9:00 hrs. Enero 14 de 2001
Boletín UNAM-DGCS-030
LA MIGRACIÓN
DEL CAMPO A LA CIUDAD NO TRANSFORMA LAS RELACIONES DE GÉNERO
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La antropóloga Cristina Oehmichen consideró que las familias son las
primeras en sufrir los efectos de las migraciones
·
Los factores culturales colocan a la mujer en condición de subordinación
respecto del varón
Con la migración del
campo a la ciudad no necesariamente se transforman las desigualdades de género ni si registra una autovaloración distinta de las mujeres en cuanto a su
relación con los varones, quienes casi siempre ostentan una figura de
autoridad, afirmó Cristina Oehmichen Bazán, del Instituto de Investigaciones
Antropológicas (IIA) de la UNAM.
En entrevista, la
antropóloga señaló que existen factores profundamente arraigados en
la cultura, los cuales se manifiestan bajo la forma de esquemas de percepción,
interpretación y acción que colocan a las mujeres, de manera sistemática, en
una condición de subordinación respecto de los hombres.
Aunque se podría
suponer que al trabajar y contribuir al gasto familiar, las mujeres emigrantes
podrían llevar una relación más equilibrada con su pareja y, por ende,
participarían de manera importante en la toma de decisiones, esto no es así, acotó.
Más que objetar la
supremacía de los hombres en la familia, las mujeres se cuestionan por qué no
cumplen con su papel de proveedores y sostenedores del núcleo familiar.
En este sentido, el
nuevo rol de la mujer tiende a generar conflictos al interior del hogar, porque
los varones sienten que su papel en el seno familiar se devalúa, aseveró.
Afirmó que, en las
últimas décadas, en México el problema migratorio se incrementó debido a que
“ésta es una tierra de migrantes, un lugar de expulsión de mano de obra, tanto
de las regiones rurales hacia las urbanas como de éstas hacia los Estados
Unidos”.
Pero al mismo tiempo
que nuestro país es una nación de emigrantes, agregó, también es receptor de
mano de obra: un lugar de tránsito de muchos centroamericanos, quienes salen de
sus países y cruzan nuestras fronteras con el fin de llegar a Estados Unidos y
buscar mejor calidad de vida.
En la actualidad,
abundó, son aproximadamente ocho millones de mexicanos que radican en Estados
Unidos. Sin embargo, aclaró, estas cifras oficiales no toman en cuenta a los
indocumentados.
En
el ámbito de migraciones internas, precisó, el proceso de descapitalización del
campo y la falta de una política definida para el desarrollo de la vida en ese
sector originaron, además del creciente empobrecimiento de miles de campesinos,
la migración masiva hacia ciudades como Guadalajara, Monterrey, México, Tijuana,
Puebla y Ciudad Juárez, así como a centros turísticos donde se contratan en la
industria de la construcción, los servicios y el comercio ambulante.
La investigadora
informó que las familias son las primeras en sufrir los efectos de la
migración, porque tanto los papeles asignados a cada uno de sus integrantes
como la división sexual del trabajo se trastocan con esta práctica.
Entre las causas de la
emigración femenina mencionó la ruptura o ausencia del vínculo con el varón,
por viudez o abandono; poligamia; soltería femenina, necesidad de escapar de un
matrimonio convenido por los padres o por temor al rapto las jóvenes.
En las comunidades
rurales, las mujeres se quedan a cargo del hogar y del trabajo agrícola de
subsistencia. Participan en la lucha por la defensa de la tierra, la adquisición de insumos y la
gestión de recursos comunitarios. Sin embargo, aclaró, esta situación no
permite, por sí misma, mejorar su estatus y poder de decisión.
Asimismo, puntualizó
que en los últimos años aumentó, en forma considerable, la migración de
mujeres, quienes además de buscar unirse con su cónyuge también tienen el
anhelo de mandar recursos para mantener a sus hijos y darles educación, sobre
todo a las niñas, quienes se incorporarán al mercado laboral.
Cristina Oehmichen
indicó que “la presencia del género femenino indígena en las ciudades es un
hecho masivo. Los datos del XI Censo Nacional de Población muestran que el
número de mujeres hablantes de esa lengua es superior al de los hombres”.
Tan sólo en el
Distrito Federal, detalló, el censo reportó 111 mil 552 hablantes de lengua
indígena, de los cuales 49 mil 64 son hombres y 62 mil 488 mujeres. Dicha
disparidad, aclaró, se acentúa en el grupo de 15 a 19 años de edad, en el que
se registraron 10 mil 380 mujeres y sólo cuatro mil 484 varones.
Como en todas las
zonas rurales, el nivel escolar es muy bajo y las mujeres que emigran tienen
pocos estudios o no acudieron a la escuela, lo cual se convierte en factor
considerable para su ingreso en las fuentes de empleo: servicio doméstico,
comercio ambulante y, en algunos casos, prostitución.
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