con 22 obispos entonces, y más o menos la mitad huyó.


Los expresidentes de la República se fueron casi todos: Porfirio Díaz a París, al igual que Francisco León de la Barra. También salieron de territorio nacional Pedro Lascuráin, Roque González Garza, Francisco Lagos Cházaro y Victoriano Huerta.

 

Entre los intelectuales que salieron de México destaca Salvador Díaz Mirón, Federico Gamboa, Nemesio García Naranjo, Manuel M. Poce, Ezequiel A. Chávez, Miguel Othón de Mendizábal, Amado Nervo, Victoriano Salado Alvarez, Carlos Pereyra, Rafael de Zayas, Olegario Molina, Julián Carrillo, José Juan Tablada y Luis G. Urbina.

 

Por su postura anticarrancista salieron de México Martín Luis Guzmán, José Vasconcelos, Gerardo Murillo y Octavio Paz.

 

“La reivindicación de algunos de estos intelectuales, etiquetados de reaccionarios, la iniciaron los propios gobiernos emanados de la revolución. Salvador Díaz Mirón, Luis G. Urbina, Amado Nervo, José Juan Tablada, Julián Carrillo y Manuel M. Poce, están sepultados en la Rotonda de los Hombres Ilustres. Y aún faltan  otros más…”, opinó.

 

En su oportunidad, el historiador de la UNAM, Enrique Plascencia explicó que debe revitalizarse la historia de la Revolución Mexicana, pues fue excesivo el uso del movimiento para la legitimación de los gobiernos posrevolucionarios.

 

Coincidió en que se ha creado una historia maniquea, donde los buenos son los revolucionarios y los malos los porfiristas. Este afán de presentar las cosas en blanco y negro ha provocado la negación de toda una época y lo positivo del Porfiriato.

 

Es necesario, recalcó, presentar a los personajes de una manera más humana, a través de la cual la juventud mexicana pueda darse cuenta de que “no son los que les habían descrito en las estampitas de la escuela”. Con ello se puede contribuir a darle una dimensión más justa a todo el pasado histórico de México.

 

Otro de los motivos por el que se ha convertido en mito a estos personajes, expuso, es que hayan sido asesinados, lo que contribuyó a convertirlos en héroes. El símbolo inequívoco de ello está en el Monumento a la Revolución, donde permanecen los restos de Madero, Carranza, Villa, Cárdenas y Calles.

 

En un principio, abundó, el Monumento quiso simbolizar que la Revolución estaba por encima de sus protagonistas para, en consecuencia, justificar la perpetuidad de la misma.

 

Al reunir los restos de sus protagonistas más conspicuos, que fueron enemigos en vida, el monumento se convierte también en mausoleo donde se rinde culto a estas figuras, las cuales se convierten en banderas políticas.

 

Diez años después de iniciada la Revolución, Madero, Zapata y Carranza, tres de las figuras más renombradas de su primera etapa, ya no existían, concluyó.

 

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Foto 1

 

Felipe Ávila, miembro del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM, dijo que Porfirio Díaz fue derrotado por un movimiento revolucionario que lo satanizó, pero a la distancia es inconcebible que no se pueda hacer un juicio objetivo sobre su figura. Habló sobre la Revolución Mexicana.

 

 

Foto 2

 

El historiador de la UNAM, Enrique Plascencia, consideró que debe revitalizarse la historia de la Revolución Mexicana, pues hubo un exceso en el uso del movimiento para la legitimación de los gobiernos posrevolucionarios.