Boletín UNAM-DGCS-808
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IMPOSIBLE ESTABLECER UN SISTEMA ELECTORAL
DEFINITIVO: LUIS ALBERTO DE LA GARZA
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El académico
de la FCPyS mencionó que los sistemas políticos están en constante cambio
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Participó en el
Seminario de Análisis Político Electoral
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La transmisión
formal del poder nunca ha sido cuestión de procesos electorales, sino un
aspecto de negociaciones y conflictos, dijo Carlos Sirvent
No es posible establecer
de una vez y para siempre un sistema electoral definitivo que pudiera aplicarse
en todo tipo de procesos electorales, toda vez que los sistemas políticos están
en constante cambio afirmó Luis Alberto de la Garza, profesor de la Facultad de
Ciencias Políticas y Sociales (FCPyS) de la UNAM.
Al participar en el
Seminario de Análisis Político Electoral, organizado por la Facultad, el
académico universitario puntualizó que los partidos políticos están cambiando y
con ello la relación de fuerzas al interior. “De tal manera que lo que
resultaba conveniente en cierto momento ya no lo es en otro y esta correlación
de fuerzas conlleva a una serie de transformaciones”.
De la Garza señaló que los
sistemas electorales se modifican o mantienen de acuerdo con las
características del mismo, tratando de transformar las relaciones de fuerza en
su interior añadió el académico universitario; “por lo cual hablar de una
última reforma electoral, como se hizo en el sexenio pasado es sólo un
planteamiento político”.
En la Casa Universitaria
del Libro, el profesor Luis Alberto de la Garza apuntó que no puede haber tal
situación, en la medida en que el sistema electoral está íntimamente vinculado
al sistema político y todo cambio en él hace que se modifiquen también los
sistemas electorales.
Cada una de estas
transformaciones indica los cambios en el sistema político en su conjunto,
añadió.
Precisó que esta relación
de dominio del sistema político sobre el electoral, se refuerza por el hecho de
que en el primero está el origen del segundo.
“En este caso, añadió,
estos últimos se modifican o mantienen tratando de mantener o modificar las
relaciones de fuerza al interior de los mismos. Esto explica una serie de
procesos de transformación que sufren los procesos electorales”.
Indicó que para muchas
personas uno de los éxitos más importantes de la transformación democrática
reside en la limpieza de cada una de las etapas por las que pasa una elección.
“En algunos casos, dijo, se redujo la idea de que elecciones limpias y
democracia prácticamente se convierten en elementos fundamentales del
desarrollo democrático”.
El sistema electoral
–indicó– es un medio privilegiado, porque su función consiste en tratar de
asegurar la comunicación entre gobernados y gobernantes.
Explicó que en el caso de sistemas
políticos autoritarios, éstos requieren de cierta dosis de legitimidad, por lo
que realizan sus comicios imponiendo reglas para evitar el probable triunfo de
la oposición.
Por otra parte, Luis
Alberto de la Garza consideró que en los sistemas democráticos requieren de
aspectos imprescindibles que garanticen la confiabilidad en un sistema de
participación electoral en condiciones mínimas de igualdad, como la transparencia, vigilancia y equidad.
Apuntó que el
funcionamiento de la institucionalidad democrática requiere para su
reproducción de la participación ciudadana. “De no darse este aspecto no
importa si el proceso electoral es impecable, habrá una falla importante en la
participación”, abundó.
Si se logra interesar a la
ciudadanía y que participe, si realmente se establecen lazos entre gobernados y
gobernantes y los asuntos de la esfera pública se ventilan perfectamente entre
la sociedad para dar a conocer el desarrollo de las instituciones políticas,
entonces realmente habrá un sistema de participación adecuada, finalizó.
Carlos Sirvent, también
profesor de la FCPyS, por su parte, consideró que históricamente en México, la
transmisión formal del poder, sobre todo de la presidencia, nunca ha sido
cuestión de elecciones, sino un aspecto de negociaciones y de conflictos.
En particular, explicó,
durante el siglo XIX se vivieron diversos conflictos armados por esa causa. “En
esa época, aún cuando un candidato mostrara su triunfo en unos comicios,
generalmente el perdedor tenía la capacidad de dar un golpe de Estado, tal como
sucedió en 1828, e impedir que el triunfador llegara al poder”.
Con esta herencia de una
falta total de práctica democrática electoral, los políticos mexicanos
aprendieron a confiar más en el ascenso al poder por medio de la fuerza y no
tanto por la voluntad ciudadana.
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