6:00 hrs. mayo 28 del 2001


Boletín UNAM-DGCS-534

 

LA GLOBALIZACIÓN PRETENDE TRANSFORMAR A LOS CIUDADANOS EN CONSUMIDORES

 

·        El incremento de las capacidades productivas no se refleja en la mayoría de los pueblos: María Eugenia Correa

·        Los 200 mayores conglomerados del mundo, con ventas equivalentes al 27% del producto mundial; sólo emplean al 0.7% de la fuerza laboral

·        Políticas como la creación de mercados libres obligan a las mujeres a aceptar un empleo precario: Teresa Healy

 

La globalización pretende transformar a los ciudadanos en consumidores, a quienes en un mercado libre sólo les importa adquirir satisfactores al mejor precio. Al mismo tiempo, la propia dinámica económica les impide convertirse en  esos compradores porque las formas de producción, centralizadas y regidas por los criterios de rentabilidad, emplean a una reducida fuerza laboral.

 

Así lo aseguró la profesora del Posgrado de la Facultad de Economía (FE) de la UNAM, María Eugenia Correa, quien explicó que uno de los problemas centrales del mundo contemporáneo es el nulo reflejo en la mayoría de los pueblos del incremento de la ciencia y la tecnología, las capacidades productivas y la posibilidad de elevar el bienestar.

 

La incorporación de la mano de obra mundial tiene un crecimiento lento. Según un estudio realizado en Estados Unidos, las ventas de los 200 mayores conglomerados del orbe representan el 27% del producto mundial, aproximadamente, pero no requieren más del 0.7% de esta fuerza.

 

En los últimos 15 años, esos mismos consorcios incrementaron sus ventas en más del 300 %, así como la rentabilidad. Sin embargo, la fuerza de trabajo que emplean sólo creció el 14 %.

 

Ello muestra que el siglo XX cerró con un pequeño sector de la fuerza laboral mundial capaz de producir una masa enorme de satisfactores de todo tipo, aunque por la forma en que está organizada la producción, la conglomeración y el sentido de ganancia y rentabilidad, sólo es posible que alcance a un reducido sector de la población.

 

Ante éste, uno de los problemas cruciales del desenvolvimiento económico de cuando menos los últimos 30 años, “se impone avanzar hacia lo que se denomina ‘empleador de última instancia’ o programa de pleno empleo, para frenar el crecimiento de la pobreza”, añadió.

 

Luego de aclarar que el problema del desempleo y la concentración de las capacidades productivas en pequeños sectores también se presenta en los países desarrollados, dijo que es necesario recuperar, en el caso de México, la "ética del trabajo".

 

Se trata del principio que permite allegarse los bienes y satisfactores necesarios para la reproducción de las familias, del individuo y de la sociedad, como fuente legítima de elevación del bienestar y de la inserción de los sujetos en su contexto social.

 

Podría ser un programa que contribuya a eliminar las condiciones precarias del trabajo, tanto de la población femenina, altamente vulnerable, como de la masculina.

 

Por ello, la investigadora y un grupo de colegas proponen un programa de pleno empleo para las mujeres, porque “puede contribuir en la tarea de rescate de los valores humanos y de género y empezar a tratar de recrear el marco institucional democrático al que aspiraría nuestra sociedad”.

 

Como parte de ese proyecto, se crearía un “piso ocupacional y salarial”, de modo que en un proceso de rearticulación de esa estructura a escala nacional, las contrataciones, individuales o colectivas, no podrían estar por debajo de ese nivel.

 

Recordó que en el sector femenino se presentan los mayores índices de pobreza extrema. En México existen alrededor de 50 millones de mujeres, de las cuales 16 millones son menores de 14 años y alrededor de 2.4 millones son mayores de 65 años.

 

De la población femenil económicamente activa, constituida por cerca de 14 millones (incluidas mujeres de 12 años y más), casi tres millones son trabajadoras por su cuenta, principalmente en el comercio y los servicios; menos de ocho millones asalariadas, cerca de un millón trabajadoras a destajo.

 

Más de cinco millones de mujeres trabajan sin local y alrededor de tres millones en sus propios domicilios; 3.5 millones ganan menos de un salario mínimo, casi cuatro millones entre uno y dos minisalarios, y apenas 100 mil ganan más de 10 salarios mínimos. Cerca de dos millones no reciben un ingreso por su trabajo y casi 7 millones tampoco tienen un sueldo fijo.

 

De las casi ocho millones de asalariadas, tres millones sólo tienen un contrato verbal y más de seis millones trabajan una jornada laboral superior a las 40 horas. De ahí la importancia de instrumentar para ellas un programa de pleno empleo, concluyó.

 

Por su parte, Teresa Healy, investigadora de la Universidad de Ontario, Canadá, al hablar sobre la movilización de grupos de mujeres en ese país durante el año pasado, manifestó que la creación de los mercados libres, la reducción en el tamaño del gobierno, la privatización de las instituciones públicas y de los sistemas de salud, la desregulación del trabajo y la supresión de las reglas para la protección del medio ambiente, son políticas impuestas por el nuevo orden mundial que en ningún caso las benefician.

 

Por el contrario, “las obligan a aceptar un empleo precario, diminuyen sus salarios, erosionaron su seguridad y salud ocupacional, incrementan el número de pobres y las condenan a más trabajo no remunerado”.

 

Las mujeres indígenas, negras, discapacitadas, son afectadas de manera desproporcionada por estas políticas, dado que la discriminación directa y sistemática exacerba la desigualdad que todas enfrentan y es por eso que reclaman un espacio público para ellas mismas, hecho que se contrapone con quienes pugnan por la globalización, finalizó.

 

 

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