9:00 hrs. Diciembre 16 de 2000


Boletín UNAM-DGCS-849

 

EL ACTUAL MODELO ECONÓMICO MODIFICÓ LAS COSTUMBRES ALIMENTARIAS DE LOS MEXICANOS

 

 

·        El proyecto sobre Seguridad Alimentaria en México, desarrollado por el IIEc de la UNAM, reveló que los hábitos alimenticios están sujetos al desarrollo económico

·        Felipe Torres, coordinador del proyecto, explicó que éste intenta conocer en qué condiciones se encuentra el acceso de la población a los alimentos

 

 

De acuerdo con el coordinador del proyecto “Dimensiones Regionales de la Seguridad Alimentaria en México”, Felipe Torres Torres, el modelo económico que se aplica en México desde mediados de la década de los ochenta impuso cambios no sólo en el rumbo económico, sino hasta en las costumbres alimenticias de las familias.

 

La alimentación, explicó Torres Torres, es el eje de la vida social del hombre, elemento de comunicación y factor de socialización; el alimento cumple con diversas funciones, además de la de proveer de nutrimentos al organismo. Por esto, el estudio de la nutrición no sólo se refiere a los nutrimentos sino que comprende otros aspectos de importancia, como son las funciones que posee la alimentación, además de la estrictamente fisiológica.


El proyecto sobre Seguridad Alimentaria en México, que realiza el Instituto de Investigaciones Económicas (IIEc) de la UNAM y que tiene como propósito examinar en qué condiciones se encuentra el acceso a los alimentos por parte de la población, reveló que los hábitos alimenticios de una familia dependen de factores tales como el lugar geográfico y la disponibilidad de alimentos en la zona, el desarrollo económico y los ingresos disponibles de las personas.

 

El actual modelo económico, indicó el investigador del IIEc, generó altas tasas de inflación, devaluación monetaria, incremento de los niveles de desempleo y subempleo, contención salarial y deterioro constante del poder adquisitivo, trayendo como consecuencia que las diversas experiencias y costumbres alimentarias de las familias se modificaran.

 

La caída casi vertical de los salarios reales y las tendencias de desempleo y subempleo de la población contradicen las aseveraciones de que el ingreso de los hogares mexicanos había crecido de manera constante en la última década.

 

Se detectó, agregó Torres Torres, una concentración acentuada que polariza el acceso a la riqueza nacional, la cual incluso se hace más evidente con el deterioro del poder adquisitivo de las familias, calculado conservadoramente en más del 60 por ciento en la última década.

 

En este sentido, el investigador universitario precisó que los estratos más pobres gastan más en alimentos en proporción a su ingreso, aún así la estructura de la alimentación es deficiente en calidad y volumen, además repercute de manera desfavorable en sus niveles alimentarios.

 

Esta situación, abundó el economista, lejos de corregirse con el desorden de la economía y su impacto desigual, implica mayor deterioro y ampliación de la brecha social hacía el siglo XXI.

 

Según la estructura del gasto familiar, a partir de diferentes rubros observados, la alimentación representa el renglón de mayor importancia cuantitativa y estratégica de las familias. En 1996, el gasto en alimentos cubrió 35.7 por ciento del total, muy por encima del transporte, que abarcó 16.2 por ciento, el de vivienda (8.9 por ciento) y el de salud 3.5 por ciento.


 

Felipe Torres explicó que pese a ser el rubro más significativo, en función del ejercicio del gasto de los hogares, la alimentación muestra proporcionalmente descenso de participación histórica. Así, mientras en 1984 representó 44.5 por ciento del gasto monetario total, en 1994 disminuyó poco más de diez puntos porcentuales, al situarse en 33.6 por ciento, y en 1996 llegó al 35.7 por ciento.

 

Dicha tendencia, agregó el coordinador del proyecto “Dimensiones Regionales de la Seguridad Alimentaria en México”, parecería explicarse en un primer momento por el incremento relativo del ingreso total, en comparación con una proporción casi constante de alimentos consumidos en el hogar, aunque esto tiene efectos socialmente diferenciados.

 

La estructura desigual del gasto en alimentos es más significativa, dijo, en productos específicos de mayor precio o alto valor agregado, dadas las dificultades de acceso para los sectores de menor ingreso. Tal es el caso de la fruta, la carne, el pescado y los mariscos,  la leche y sus derivados, principalmente.

 

“Sin lugar a dudas, los hogares de mayores ingresos no resienten el efecto de la crisis ya que mantienen un crecimiento constante de su gasto en este renglón. En ellos, la tendencia es hacia la clara diversificación de su alimentación en función de las oscilaciones de la oferta o de las tendencias con que se maneja la información alimentaria, y es donde mayor peso tienen las influencias externas”, indicó.

 

En cambio, añadió el investigador universitario, los grupos más pobres no sólo se ubican en una línea de subconsumo, en términos de cantidad, sino que también sacrifican la calidad ante la diversificación a que les obligó la crisis y la baja del poder adquisitivo.

 

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